Visi¨®n nocturna en el Matadero
I?igo Manglano-Ovalle crea un juego de espejos en el centro cultural madrile?o en el que la realidad se mira en la ficci¨®n y viceversa
Realidad o ficci¨®n. Es la dicotom¨ªa que subyace a la obra de I?igo Manglano-Ovalle (Madrid, 1961), Nocturno(en tiempo real) , una v¨ªdeo-instalaci¨®n que puede verse desde hoy y hasta el 12 de julio en el espacio Abierto por Obras del Matadero de Legazpi. Se trata de un viaje de ida y vuelta en el que uno entra a tientas en una c¨¢mara oscura -la antigua c¨¢mara frigor¨ªfica del matadero- y adquiere, sin quererlo, una visi¨®n nocturna, verdosa, para contemplar en plena noche un campo de amapolas blancas afganas, las amapolas dormideras. Tras picar un cebo, uno vuelve habiendo comprendido algo: que todo lo que ha visto antes est¨¢ sucediendo en ese mismo momento, que lo que est¨¢ viendo est¨¢ pasando y que la ¨²nica realidad es el tiempo, el presente, del que todos somos part¨ªcipes, por el simple hecho de estar ah¨ª, ahora.
La pieza fue concebida por Manglano-Ovalle all¨¢ por el 2002, cuando ya se hab¨ªa afincado en Chicago. A sabiendas del trasfondo sociopol¨ªtico de sus obras, le pidieron que hiciera algo relacionado con la ocupaci¨®n estadounidense de Afganist¨¢n tras el 11-S. La obra se expuso en el MOMA. Ahora la trae a Espa?a convencido de su vigencia. Y recuerda c¨®mo las retransmisiones b¨¦licas de las principales televisiones americanas incorporaban el color verde de la visi¨®n nocturna a sus emisiones para fortalecer la ilusi¨®n de realidad: "Porque, en verdad, lo que ellos captaban se ve¨ªa en blanco y negro pero sab¨ªan que en el imaginario colectivo, y gracias a Hollywood, se asocia el verde a la visi¨®n del soldado en el combate por la noche, la mayor realidad estaba as¨ª impregnada de ficci¨®n", cuenta. Esa misma ficci¨®n, con todas esas connotaciones, la aplica ¨¦l en esta pieza.
La primera impresi¨®n puede ser puramente est¨¦tica: las im¨¢genes de unas inocentes amapolas mecidas por el viento previo a una tormenta, recreada con una banda sonora. Sin embargo, a medida que uno se adentra en la obra, atraviesa ese inquietante campo de amapolas por la noche, y su visi¨®n se adapta, descubre el origen de la representaci¨®n. Y se encuentra, de pronto, en una especie de juego de espejos en el que la ficci¨®n se mira en la realidad y viceversa. Al fondo, tras las cuatro pantallas dobles con las im¨¢genes de las amapolas y el sonido de la tormenta, una peque?a pantalla emite la imagen de un beb¨¦ dormido. Es Gabriel, el hijo de Manglano-Ovalle, grabado con una c¨¢mara de visi¨®n nocturna mientras dorm¨ªa. La pieza se llama Son¨¢mbulo y es el cebo. Uno se acerca instintivamente a mirarla y siente un haz de luz a su izquierda. Se acerca all¨ª tambi¨¦n y descubre entonces las amapolas "reales". Una estructura las mantiene erguidas y unos ventiladores las agitan levemente mientras unas c¨¢maras las graban y proyectan su imagen en las pantallas del principio. ?Es eso lo que est¨¢ sucediendo! Y, cuando cree haber descubierto "la realidad", y va a tocar la amapola y ve su mano aparecer en las pantallas, descubre que las flores son r¨¦plicas falsas de las afganas dormideras, la materia prima que nutre el gigantesco comercio de hero¨ªna que controlan los talibanes, o se?ores de la guerra.
Las connotaciones b¨¦licas en esta pieza, son m¨¢s fuertes cuando Manglano-Ovalle cuenta c¨®mo hizo la banda sonora, esos truenos y esa lluvia: "Trabajaba mucho en mi barrio de Chicago y un d¨ªa grabando hubo un disparo que qued¨® registrado en mi c¨¢mara. Lo he manipulado hasta la saciedad para construir una tormenta con el sonido de una bala repetido miles de veces", explica.
Por eso, a la vuelta del viaje que propone este artista que ha pasado por ARCO y la bienal de Sao Paulo entre otras muchas reconocidas instituciones, uno no sabe que es m¨¢s ficci¨®n, si la realidad o la ficci¨®n misma, y que lo ¨²nico real es un tiempo, el presente, en busca un sujeto que lo complete.
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