"Una historia futurista del pasado"
"La historia", escribe Claude Adrien Helvetius, "es la novela de los hechos". "Y la novela", a?ade, "es la historia de los sentimientos". Desde esta perspectiva, todas las novelas son hist¨®ricas. No s¨®lo porque toda narraci¨®n propone un marco hist¨®rico expl¨ªcito o impl¨ªcito, sino porque adem¨¢s los sentimientos, a los que a veces les atribuimos una incontaminada eternidad, se transforman a lo largo de las ¨¦pocas.
La historia no es un tema ni un momento: es lo que condiciona nuestra aproximaci¨®n al tema y lo que asocia los momentos. Nunca antes hab¨ªa intentado escribir una novela que sucediese fuera de mi siglo, que era y sigue siendo mi foco de inter¨¦s. Pero siempre me ha parecido absurda la man¨ªa de dividir las novelas entre las que suceden ahora (...), antes y (...) despu¨¦s. Las novelas, ante todo, est¨¢n bien o mal escritas. Y su vigencia (...) no depende de cu¨¢ndo tienen lugar sus argumentos. Hay novelas de actualidad que son conservadoras. Novelas futuristas que parecen antiguas. O novelas sobre el pasado que discuten los problemas y el lenguaje del presente. La curiosidad por estas ¨²ltimas me condujo a escribir El viajero del siglo.
?En qu¨¦ momento se jodi¨® Europa? La respuesta ser¨ªa: en el siglo XIX
La imaginaci¨®n hace preguntas para que la ficci¨®n estudie lo real. Regresemos al viejo organillero y al viajero misterioso, a quien llamaremos Hans. Mientras imaginaba su encuentro, me pregunt¨¦ cu¨¢ndo podr¨ªa tener lugar. Y pens¨¦ que lo justo ser¨ªa que ambos se encontrasen el mismo a?o en que Wilhelm M¨¹ller public¨® el Viaje de invierno. Ese a?o era 1827, que result¨® ser tambi¨¦n el de la muerte del poeta. Entonces me pregunt¨¦ d¨®nde podr¨ªan encontrarse Hans y el organillero. Y pens¨¦ que lo justo ser¨ªa que lo hicieran a medio camino entre Dessau, la ciudad natal de M¨¹ller, y Berl¨ªn, la ciudad donde estudi¨®. Entonces me pregunt¨¦ c¨®mo ser¨ªa la Alemania de aquel tiempo. Y me puse a estudiar la vida cotidiana de la ¨¦poca, sus costumbres sociales. Entonces me pregunt¨¦ por los salones literarios y sus anfitrionas, por aquellas mujeres educadas entre la vindicaci¨®n de los derechos de la mujer y las contradicciones mis¨®ginas de la Revoluci¨®n Francesa, por la generaci¨®n de Mary Shelley o George Sand. Y me puse a inventar el sal¨®n de Sophie, la otra protagonista de la novela, con quien Hans mantendr¨¢ una pasi¨®n conflictiva y basada en la traducci¨®n. Entonces me pregunt¨¦ por la pol¨ªtica europea de esos a?os. Y me di cuenta de que, en muchos sentidos, la Europa de la Restauraci¨®n era el principio de la nuestra. Retorciendo a Vargas Llosa, si nos pregunt¨¢ramos en qu¨¦ momento se jodi¨® Europa, la respuesta ser¨ªa: en el siglo XIX.
La Europa conservadora de la Restauraci¨®n y los valores retr¨®grados de la Santa Alianza fueron posibles por el fracaso de Napole¨®n, que empez¨® proponiendo derechos, constituciones, libertades, y acab¨® convertido en un emperador que invad¨ªa pa¨ªses y pretend¨ªa poderes ilimitados. Hoy pasa algo parecido a nivel mundial. Los proyectos de la izquierda revolucionaria han degenerado en lamentables dictaduras o caudillos omnipotentes. Sobre las ruinas de ese desenga?o se han aliado las potencias neoliberales que dirigen lo que llamamos Occidente, con la Europa del Vaticano, las multinacionales y la xenofobia a la cabeza.
Mi intenci¨®n, sin embargo, no era escribir un testimonio acad¨¦mico ni una cr¨®nica realista. Yo quer¨ªa escribir un libro raro. Una novela futurista del pasado. Una ciencia-ficci¨®n rebobinada. Por eso la novela no narra ning¨²n acontecimiento hist¨®rico, ni presenta un solo personaje que haya existido realmente. Y por eso Wandernburgo, la ciudad donde transcurre, es una ciudad imaginaria. (...) Un ¨¢ngel exterminador a escala europea. Espero que Bu?uel est¨¦ muerto de verdad. De lo contrario, le pido mil disculpas.
Extracto del discurso Ficticios, sincronizados y extraterrestres, pronunciado por el premio Alfaguara.
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