Literatura y diplomacia
En el Chile antiguo hab¨ªa una presencia notoria, m¨¢s o menos constante, de los escritores en la diplomacia chilena. Esto no s¨®lo ocurr¨ªa en las agregadur¨ªas culturales sino en todos los niveles del escalaf¨®n, desde embajadores hasta terceros secretarios y c¨®nsules. La lista de autores diplom¨¢ticos ser¨ªa larga y no faltar¨ªan algunos de nuestros nombres m¨¢s ilustres: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alberto Blest Gana, Federico Gana, Pedro Prado.
En el ministerio de mi tiempo uno se encontraba a cada rato con Juan Guzm¨¢n Cruchaga, Humberto D¨ªaz Casanueva, Salvador Reyes, Antonio de Undurraga, Carlos Morla Lynch. Algunos eran mejores escritores que otros; m¨¢s de alguno practicaba una diplomacia m¨¢s bien distra¨ªda; pero siempre hab¨ªa una chispa, un destello, una manera diferente de enfocar los problemas.
Siempre hab¨ªa una chispa, un destello, una manera diferente de enfocar los problemas
Pese a lo mucho que les une, Per¨² y Chile conservan sus resquemores
Carlos Morla, por ejemplo, bajo cuyas ¨®rdenes trabaj¨¦ en la Embajada en Francia, se trasladaba en metro, de frac y condecoraciones, desde el caser¨®n de la avenida de la Motte-Picquet hasta el Palacio del El¨ªseo. Me atrevo a pensar que ninguno de los actuales embajadores se atrever¨ªa a hacer lo mismo, pese a que la cortes¨ªa de la puntualidad es mucho m¨¢s importante que la del autom¨®vil de lujo.
El general De Gaulle, que gobernaba en aquellos tiempos prehist¨®ricos, se divert¨ªa con el humor original de nuestro representante y conversaba con ¨¦l en los ratos perdidos que ocurren durante las ceremonias: las colocaciones de ofrendas florales en la tumba del Soldado Desconocido y esas cosas. Y una tarde, cuando Morla regresaba en su asiento del tren subterr¨¢neo, una se?ora francesa exclam¨®: ?qu¨¦ anciano m¨¢s bonito!
Se termin¨® esa tradici¨®n, entre tantas otras, y no s¨¦ si sali¨® perdiendo la literatura, pero estoy seguro de que la diplomacia s¨ª perdi¨® m¨¢s de algo, por lo menos en cuanto al humor y al esp¨ªritu, y me parece que los profesionales y los practicantes de hoy ni siquiera se han dado cuenta. He pensado en esto porque estuve hace poco en Lima, durante los festejos del 170? aniversario del diario El Comercio, y me encontr¨¦ con el canciller Garc¨ªa Bela¨²nde, a quien hab¨ªa conocido en ¨¦pocas pasadas, en la casa de un amigo com¨²n.
Garc¨ªa Bela¨²nde es un diplom¨¢tico de larga carrera y es, aparte de eso, un conocedor avezado de la literatura francesa. Despu¨¦s de los saludos de rigor, me mostr¨® un reloj de esfera redonda, de acero bru?ido, que ten¨ªa una frase grabada en forma circular. La frase dec¨ªa textualmente: Longtemps je me suis couch¨¦ de bonne heure (Durante largo tiempo me he acostado temprano). Me cont¨® que hab¨ªa comprado ese reloj en Illiers, en casa de la t¨ªa Leonie. La frase, como ustedes a lo mejor saben, es la primera de la obra monumental de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido; en cuanto a Illiers, pueblo situado en la Normand¨ªa occidental, a poca distancia de la catedral de Chartres, se llama Combray en la novela proustiana y es el escenario de las primeras p¨¢ginas del libro.
En resumen, pura literatura, y no est¨¢ mal que una conversaci¨®n entre personas que provienen de pa¨ªses diferentes se articule a partir de un gran texto de ficci¨®n y de personajes que existieron en la historia real, pero que fueron reinventados por la imaginaci¨®n novelesca. Si el di¨¢logo parte de ah¨ª, no es absolutamente necesario reducirlo al paralelo tal, al hito cual, al tratado de tal a?o, a una compra de aviones de guerra anunciada y ni siquiera consumada.
