Cantando por el bosque para ahuyentar al oso
6.000 kil¨®metros sobre ra¨ªles por Canad¨¢. Dos m¨ªticos trenes permiten cruzar de costa a costa el pa¨ªs y descubrir sus ciudades y su naturaleza sobrecogedora
Sin duda ninguna tienen raz¨®n los fil¨®sofos cuando nos dicen que nada es grande ni peque?o sino por comparaci¨®n", reflexiona Gulliver, tras dejar atr¨¢s las miniaturas de Liliput y darse de bruces con los gigantes de Brobdingnag en el cl¨¢sico de Jonathan Swift. Por comparaci¨®n, Canad¨¢ es inmenso, colosal: s¨®lo Rusia supera sus 10 millones de kil¨®metros cuadrados de extensi¨®n. Vayas donde vayas, mires lo que mires, siempre toca sentirse liliputiense.
En este lugar poblado de urbanitas que veneran la naturaleza hay mujeres que se tumban en el suelo para sentir las ra¨ªces de un ¨¢rbol y hombres que aman a su canoa por encima de todas las cosas. Aqu¨ª, ninguno parecer¨¢ trastornado. Tiene el pa¨ªs casi tantas almas -inuit, franc¨®fona, brit¨¢nica, asi¨¢tica, yanqui- como r¨ªos y lagos (dos millones) y un respeto hacia lo exc¨¦ntrico y lo diferente que incluye ciertos usos de la marihuana. "Canad¨¢ tiene un pasado aborigen, un presente biling¨¹e y un futuro multicultural", dijo un pol¨ªtico. Es el reino de los salmones bravos y los osos buscavidas -sacan comida de los contenedores de basura, que han debido sofisticar su mecanismo de apertura- y la envidia de sus vecinos del sur (vean Sicko o Bowling for Columbine, de Michael Moore).
?Qu¨¦ puede visitar un liliputiense en un mes? Una m¨ªnima parte. Pero si desprecia la prisa, suba al tren en Halifax y baje en Vancouver. Habr¨¢ recorrido m¨¢s de 6.000 kil¨®metros que separan la costa atl¨¢ntica de la pac¨ªfica, en paralelo a la frontera con Estados Unidos, la franja en la que vive casi el 90% de la poblaci¨®n. Habr¨¢ disfrutado y sufrido dos m¨ªticos trenes (el Ocean y el Canadian), con m¨¢s aire del XIX que del XXI, habr¨¢ conocido a mucha gente, las principales ciudades y paisajes ¨¦picos. Salvar esa distancia, incluso con paradas de reconocimiento, le forzar¨¢ a compartir comidas traqueteantes con otros viajeros, una ocasi¨®n ¨²nica para asomarse tambi¨¦n al ser canadiense: tolerante, pragm¨¢tico, ultraeducado y amable. En esas sobremesas m¨¢s de uno confesar¨¢ que se ven a s¨ª mismos aburridos. Un alivio: por un momento Canad¨¢ parec¨ªa perfecto.
Halifax
De aqu¨ª, frente al Atl¨¢ntico, parte el Ocean, el ferrocarril que en 1904 conect¨® la costa con las praderas del centro. Un mill¨®n de emigrantes, refugiados y perseguidos desembarcaron en Halifax durante el siglo XX, atra¨ªdos por la pol¨ªtica de brazos abiertos del Gobierno canadiense, que necesitaba manos para colonizar el inmenso territorio. Un museo, el Pier 21, desmenuza esa pasta migratoria que forj¨® Canad¨¢: un cruce de identidades, costumbres, cocinas, lenguas y pieles que tienen en com¨²n el haber contado aqu¨ª con una segunda oportunidad. En Halifax a¨²n se sentir¨¢ cerca de Europa, y muy cerca de las islas Brit¨¢nicas. No s¨®lo por mirar hacia el mismo oc¨¦ano, tambi¨¦n por reproducir su arquitectura, sus pubs y sus pobladores. Si le puede el morbo, visite el Museo de las Mar¨ªtimas, donde se cuenta el rescate de los cad¨¢veres del naufragio m¨¢s famoso de la historia, el Titanic. En Halifax est¨¢n enterrados 150 ocupantes del barco. Gracias a un espabilado forense local, que se invent¨® un m¨¦todo de clasificaci¨®n de restos an¨®nimos, se han logrado identificaciones tard¨ªas. Antes del hundimiento, el Titanic ya era un mito. Despu¨¦s se hizo leyenda. Y, tras la pel¨ªcula de Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, se convirti¨® en fen¨®meno. Miles de adolescentes de todo el mundo han peregrinado desde entonces hasta Halifax para jurarle amor eterno a un carbonero del buque enterrado aqu¨ª, al que han revestido con la ficticia identidad de Jack Dawson (el personaje de Di Caprio). Y si es un mit¨®mano del cine independiente, rastree por el vecindario los caf¨¦s que frecuentaba Ellen Page antes de triunfar como la adolescente embarazada de Juno.
