Barcelona-Madrid: desencuentro conyugal
La rivalidad y la complicidad que mantienen las dos ciudades es el tema de un ciclo de conferencias sobre sus relaciones desde la Guerra Civil que se celebra en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid
Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que vi a un barcelon¨¦s perderse en Madrid. No era un visitante ocasional; hab¨ªa estado, por motivos laborales y sentimentales, cientos de veces en la capital. En su desorientaci¨®n cre¨ª sentir no s¨®lo ignorancia o distracci¨®n, sino algo de orgullo y coqueter¨ªa. Una forma extra?a de lealtad. Para mi sorpresa, ¨¦l no era una excepci¨®n. No pocos madrile?os a los que les cont¨¦ el caso, me confesaron que nunca hab¨ªan viajado a Barcelona. En su defensa alegaban que en Par¨ªs, en T¨¢nger o en Filadelfia, se sent¨ªan menos extranjeros que en la Ciudad Condal.
No s¨¦ si el AVE ha terminado con esos dos espec¨ªmenes tan particulares de ciudadanos. Viv¨ª en Espa?a en la ¨¦poca del Puente A¨¦reo y sus perpetuos cambios de horarios y tarifas. Por entonces era m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s corto viajar a Par¨ªs desde Madrid o Barcelona, que viajar de Madrid a Barcelona. Dificultad de conexi¨®n, que present¨ªa quiz¨¢s no era s¨®lo log¨ªstica, sino que ten¨ªa que ver con ese complejo tejido de desconfianzas y malentendidos que jalonan la historia de estas dos ciudades. Desconfianzas y malentendidos que explotan en el f¨²tbol y el encuentro de sus dos equipos s¨ªmbolo, pero que sigue flotando en el d¨ªa a d¨ªa como una delgada niebla que no les permite mirarse y admirarse mutuamente.
Una u otra, nunca las dos. Una maldici¨®n obliga a los hispanos a evitar la pluralidad
A estas dos ciudades no las une el amor, sino el espanto. Por eso se quieren tanto
?Cu¨¢l de las dos ciudades es m¨¢s europea, cosmopolita, vivible, bonita, divertida? ?D¨®nde vas a instalarte si vienes a vivir a Espa?a, cu¨¢l de las dos vas a abandonar cuando te vayas a vivir a la otra? Te preguntan insistentemente los fan¨¢ticos de ambos bandos. Por supuesto, hay barceloneses que aman Madrid y madrile?os que admiran Barcelona, pero incluso los m¨¢s tolerantes, los m¨¢s cosmopolitas, sienten la tentaci¨®n de comparar siempre las dos ciudades a prop¨®sito de cualquier cosa. O es Madrid o es Barcelona, nunca las dos, menos, las dos al mismo tiempo. Una maldici¨®n secular nos hace pensar a los hispanoparlantes que debemos amar y creer en una sola idea, una sola religi¨®n, una sola familia, patria o literatura porque la pluralidad en nuestras sociedades, en nuestras geograf¨ªas, en nuestras historias plurales, es sin¨®nimo de heterodoxia. Heterodoxia es decir herej¨ªa, san Benito, hoguera e Inquisici¨®n.
Eso, de partida, tienen en com¨²n ambas ciudades, el culto a s¨ª misma en contra de la otra. El miedo a esa otra que piensan que puede desdibujar su identidad en vez de afirmarla. De alguna forma resulta inconcebible para la mayor parte de los madrile?os y de los barceloneses que te puedan gustar igualmente dos ciudades tan diametralmente diferentes. Distintas incluso hasta en el clima, el color de sus muros, el ritmo de sus d¨ªas, el tipo f¨ªsico de sus habitantes. M¨¢s all¨¢ de la obvia distancia entre una ciudad que habla catal¨¢n y otra que lo desconoce completamente, son distintas tambi¨¦n en el uso mismo del castellano. Completamente diferentes en su humor, su trazado urbano, sus horarios, sus travestis, sus fines de semana, sus panader¨ªas, sus h¨¦roes y sus bandidos.
Curiosamente, es justamente esa diferencia total la que hace que Madrid y Barcelona sean profundamente compatibles. Porque mientras sus habitantes compiten, las ciudades no lo hacen. El barrio g¨®tico o el Born no tiene equivalentes en un Madrid casi sin Edad Media. Las olas de tejas pardas entre las c¨²pulas barrocas de La Latina no compiten con una Barcelona a la que los Habsburgos parecen apenas haber tocado. El mar que, completamente apaciguado, ba?a Barcelona es justo el que le falta a un Madrid que gobierna una meseta muy lejos de cualquier playa posible. La sierra que refresca el aire de la capital templar¨ªa de manera eficaz la siempre h¨²meda Barcelona expulsado todo virus y contagio.
