Forl¨¢n se corona en San Mam¨¦s

Sabido es que la personalidad del Atl¨¦tico es tan indefinible como indescriptible. Quiz¨¢s la traducen sus futbolistas. Y el Atl¨¦tico tiene uno con una acusada personalidad de goleador. Diego Forl¨¢n se bast¨® y sobr¨® para solventar un partido escasito de su equipo. Tres goles y un detalle de sinceridad. El ¨²ltimo gol fue de penalti tras un resbal¨®n del uruguayo que se disculp¨® como si quisiera evitar la tarjeta por simulaci¨®n. Pero luego lo clav¨®, otra vez contra el hierro de la red. Estaba el pichichi, m¨¢s que el partido en juego. Y estaba la Bota de Oro, que ya parece de su propiedad.

Se esperaba un Atl¨¦tico m¨¢s cori¨¢ceo, incluso m¨¢s desordenado, llegando el caso, no tan especulativo, no tan asustado, porque no parece que esa actitud figure de forma preeminente en su gen¨¦tica. Pues ocurri¨®. Sucedi¨® que el Athletic, con los resortes de una afici¨®n que ha decidido regalarse un fin de fiesta pase lo que pase.

Sabido es que en la historia del Atl¨¦tico figura el contragolpe en el manual. Pero no era esa la cuesti¨®n. El Atl¨¦tico que encontr¨® lo que buscaba por casualidad, dominado, requerido incesantemente, viviendo de los desaciertos de Llorente (peleado con el gol) y con las piernas gordas en cada carrera. Lleg¨® el Atl¨¦tico en un par de contras, err¨® Ag¨¹ero un cabezazo incre¨ªble, tir¨® Pern¨ªa un par de balonazos fuera. Pero quien dominaba era el Athletic, especialmente en la segunda mitad, cuando una vez tras otra ca¨ªan balones en el ¨¢rea de Leo Franco.

Y lleg¨® el momento de Fernando Llorente. Un remate, otro, otro al poste. Aluvi¨®n en San Mam¨¦s entre un Athletic que no se jugaba nada y un Atl¨¦tico que se lo jugaba todo. Caparr¨®s no tir¨® el equipo por la borda. Era el partido de despedida de San Mam¨¦s y los experimentos no proced¨ªan. Era el f¨²tbol, cl¨¢sico del Athletic, directo, sin aliento, veloz, a veces hueco, muchas veces hueco, pero siempre profundo.

El Atl¨¦tico especulaba, jugaba a r¨¢fagas, como si mirase al marcador de El Madrigal y midiese sus posibilidades. Pero los goles a veces llegan sin pensar. Cuando m¨¢s acuciado estaba, m¨¢s exigido, m¨¢s desaparecido, tras las m¨²ltiples ocasiones de Llorente, lleg¨® el gol de Ra¨²l Garc¨ªa, en un disparo magn¨ªfico, al borde del ¨¢rea cogido a bote pronto y puesto en el lugar preciso, all¨ª junto al hierro que sujeta la red.

Fue una sorpresa, la primera aproximaci¨®n del Atl¨¦tico a la porter¨ªa de Iraizoz en la segunda mitad, propia de un centrocampista m¨¢s o menos t¨¦cnico pero con una capacidad de llegada envidiable. Resolvi¨® como quien lava. Pero el Atl¨¦tico segu¨ªa sin dominar un partido que necesitaba como el comer. Y empat¨® el Athletic como m¨¢s le gusta: a bal¨®n parado, tras un c¨®rner y un bell¨ªsimo cabezazo de Etxeita, que se estrenaba como goleador.

Pero lleg¨® Forl¨¢n y se dej¨® notar. El uruguayo siempre acude cuando se le llama. Se tir¨® medio partido pasando por all¨ª, sin dejarse ver demasiado hasta que eligi¨® su momento. Y lo eligi¨® bien, aprovechando los despistes de la defensa del Athletic, en su primer gol (obsesionados con Ag¨¹ero) y de Iraizoz en el segundo, un tanto descolocado. En ambos, Forl¨¢n defini¨® con precisi¨®n. Siete partidos consecutivos marcando gol dicen m¨¢s que cualquier definici¨®n.