Cavilaciones de un viajero
Espa?a, que se perdi¨® todo el siglo XIX y buena parte del XX, tiene a¨²n retrasos que la hacen m¨¢s hispanoamericana que europea. La mejora m¨¢s espectacular ha sido la de las peque?as y medianas ciudades
Entre la derrota definitiva de Napole¨®n, hacia 1814, y la Primera Guerra Mundial transcurren 100 a?os de paz entre los Estados europeos, con m¨ªnimas interrupciones no demasiado lesivas. En esos 100 a?os el continente pasa de la sociedad estamental del Antiguo R¨¦gimen, con abrumadora mayor¨ªa de poblaci¨®n campesina y un modo de vida casi medieval, a la moderna sociedad metropolitana y la tecnificaci¨®n rampante. Es el salto del Par¨ªs que toma la Bastilla al de Haussmann, de la campi?a de Jane Austen al Londres de Dickens. Un s¨²bdito que se mueve en 1814 a pie, a caballo o a vela, se traslada en 1914 en ferrocarril, naves a vapor o en avi¨®n. El mundo material hab¨ªa cambiado m¨¢s aceleradamente en aquellos 100 a?os que en los 2.000 anteriores.
Barcelona es cada d¨ªa m¨¢s levantina: sucia, ruidosa, ineficaz y jaranera
Madrid ya no es un corral¨®n barroco, sino una agradable ciudad neocl¨¢sica
Eso no sucedi¨® en Espa?a, o sucedi¨® de un modo notablemente enclenque: la sociedad espa?ola de la Segunda Rep¨²blica se parec¨ªa m¨¢s a la francesa del Antiguo R¨¦gimen que a la del siglo XX. Cuando comienza la tecnificaci¨®n, hacia 1810, este pa¨ªs era un trozo de ?frica clavado en Europa. Los soldados franceses de la guerra napole¨®nica deb¨ªan de juzgar a la poblaci¨®n rural espa?ola m¨¢s o menos como los marines americanos a la de Irak: tribus analfabetas, de un arca¨ªsmo insondable, fan¨¢ticos de su religi¨®n, sujetos a la esclavitud pol¨ªtica y contentos con ella. La guerra de guerrillas, ese infame invento espa?ol, no difiere demasiado de lo que ahora usa Al Qaeda.
Cuando en 1906 publica Baroja su trilog¨ªa de La lucha por la vida, un monumento literario que pocos quieren recordar (su mejor trabajo, a mi modo de ver), el retrato de Madrid que all¨ª se expone es demoledor. Ciertamente, Baroja escribe estampas negras a la manera de los grabados de su t¨ªo Ricardo, pero es imposible no reconocer en ellas un aspecto ver¨ªdico de la vida espa?ola de comienzos del siglo XX, confirmado por viajeros, antrop¨®logos, fot¨®grafos, periodistas y otros artistas. Son estampas desgarradas de gente degenerada por la miseria, pero que vive a diez minutos de la Puerta del Sol. Y son legi¨®n. El volumen menos vivo de la trilog¨ªa, Aurora roja, feroz caricatura del anarquismo que se iba expandiendo entre el lumpen, cierra toda puerta a la esperanza. Parec¨ªa que Espa?a iba a fundirse para siempre con el continente africano.
Si uno lee lo que escrib¨ªa Aza?a poco despu¨¦s, por ejemplo la c¨¦lebre conferencia El problema espa?ol que dio en la Casa del Pueblo de Alcal¨¢ de Henares en 1911, se tiene la impresi¨®n de estar asistiendo a una escena de la trilog¨ªa barojiana, pero en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica. Aza?a muestra la abyecci¨®n moral en la que se ha sumido un pueblo dominado por caciques brutales y una jefatura del Estado que incita a la corrupci¨®n, el crimen y la barbarie.
Espa?a no hab¨ªa dado el gigantesco salto de sus vecinos y hab¨ªa perdido el siglo XIX como quien olvida una maleta en la estaci¨®n. Ese atraso de 100 a?os lo llevar¨ªa colgado del cuello otro siglo, como el albatros muerto del viejo marinero, porque tampoco la Espa?a de Franco avanz¨® un paso hacia la cordura econ¨®mica hasta los a?os sesenta y s¨®lo en 1980 comenzar¨ªa seriamente la evoluci¨®n material y pol¨ªtica que Europa hab¨ªa emprendido 100 a?os antes. Creo que no ser¨¢ exagerado decir que con Felipe Gonz¨¢lez entr¨® por fin el capitalismo (es decir, la democracia) en Espa?a, ya que lo anterior ni siquiera puede calificarse de capitalismo: estaba demasiado pr¨®ximo al feudalismo, cuando no al despotismo dieciochesco.
