Chicas descarriadas
En una serie de cuatro grandes reportajes, EL PA?S ha examinado a principios de esta semana el fen¨®meno de la prostituci¨®n femenina desde el punto de vista de la explotaci¨®n de las mujeres, que es, naturalmente, el m¨¢s grave y necesitado de una intervenci¨®n policial dr¨¢stica y efectiva. Mientras segu¨ªa los reportajes diariamente, le¨ªa yo por las noches, mi hora predilecta para los libros, un excelente ensayo aparecido en Inglaterra, Charles Dickens and the House of Fallen Women, en el que su autora, Jenny Hartley, investiga exhaustivamente, con nuevos aportes documentales, una faceta ya conocida de la vida del gran novelista ingl¨¦s, su labor como regenerador de las "mujeres descarriadas" (en ingl¨¦s, "ca¨ªdas").
Dickens persuad¨ªa a las prostitutas para que le contaran sus vidas descoyuntadas
Financiado por una dama filantr¨®pica y millonaria, Angela Burdett-Coutts, m¨¢s tarde baronesa Burdett-Coutts, Dickens fund¨® a mitad de los a?os 1840, en el barrio londinense de Shepherd's Bush, un refugio para mujeres ca¨ªdas, al que puso el curioso nombre de Urania Cottage, ajeno ¨¦l naturalmente en ese momento de ingenuidad victoriana al significado que la palabra cottage adquirir¨ªa en el siglo XX en el vocabulario gay masculino, un significado entre urinario y uraniano, t¨¦rmino elegante, este ¨²ltimo, adoptado por algunos eruditos de la materia para referirse a las tendencias homosexuales. La Urania dickensiana no era m¨¢s que la musa de la astronom¨ªa, una mujer engendrada sin madre.
Dickens y su rica patrocinadora quer¨ªan, por supuesto, redimir a esas prostitutas, ante el escepticismo de otro gran personaje que sigui¨® la operaci¨®n, el ya entonces anciano duque de Wellington (novio clandestino de la mucho m¨¢s joven Angela Burdett-Coutts), para quien esas mujeres de la calle eran "incorregibles". Dickens no pensaba lo mismo, y se entreg¨® con un celo asombroso (pues mientras tanto no dejaba de producir regular y casi industrialmente sus estupendas novelas) a las tareas propias del Cottage, en el que ¨¦l mismo se ocupaba de los m¨¢s peque?os detalles; por ejemplo la decoraci¨®n, un tanto edificante, de las paredes, y la vestimenta que las all¨ª recogidas deb¨ªan llevar, no ostentosa pero tampoco excesivamente triste, para que "no pareci¨¦semos todos cu¨¢queros".
Y es que el escritor pasaba muchas horas en la casa, aunque, todo hay que decirlo, de una forma un tanto interesada. Mientras observaba el comportamiento de las ex prostitutas y les daba consejos morales, las escuchaba. Es m¨¢s, las persuad¨ªa -a veces oblig¨¢ndolas- a contarle sus vidas descoyuntadas, los abusos sufridos en sus familias o a manos de unos desalmados, los intentos de suicidio en alg¨²n momento de desesperaci¨®n, sacando Dickens de esas largas confesiones un valioso material para sus novelas. Una vez hecho ese relato, las j¨®venes no pod¨ªan volver a contar a nadie sus experiencias, ni siquiera a sus dem¨¢s compa?eras de refugio ni al personal que all¨ª las atend¨ªa, seleccionado tambi¨¦n a dedo por el autor de Tiempos dif¨ªciles. Pero en ning¨²n caso se ejerc¨ªa sobre ellas violencia carcelaria ni pr¨¢cticas usuales en los reformatorios de la ¨¦poca, tales como el pelado al rape y los castigos corporales.
El objetivo final de la iniciativa era que, una vez reformadas y limpias de su condici¨®n venal, las muchachas emprendieran, al cabo de un a?o de internamiento, una nueva vida lejos del Urania Cottage. Muy lejos, pues se las enviaba, con el trayecto en barco pagado asimismo por la generosa baronesa, a alguna colonia brit¨¢nica donde pudieran rehacer sus vidas, casarse tal vez, y olvidar el pasado. Pero aqu¨ª tropez¨® Dickens con dificultades inesperadas. Varias de las internas, que se hab¨ªan sometido a los madrugones profil¨¢cticos, al uniforme de dril, al estricto r¨¦gimen de puntualidad y templanza impuesto en el establecimiento, no aceptaron irse al nuevo mundo y, en varios casos, volvieron por voluntad propia a ejercer su oficio en las calles. De una de las m¨¢s irredentas, Anna Maria Sesina, Dickens, contrariado, dijo que "ser¨ªa capaz de corromper a un convento de monjas en quince d¨ªas".
Hay muchas prostitutas en las calles de Madrid, no pocas cerca de donde yo vivo o a menudo paso caminando. Las chicas (y las hay de g¨¦nero mixto tambi¨¦n) no parecen sentirse humilladas ni ofendidas, aunque eso, l¨®gicamente, resulta imposible de detectar; han de atraer al cliente, y malamente lo har¨ªan poniendo cara de pena o angustia. Los prost¨ªbulos-prisi¨®n, las redes de trata de blancas (y negras), la figura odiosa del mercader de cuerpos; ¨¦sas son las figuras a perseguir y erradicar, poniendo las bases para que quienes quieran salir de esa red lo hagan libremente. A otras, practicantes decididas del viejo oficio de dar placer por dinero, que las dejen en paz, sin normativas exageradas ni destierros.
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