El Ocean est¨¢ al servicio de la recreaci¨®n y no de la velocidad. La estrella es el dome, un vag¨®n de dos pisos con techo acristalado, ideado a mayor gloria del paisaje canadiense. Supremo acierto. Cuando la compa?¨ªa ferroviaria pens¨® en suprimirlos hace a?os, se orquest¨® una campa?a ciudadana en contra que logr¨® frenar la jubilaci¨®n de los dome.
Quebec 'city'
Para llegar al ombligo de la francofon¨ªa tiene que bajarse del tren en Charny y desde all¨ª conectar con otro ferrocarril. Como el Ocean se retrasa por principio, suele estar preparado un taxi colectivo para trasladar a los pasajeros. El Viejo Quebec, patrimonio de la Humanidad, ya tiene 400 a?os: un hito al norte del r¨ªo Grande. Es la ciudad que habr¨ªan dise?ado dos ni?os de cuento g¨®tico: torres c¨®nicas, casas achatadas, jardineras colgadas de farolas y un gran castillo que presume de ser el hotel m¨¢s fotografiado del mundo: Fairmont Le Chateau Frontenac, un edificio con toque a cuento de Hans Christian Andersen, a pel¨ªcula de Tim Burton y a locura de Luis II de Baviera. El Quebec de los turistas padece la misma dolencia que otras ciudades con cascos monumentales singulares: el mal de la falsedad, el que hace que estos centros parezcan decorados de cart¨®n piedra y parques tem¨¢ticos. Pero es este Quebec de caramelo el que cada turista relame: las rues de Saint Jean, du Petit Champlain, la terrase Dufferin a los pies del hotel y con aire a otra ¨¦poca y otro continente, o el paseo colgante que bordea los acantilados sobre el r¨ªo Sant Lawrence y que proporciona la sensaci¨®n de caminar sobre el aire. En Quebec se dirimi¨® el destino de Am¨¦rica del Norte, en una fugaz batalla en la que las tropas brit¨¢nicas vencieron a las francesas. Ganaron la historia, pero perdieron la vida cotidiana. Los quebequeses comparten m¨¢s cosas con un franc¨¦s de Marsella que con un canadiense de Winnipeg.
Montreal
Desde la Gare du Palais de Quebec parten varios trenes diarios a Montreal. Nada de romanticismo: cubren el trayecto en tres horas y cuarto. Son r¨¢pidos y modernos, as¨ª que no se conversa con desconocidos. Podr¨ªan equipararse al AVE, pero no: ?apenas nadie habla por tel¨¦fono! Una observaci¨®n lleva a otra: los canadienses casi nunca usan el m¨®vil en los espacios p¨²blicos, ni siquiera la calle. Y, si lo hacen, parlotean con discreci¨®n en vez de gritar a la espa?ola. Montreal fue el motor financiero de Canad¨¢ hasta los setenta, cuando la incertidumbre ante el desenlace del movimiento secesionista y una profunda crisis econ¨®mica beneficiaron a Toronto. Es una de las pocas ciudades verdaderamente biling¨¹es del mundo, lo que acent¨²a su cosmopolitismo y la libera de la exaltaci¨®n franc¨®fona de Quebec.
Un sugerente paseo es el que recorre las esclusas del canal Lachine, construidas para salvar los r¨¢pidos del r¨ªo Sant Lawrence. Se puede partir desde el Vieux Port y caminar una hora hasta la altura del mercado de Atwater, un delicioso lugar para comprar productos de la regi¨®n de Quebec. Hay fruter¨ªas, queser¨ªas, carnicer¨ªas y una c¨¢lida boulangerie con mesas para comer un men¨² barato, una ensalada o pasteles. Dado que el tren suele desatar el fervor por las experiencias al aire libre, puede visitar el parque Maisonneuve, cerca del Estadio Ol¨ªmpico, o el Jard¨ªn Bot¨¢nico, una joya donde se reproducen decoraciones vegetales de diferentes pa¨ªses. Y no debe perderse el Viejo Montreal, fundado en 1642, que conserva a¨²n su toque europeo.