A no pocos intelectuales barceloneses no les vendr¨ªa mal una temporada en la rugosa Madrid donde todo el mundo viene de lejos, y cambia de nombre y de identidad sin que nadie les culpe por ello. A no pocos madrile?os algo del rigor, algo de la plasticidad, de la luminosidad de Barcelona les dar¨ªa otra dimensi¨®n a sus trabajos. Lo supo hasta Cervantes que mand¨® a sus dos manchegos a dar sus ¨²ltimos combates en Barcelona. Para el artista de cualquiera de las dos ciudades, la otra deber¨ªa ser una asignatura obligatoria sin la cual la comprensi¨®n de lo que es su pa¨ªs, no s¨®lo es incompleta sino falsa y deforme. Una comprensi¨®n falsa y parcial que es muchas veces la de los pol¨ªticos de ambas comarcas, cuando resaltan las diferencias obvias y olvidan las menos obvias semejanzas.
Conocer las dos ciudades es tan importante como comprender la relaci¨®n que las anima y distancia. Esa relaci¨®n, m¨¢s que una u otra ciudad, est¨¢ en el centro de lo que Espa?a es y ha sido. S¨®lo a medianoche, s¨®lo a media voz, los madrile?os y los barceloneses admiten que los liga algo m¨¢s que la costumbre, las leyes o el comercio. M¨¢s que rivales, enemigos o socios, estas dos ciudades son marido y mujer, de esas parejas que se amenazan todos los meses con el divorcio pero que no se separan nunca. Una pareja que se complementa en la diferencia y se necesita porque no se parecen. El gamberro madrile?o que trabaja a escondidas, que bromea, que se r¨ªe, necesita a la gran dama del Mediterr¨¢neo, que vende y compra libros, muebles, afiches, cuadros, colores. La se?ora Barcelona, en la que la seducci¨®n, el color, la apariencia lo es casi todo, pero como tantas damas quiere ser recordada como seria, callada, alemana. Gran se?ora que se complementa, no sin conflicto, con la apurada Madrid en que la est¨¦tica nunca importa demasiado, en que todo se resuelve en cantidad y casi nunca en calidad, en la que todo es ruido y chismes y comidas con infinidad de platos y una cierta sabidur¨ªa de tierra adentro que comprende el tiempo de una manera a veces m¨¢s eficaz que su contraparte.
Los conflictos entre las dos ciudades tienen as¨ª la virulencia, la urgencia, la insubstancialidad de las peleas conyugales. "T¨² me dijiste esto, t¨² esto otro, tu mam¨¢ es insoportable. No me gusta c¨®mo hablas, c¨®mo te vistes, la cara que pones o no pones cuando vienen visitas a la casa". Una pareja en que ambos c¨®nyuges recuerdan de distintas formas el noviazgo y la boda. "T¨² me obligaste, la familia me apur¨®, y yo quer¨ªa mucho m¨¢s a este otro, ese de m¨¢s all¨¢ era el hombre o la mujer para m¨ª". Una pareja que siempre juega con el posible quiebre de su relaci¨®n, que coquetea cada cierto tiempo con el divorcio, pero que cuando se le ofrece el divorcio retrocede, se disculpa, se reconcilia, para volver a pelear apenas consumada la reconciliaci¨®n. Una pareja que sue?a con un amante, otro que disuelva la tensi¨®n, pero que sabe que con nadie m¨¢s que con el otro puede pelear, distanciarse, volver a encontrarse con tanta paz, con tanta intimidad, con tan secreta complicidad.
Un antiguo matrimonio que confiesa seguir juntos s¨®lo por los hijos, pero que de tarde en tarde, cuando nadie los ve, confiesa que hay amor en esa costumbre, que donde las cenizas arden tibiamente, hubo antes fuego. Matrimonio en eterno tironeo, que se da el lujo de dudar y no creer pero que a la hora de los verdaderos conflictos, en el momento de los m¨¢s temidos dolores, est¨¢n milagrosamente juntas. As¨ª en el frente de Madrid y en el de Barcelona en la Guerra Civil, viviendo ambos una resistencia paralela, y paralelos bombardeos, hambrunas, fusilamientos, como recuerda el clico Defensar Madrid ¨¦s defensar Catalunya, cuya tercera cita tiene lugar hoy en el C¨ªrculo de Bellas Artes.
Por m¨¢s que lo intenten, ni una ni otra ciudad puede echarle en cara la guerra a la otra. La Edad Media, el Renacimiento, la Edad Barroca fueron para Madrid y Barcelona experiencias diferentes, el siglo XIX los oblig¨® a mirarse la cara, pero fue el siglo XX, su guerra, su tiran¨ªa, los que los sorprendi¨® entrelazados, sufriendo el mismo dolor, celebrando el mismo olvido.
"No nos une el amor sino el espanto", le dijo alguna vez Borges a Buenos Aires. Puede ser que este sea el n¨²cleo central de cualquier pareja que se respete, unida tanto por el amor como por el espanto ante la soledad y la muerte. A esta pareja, la que forman Barcelona y Madrid, el verso de Borges les sienta a la maravilla. A estas dos formidables ciudades no las une el amor sino el espanto, es por eso -parafraseando nuevamente al poeta argentino- que se quieren tanto.
Rafael Gumucio es escritor chileno. Su novela La deuda (Mondadori) se publica en junio.
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