Si uno examina los 100 a?os que han transcurrido desde aquellos textos de Baroja y Aza?a hasta hoy, no puede extra?arse de la enormidad de agujeros, retrocesos, equ¨ªvocos, chapuzas, cortocircuitos o puntos ciegos que a¨²n quedan por resolver en la democracia espa?ola (tan poco europea, tan hispanoamericana) y en la vida material de los espa?oles. El abrumador poder del Estado, la burocracia asfixiante, el feudalismo f¨¢ctico, los privilegios de los poderosos, la arrogancia de los eclesi¨¢sticos, la nulidad de la ense?anza, la barbarie tolerada y a¨²n azuzada por pol¨ªticos y jueces, el narcisismo regional, la exigua ilustraci¨®n de las clases dirigentes, no es nada m¨¢s, en fin, que pura herencia.
Todo lo cual resulta de haber tenido que cubrir dos siglos en uno solo. Nos quedamos sin siglo XIX, de modo que lo recorrido a partir de 1980 ha sido vertiginoso. Como es l¨®gico, todav¨ªa arrastramos mucha incuria del siglo perdido, la cual afecta a millones de ciudadanos a trav¨¦s de abusivos monstruos feudales como Renfe, las el¨¦ctricas o Telef¨®nica, incapaces de adaptarse a las normas europeas, ya que en lugar de servir a sus clientes son los clientes quienes sirven a estas compa?¨ªas. Un atraso que comparten con partidos pol¨ªticos desprestigiados que se protegen con una especie de sindicalismo vertical. Han aprendido mucho de Italia, tambi¨¦n es cierto.
El cambio m¨¢s evidente y espl¨¦ndido tengo para m¨ª que se ha producido en las ciudades de provincias, las peque?as y las medianas, que hace 40 a?os eran poblachones en los que apenas se ve¨ªa por las calles a unas viejas de pa?oleta negra, labriegos sarmentosos y bobos bizcos, como en las pel¨ªculas de Bu?uel, pero que hoy forman el h¨¢bitat m¨¢s confortable del pa¨ªs.
Ah¨ª es donde la vida resulta ahora m¨¢s civilizada, provechosa y sociable. Casi todas han convertido sus centros hist¨®ricos en peatonales, han reparado los monumentos que se ca¨ªan a pedazos, han abierto espacios para el paseo o la reuni¨®n, han agilizado los servicios y han mejorado enormemente el transporte hacia los centros urbanos decisivos. Yo dir¨ªa que la tarea m¨¢s productiva del periodo democr¨¢tico, hasta hoy, ha sido la redenci¨®n de las ciudades provincianas.
Las grandes urbes, por el contrario, no han logrado hacer m¨¢s f¨¢cil la vida a quienes no tienen m¨¢s remedio que vivir en ellas. Todav¨ªa Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla sufren el caudillaje de los autom¨®viles, la agresi¨®n de los ociosos violentos, el abuso de las compa?¨ªas de servicios, la inepcia de los bur¨®cratas, la impunidad del crimen o el envenenamiento del aire. Aunque hay grandes diferencias, naturalmente.
Barcelona, que hab¨ªa emprendido una senda de regeneraci¨®n bien dirigida por t¨¦cnicos capacitados, ha ca¨ªdo en los ¨²ltimos a?os en un oportunismo de aficionados sin formaci¨®n alguna que la est¨¢ destruyendo como ciudad civilizada. Madrid, por el contrario, ha dejado de ser aquel corral¨®n barroco y es hoy una agradable ciudad neocl¨¢sica. Es cierto que el sentimentalismo de la Gu¨ªa Michelin y su romanticismo filisteo todav¨ªa valoran m¨¢s Gante que Dresde, el g¨®tico que el neocl¨¢sico, pero alg¨²n d¨ªa tendr¨¢ que corregirse, aunque s¨®lo sea por la fatiga que causa la repetici¨®n de un clich¨¦.
Curiosamente, los ciudadanos de Barcelona, ciudad cada vez m¨¢s levantina, es decir, sucia, ruidosa, ineficaz y jaranera, adoran su ciudad y la tienen por la m¨¢s hom¨¦rica de las creaciones, de manera que sus mun¨ªcipes no tienen que hacer absolutamente nada para contentar a una poblaci¨®n que vive en el ¨¦xtasis. Por el contrario, todos los madrile?os con los que he hablado detestan a su ciudad, la odian fieramente, lo que sin duda es un acicate para que los responsables pol¨ªticos y municipales suden para complacer a una ciudadan¨ªa que les est¨¢ escrutando hasta el m¨¢s m¨ªnimo movimiento. Ventajas de aquellos lugares en los que existe oposici¨®n.
Sin embargo, una vez redimidas las provincias, no estar¨ªa mal emprender la reforma de las capitales para hacerlas m¨¢s habitables y racionales, menos cautivas de la corrupci¨®n, el crimen tolerado y el clientelismo. La ruina econ¨®mica va a facilitar, creo yo, esa limpieza municipal. Quiz¨¢s el pr¨®ximo cap¨ªtulo de la democracia espa?ola pase m¨¢s intensamente por esa regeneraci¨®n urbana que por las Cortes.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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