Ottawa
De nuevo un tren moderno conduce hacia la capital, elegida para no irritar a unos (Toronto) ni otros (Montreal). Ottawa suele caerse injustamente de los planes de viaje por Canad¨¢, eclipsada por la belleza o la pujanza de otras. Le espera una sorpresa, nada que ver con una ciudad gris hecha para bur¨®cratas. Adem¨¢s de verde y c¨®moda, cuenta con centros de inter¨¦s como el Canadian Museum of Civilization, imprescindible para aproximarse a las culturas de los abor¨ªgenes (haida, sioux, siksika, inuit, entre otros) que habitaban Canad¨¢ antes de la llegada de los blancos, antes de que los buscadores de oro se encontraran con la riqueza de las pieles.
Toronto
La megaurbe construida a orillas del Ontario, el lago que parece un mar, es ahora una gran babel de colores, razas, estilos y lenguas, aunque en el pasado se distingui¨® por una ultramontana religiosidad que marc¨® horarios y h¨¢bitos: Toronto the Good, se dec¨ªa. Las ciudades tambi¨¦n maduran. Basta con echar un vistazo en un vag¨®n de metro o pasear por Yonge Street. Hay barrios griegos, italianos, portugueses, chinos e indios. Y una poderosa panor¨¢mica urbana con un skyline que incluye la Torre CN (553 metros). La mejor vista de la escalera de rascacielos se aprecia desde las islas de Toronto, a pocos minutos en ferry de la ciudad. Son, adem¨¢s, un sorprendente espacio por su tranquilidad, en los ant¨ªpodas del torbellino urbano, que a menudo irrita a sus habitantes, aquejados del com¨²n mal del estr¨¦s. Desde Toronto parte el Canadian, un m¨ªtico tren de acero inoxidable que recorre unos 4.400 kil¨®metros hasta detenerse en Vancouver, al borde del Pac¨ªfico. En los tres d¨ªas que invierte en el trayecto dejar¨¢ atr¨¢s los bosques y lagos de la provincia de Ontario, atravesar¨¢ las llanuras infinitas de las provincias centrales de Manitoba y Saskatchewan, uno de los mayores graneros del mundo; y las cimas sin techo de las Monta?as Rocosas, en Alberta, hasta asomarse de nuevo al oc¨¦ano. El paisaje var¨ªa en constante exaltaci¨®n. Llega a no inmutar. Otro dichoso lago, otro pueblo id¨ªlico, la en¨¦sima cascada salvaje. Los h¨¢bitos de los viajeros acaban delatando la rutinarizaci¨®n ante la belleza. El primer d¨ªa, en el vag¨®n restaurante, se observa m¨¢s que se habla. El ¨²ltimo, se charla. Claro que depende de los interlocutores.
Tanto el Ocean como el Canadian obligan a socializar desayunos, almuerzos y cenas. Si usted desprecia la prisa pero tiende a la misantrop¨ªa, no deber¨ªa cruzar Canad¨¢ en tren. No se puede rehuir la interacci¨®n en el vag¨®n restaurante, donde los comensales comparten mesas de cuatro y raramente los encargados acceden a peticiones para salvaguardar soledades.
Visto en positivo: oportunidad para conocer a los canadienses. A canadienses maduros tirando a jubilados que desean conocer el resto del pa¨ªs y que abundan en las clases de litera y coche cama. No hay mochileros por raz¨®n de peso: los billetes son muy caros. Esto significa que lo mismo desayuna con un antiguo combatiente de la II Guerra Mundial que le cuenta batallitas de la Italia ocupada que cena con una pareja de promotores inmobiliarios ingleses que, tras d¨¦cadas de hacer caja, invierten en su propio ocio. Y puede haber m¨¢s: un agr¨®nomo japon¨¦s de la Universidad de Brasilia incapaz de enfadarse incluso cuando le increpan -"?es tan oriental!", se desespera su mujer-, unos alemanes que destilan cerveza con la generosidad de los b¨¢varos o una estadounidense tan culta y hambrienta de mundo que fulmina a viajeros de cualquier nacionalidad con las preguntas adecuadas.