La t¨ªa Leonie, el se?or Charles Swann con sus devaneos amorosos, la madre del novelista que se olvida de subir a darle un beso de despedida, o la en¨¦rgica y campechana Fran?oise, que rompe a palos una pir¨¢mide de az¨²car en la mesa del repostero, introducen atm¨®sferas diferentes, fascinantes, que permiten enfocar temas escabrosos con mayor soltura.
En un almuerzo anterior, hab¨ªa conversado con la embajadora de Francia sobre el hecho ejemplar de que su pa¨ªs y Alemania, despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial y de siglos de enfrentamiento b¨¦lico, hayan conseguido superar los enormes temas que los divid¨ªan y estructurar una alianza extraordinaria, verdadero coraz¨®n y motor de la unidad europea. Seg¨²n ella, los dos pueblos no estaban en absoluto preparados para seguir ese camino, pero hubo dos hombres extraordinarios, que concibieron todo el asunto y lo llevaron adelante contra viento y marea: el general Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer.
No s¨¦ si la teor¨ªa de los hombres providenciales en la historia me convence del todo, pero la tesis de la embajadora me pareci¨® interesante. Pocas horas m¨¢s tarde, en la ceremonia misma del aniversario, me encontr¨¦ en una mesa redonda en la que participaba en vivo Mario Vargas Llosa y en la que interven¨ªa desde M¨¦xico, v¨ªa sat¨¦lite, el historiador Enrique Krauze. En el puesto de honor, rodeado por los directores de la vieja empresa period¨ªstica, se encontraba el presidente Alan Garc¨ªa. Cuando me toc¨® el turno, me permit¨ª plantear con la mayor candidez, sin temores reverenciales, por decirlo de alg¨²n modo, un punto delicado, de enorme vigencia. Antes advert¨ª que hab¨ªa dejado de ser diplom¨¢tico hace m¨¢s de 30 a?os, en los primeros d¨ªas de octubre de 1973, y que por tanto hablaba a t¨ªtulo puramente personal. Mi punto era el siguiente: el de las reticencias, reservas, temores mutuos, en que nos llevamos el Per¨² y Chile desde hace m¨¢s de 100 a?os, a pesar de nuestra evidente unidad cultural, geogr¨¢fica, de todo orden. Si alcanz¨¢ramos un entendimiento de fondo, sin vuelta atr¨¢s, sin criterios del siglo XIX, entre Chile, Per¨² y Bolivia, toda la atm¨®sfera pol¨ªtica del Cono Sur, y por tanto de Am¨¦rica Latina entera, ser¨ªa diferente. Quiz¨¢ se necesitaban hombres providenciales para lograrlo, pero probablemente exist¨ªan y a lo mejor estaban en esa misma mesa (detalle que provoc¨® risas y hasta aplausos de la concurrencia).
El presidente Garc¨ªa, que escuchaba el debate con suma atenci¨®n y tomaba apuntes, pidi¨® el micr¨®fono al final, a pesar de que su intervenci¨®n no formaba parte del programa. Resumi¨® los puntos debatidos sobre democracia y libertad en la regi¨®n y debo reconocer que lo hizo con maestr¨ªa, con evidente experiencia acad¨¦mica. Toc¨® en seguida el tema de las relaciones con Chile y dijo m¨¢s o menos lo siguiente: que estamos unidos por un destino com¨²n, aunque no nos guste, y que somos un matrimonio que tiene sus etapas dif¨ªciles, sus malos entendidos, y sus momentos buenos, como casi todos matrimonios. Francia y Alemania tocaron fondo, llegaron al extremo del horror y de la destrucci¨®n, y a la salida de la conflagraci¨®n no tuvieron m¨¢s remedio que ponerse de acuerdo. Nosotros, en cambio, no hemos llegado al abismo y no hemos conocido la misma necesidad de reconciliaci¨®n.
Es una versi¨®n de la pol¨ªtica de lo peor aplicada a las relaciones internacionales, pero no significa, naturalmente, que debamos sufrir mucho m¨¢s para ponernos de acuerdo al final de un terrible recorrido. Era, m¨¢s bien, un llamado a la sensatez, una indicaci¨®n de que nuestras eventuales desavenencias son pasajeras y de que la cordura y la amistad van a prevalecer. En otras palabras, era un llamado a la paciencia y al trabajo diplom¨¢tico en serio. En lo cual el aporte de Marcel Proust y el de la t¨ªa Leonie nunca son desde?ables.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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