La delicadeza de la seriedad
En Pret¨¦rito imperfecto, el primer tomo de sus memorias, cuenta Carlos Castilla del Pino que se enfrent¨® desde muy ni?o con la idea de la muerte. Sol¨ªa dormir en el mismo cuarto que su padre. Le escuchaba toser, pelear con sus pulmones de fumador empedernido. La vida se enreda en nuestra memoria a trav¨¦s de episodios humildes, detalles marginales que sirven con el paso de los a?os para fijar un tiempo. La tos nocturna de su padre fue uno de los recuerdos m¨¢s n¨ªtidos de Carlos Castilla. Pero una noche fue el padre quien escuch¨® llorar al ni?o. "?Qu¨¦ te pasa?", le pregunt¨®. "Es que estoy pensando que tengo que morirme". El padre le aconsej¨® que contara hasta cien para conquistar el sue?o.
Eso es lo que hacemos las personas mayores cuando nos enteramos de la muerte de un amigo. Contamos hasta cien, y hacemos la cuenta con ¨¦l, a trav¨¦s de los recuerdos, uno detr¨¢s de otro, en busca de las escenas que ha decidido ordenar y conservar la memoria. Entre la primera preocupaci¨®n por la muerte y su muerte real, Carlos Castilla del Pino ha cumplido una vida larga y provechosa. Los tiempos dif¨ªciles, los momentos de felicidad, el trabajo cient¨ªfico, la lucha c¨ªvica contra la dictadura, la vocaci¨®n literaria, los reconocimientos, su conciencia cr¨ªtica en la democracia, han definido su existencia y han caracterizado su figura de intelectual abierto, sobrio y vinculado a los itinerarios de nuestra sociedad.
Cuento hasta cien, recuerdo viejas lecturas, actos compartidos, conversaciones pol¨ªticas o literarias, advertencias, inquietudes conjuntas, y me esfuerzo en fijar una imagen, en obtener una fotograf¨ªa sentimental del amigo. Llego a la conclusi¨®n de que Carlos es el personaje duro m¨¢s tierno que he conocido, la persona ¨¢spera de coraz¨®n m¨¢s delicado. De ni?o fue incapaz de enga?arse ante la realidad humana de la muerte. De mayor, no quiso enga?ar, enga?arse. Hay quien asume elucubraciones l¨ªricas incluso ante la locura, quien busca para¨ªsos de libertad en los disparates quijotescos y en los dramas irracionales. La psiquiatr¨ªa le ense?¨® a Carlos Castilla a enfrentarse con la verdad y a fijar sus palabras con una lucidez descarnada. Sus opiniones prescind¨ªan con frecuencia de rodeos, iban al coraz¨®n de los casos. Estaba acostumbrado a no mentir, a no mentirse, a ayudar a los dem¨¢s para que no se mintieran. Porque hab¨ªa aprendido a escuchar.
Bajo su rotundidad se escond¨ªa un coraz¨®n tierno, preocupado por los dem¨¢s, atento a la vida. La memoria de Carlos era el testimonio m¨¢s notable de su delicadeza. Cuida de las cosas y ejerce la memoria quien asiste con ternura al presente, quien se fija en lo que ocurre, escucha a los dem¨¢s y no quiere resbalar sin amor sobre la existencia, resbalar sin darle a las cosas la importancia que tienen. En Pret¨¦rito imperfecto, en sus memorias, recuerda muchas cosas, quiero decir muchos objetos, como un calzador met¨¢lico, con un bajorrelieve de Calzados La ideal, Precio Fijo, la L¨ªnea-Algeciras, que su padre pidi¨® en 1932 para que se lo llevara al internado de Ronda. A Carlos le gustaba conservar las cosas, y se preocupaba por su destino oculto e imprevisible cuando desaparec¨ªan.
Le ocurr¨ªa lo mismo con los amigos y los conocidos. Recordaba episodios, escenas borradas para los dem¨¢s, viejos problemas, historias antiguas. Pasaban los a?os, aparec¨ªan y desaparec¨ªan mil cosas, y ¨¦l conservaba con una lealtad ¨ªntima los recuerdos y las preocupaciones de los otros. Viv¨ªa interesado en los otros. As¨ª era, un amigo ¨¢spero de coraz¨®n muy tierno. Y como habr¨¢ tantos art¨ªculos sobre su importancia cient¨ªfica y su significaci¨®n hist¨®rica, me gusta recordarlo as¨ª, preocupado por las cosas y por los amigos. Me gusta tambi¨¦n imaginarlo sereno, escuchando el R¨¦quiem de Brahms, al lado de Celia, junto a todos nosotros.
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