Jasper
El Canadian es tan poco canadiense que se retrasa a la llegada y a la salida. Hasta siete horas. En ese tiempo se puede caminar desde el pueblo hasta el ca?¨®n del Malinge, una de las muchas rutas posibles en el Parque Nacional de Jasper, en plenas Monta?as Rocosas. Tras d¨ªas de reclusi¨®n ferroviaria, uno sale a la monta?a con el s¨ªndrome de toriles. Impetuoso, irreflexivo. Los excesos se pagan, pero dan historietas para contar: ba?arse en un lago-glaciar durante cuatro d¨¦cimas de segundo, acercarse a wapitis (ciervos blancos) en celo y salir indemne -los carteles de advertencia recomiendan dejar al menos una distancia de "tres autobuses" hasta los machos- o fantasear con inesperados encuentros con un grizzly (uno de los osos pardos m¨¢s grandes del planeta: 2,13 metros de alto en posici¨®n b¨ªpeda, unos 380 kilos de peso). Si lo ve, no corra. Ni trepe a ning¨²n ¨¢rbol: ellos tambi¨¦n saben hacerlo. Se recomiendan t¨¦cnicas preventivas: cantar o hacer ruido para espantar al bicho antes de que el bicho le espante a usted. Los canadienses suelen pasear por el monte con un perro -o un bast¨®n- con campanilla. Las Rocosas son tambi¨¦n el reino de las marmotas (dedican cuatro meses a la gastronom¨ªa y ocho al sue?o), los lagos espejo y las cimas nevadas.
Vancouver
De nuevo sobre ra¨ªles. El tramo final. El Canadian zigzaguea entre las Rocosas antes de comenzar su descenso hacia la costa del Pac¨ªfico. Beautiful British Columbia, se lee en las matr¨ªculas de los coches de los residentes en la provincia m¨¢s occidental. No es un farol. Aqu¨ª se condensa lo mejor de Canad¨¢: los que viven en Vancouver presumen de poder esquiar por la ma?ana e ir a la playa por la tarde. Los que viven en Vancouver pueden presumir de casi todo: de tener buen sushi en cada esquina, de tener la vida cultural de una ciudad grande y la cultura de vida de una ciudad peque?a y, sobre todo, del Stanley Park, una pen¨ªnsula de bosques asilvestrados circundada por un paseo mar¨ªtimo donde se cruzan patinadores, corredores, caminantes, ciclistas y mujeres haciendo footing con carritos de beb¨¦. Un rinc¨®n semisalvaje en una ciudad civilizada y feliz. ?En qu¨¦ se nota? En que los conductores de los autobuses urbanos ejercen casi de gu¨ªas, en que los extra?os conversan entre s¨ª con naturalidad, en que la gente se echa a la playa, a la monta?a o al parque en cuanto escampa y en que las cantantes de ¨®pera celebran el D¨ªa de Canad¨¢ con recitales en Hastings Street, la ¨²nica calle canalla de Vancouver. Ante una audiencia en la que abundan los marginados, comparecen vestidas con traje de gala, igual de respetuosas y profesionales que si fuese la Scala de Mil¨¢n. El toque canadiense. El mismo que les llev¨® a elegir una hoja de arce como bandera.
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Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Via Rail Canad¨¢ (www.viarail.ca). Ocean (de Halifax a Montreal) en litera doble: 548 euros (sin litera, desde 88 por persona). Canadian (de Toronto a Vancouver), litera doble: 1.900 (sin litera, desde 330). Precios junio 2009. El Canrailpass permite viajar 12 d¨ªas en un mes por 586; con un suplemento se viaja en litera.
Visitas
? Museo de las Mar¨ªtimas (www.museum.gov.ns.ca/mma). Halifax. 5,50 euros.
? Canadian Museum of Civilization (www.civilization.ca). Ottawa. Entrada, 7,60 euros.
? Parque nacional de Jasper (www.jaspernationalpark.com).
Informaci¨®n
? Halifax (www.halifaxinfo.com), Quebec (www.quebecregion.com), Montreal (www.tourisme-montreal.org), Ottawa (www.ottawatourism.ca), Toronto (www.seetorontonow.com) y Vancouver (www.tourismvancouver.com).
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