El griter¨ªo y la naci¨®n imperfecta
Han pasado ya diez d¨ªas desde la pitada al himno nacional espa?ol en la final de la Copa del Rey y el debate -si es que as¨ª puede llam¨¢rsele- sigue en los medios de comunicaci¨®n, especialmente en los art¨ªculos y en las cartas de los lectores. Hemos le¨ªdo que no hay pa¨ªs serio en que estas cosas ocurran; que esto demuestra que Espa?a va a la deriva y que no hay autoridad que haga respetar las instituciones y los valores; que el partido deber¨ªa haber sido suspendido; que se tendr¨ªa que prohibir a los dos clubes disputar la competici¨®n; que no se pueden permitir ataques a cosas tan sagradas; que vamos hacia un pa¨ªs tribal; y otras lindezas parecidas. Y hemos o¨ªdo a gente que se declaraba profundamente ofendida y dolorida por el ultraje a un himno que sienten como propio y les provoca escalofr¨ªos cuando lo oyen.
Nada hay m¨¢s personal e intransferible que los sentimientos, todo el mundo tiene derecho a emocionarse con lo que le apetezca. Probablemente me falta la fibra de lo patri¨®tico, por eso me resulta dif¨ªcil de entender que se puede convertir en trascendental algo tan trivial como una bandera o un himno. Y que, a r¨ªo revuelto, se quiere presentar al Rey como un personaje intocable, que no est¨¢ expuesto al abucheo o a la cr¨ªtica como cualquier otro personaje p¨²blico.
Por supuesto, hay una correspondencia en la manera de entender las patrias y los s¨ªmbolos entre los que se sienten ofendidos y los abucheadores. Los que silbaron en Mestalla responder¨ªan de forma parecida a los ofendidos si los pitos fueran contra el himno nacional catal¨¢n o contra el vasco. Descargar¨ªan la misma lluvia de improperios y, al mismo tiempo, se sentir¨ªan plenamente gratificados, porque no hay nada que d¨¦ tanto placer, aunque sea masoquista, al patriota que la ofensa del patriota de la parroquia rival. Son, por tanto, querellas entre creyentes en esta realidad inefable que son las patrias. Por supuesto, la pitada estaba programada para conseguir los efectos de irritaci¨®n del otro nacionalismo, que le daban justificaci¨®n y sentido. Nada legitima m¨¢s a un nacionalista ante los suyos que la indignaci¨®n del nacionalismo de signo opuesto. Es la parte espect¨¢culo del asunto. Cada cual cumpli¨® el papel asignado: unos, silbando; los otros, ofendi¨¦ndose. Y as¨ª se alimentan mutuamente.
Pero m¨¢s all¨¢ de este lado pintoresco de la cuesti¨®n, que perder¨¢ relevancia en la medida en que se convierta en h¨¢bito, en un ritual m¨¢s del folclor colectivo, est¨¢ la realidad pol¨ªtica que estos desencuentros expresan. ?Por qu¨¦ en Espa?a se silba al himno nacional y el jefe del Estado no se levanta y se va como ocurri¨® en Francia? Sencillamente, porque hay suficiente sentido com¨²n para saber que Francia complet¨® con ¨¦xito -con muchos damnificados por el camino, como en todo proceso de este tipo- su proceso de construcci¨®n nacional, y Espa?a, no. Espa?a es una naci¨®n imperfecta, que lleva inscritas otras naciones en falta, porque no han tenido la capacidad de transformar su potencia en acto. Lo cual significa, inevitablemente, tensiones. Por tanto, hay sectores importantes de ciudadanos que no se sienten c¨®modos en la actual organizaci¨®n del Estado, especialmente en Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco. Y hay ciudadanos que sienten rechazo hacia los signos unitarios del Estado. Y lo expresan, y la libertad de expresi¨®n les da derecho hacerlo. Nos puede gustar m¨¢s o menos la manera de hacerlo. A m¨ª personalmente este tipo de algaradas me dejan fr¨ªo. Pero todo es ¨²til si se sabe escuchar.
El Estado de las autonom¨ªas est¨¢ en un punto cr¨ªtico. Se ha llegado probablemente al tope de sus posibilidades de despliegue en su forma actual, sin que con ello se haya conseguido una articulaci¨®n pol¨ªtica satisfactoria para todos. En la medida en que ha funcionado, ha creado unos sistemas de poder y de intereses que requieren otro marco. El PSOE pareci¨® dar el paso -con el discurso de la Espa?a plural- a una f¨®rmula m¨¢s federal, pero a medio camino se asust¨® y peg¨® un frenazo. El PP quiere cerrarlo, ponerle l¨ªmites definitivos. Y desde los nacionalismos perif¨¦ricos se levanta la voz: "el proyecto de Espa?a se ha estropeado", ha dicho una voz tan prudente como Jordi Pujol. Hay que aprender a vivir con el conflicto y con los silbidos. Las querellas de sentimientos no llevan a ninguna parte. Y la pol¨ªtica de zoco que intenta acallar las protestas regalando peladillas, tampoco. Pero la realidad es la que es. Y reclama la valent¨ªa de explorar soluciones, a la que Zapatero renunci¨®, salvo que se quiera poner al pa¨ªs ante la disyuntiva entre cierre auton¨®mico o independencia. -
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