Farise¨ªsmos
La Iglesia y sus pastores est¨¢n poniendo muy dif¨ªcil las cosas del creer. Especialmente por aquello de servir de ejemplo. No es necesario remontarse a Galileo. Unas veces con sus errores (como le llaman a los casos de pederastia) en EE UU o en Irlanda, con miles de v¨ªctimas. Otras, con las protecciones que han hecho a los sistemas dictatoriales, como ocurri¨® en Espa?a con la dictadura de Franco o como ocurri¨® en Chile con la de Augusto Pinochet. Otras, y no son pocas, con sus opiniones sobre el uso del preservativo. Manifiestan, en contra de las recomendaciones de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, que no hay que usarlo aun con sida, pues -dicen- el uso del cond¨®n no s¨®lo no impide el contagio sino que lo extiende. Es lo m¨¢s grande que jam¨¢s ha dicho un Papa en ?frica y un obispo en Granada. Otras, excomulgando a una ni?a brasile?a de nueve a?os, a sus padres y a los m¨¦dicos que le practicaron un aborto. De los violadores no dijeron nada. Otras, por llevar hasta la obsesi¨®n la sexualidad, hasta arrancarles la dignidad a pecadores diversos.
Con esta realidad, reflejo de la falta de ejemplaridad, hay que tener mucha fe para seguir asistiendo a misa. Hay que aislarse de toda esta influencia de pecado que transmiten estos pastores y de toda su "ejemplaridad", para seguir pensando que de su mano se va a lograr el cielo. Es algo, francamente, esperp¨¦ntico. En el fondo que debe ser algo as¨ª como el alma, no son m¨¢s que actos y ejemplos de soberbia que tapan y esconden a pretexto de la instituci¨®n a la que dicen servir. Lo cierto es que cada vez est¨¢n m¨¢s alejados de la sociedad y, sobre todo, de sus creencias, pues sus ejemplos expresan enajenaci¨®n sin necesidad de muchas palabras. Y si no, un ejemplo m¨¢s:
Esta semana pasada, no hace falta ir m¨¢s lejos en el tiempo, la Polic¨ªa Local de Isla Mayor ha tenido que echar abajo a machetazos la casa del p¨¢rroco. La raz¨®n, ayudar a una mujer que se encontraba herida y que el p¨¢rroco se negaba a abrir la puerta. Todo apunta, seg¨²n testimonios de vecinos y polic¨ªa, a un nuevo caso de violencia de g¨¦nero. Una violencia de la que algunos curas, que tambi¨¦n son hombres y malnacidos en estos casos, por mucho celibato que les adorne formalmente, no son ajenos. La situaci¨®n, dentro de su extrema gravedad, como lo es siempre que una mujer sufre violencia por su condici¨®n de mujer, expresa algunas de las reflexiones anteriores. Que la Iglesia oficial, y el Ca?izares de turno, ante hechos de esta naturaleza cometidos presuntamente por un p¨¢rroco guarda silencio, los minimiza o, d¨ªas m¨¢s tarde, nos suelta una de la p¨ªldora del d¨ªa despu¨¦s para hablar de que al p¨¢rroco le entr¨® el demonio pero que ya lo han exorcizado (de la mujer normalmente no dicen nada), y puede seguir dando misa pero en otro pueblo. Otra, que la Iglesia, la oficial, la instituci¨®n, est¨¢ por encima de las personas, y hay que seguir ganando el cielo, como la ganaba la Guardia Civil en tiempos de la dictadura con el Todo por la Patria, como si las personas no fueran las que les forman el cuerpo de la Iglesia y la patria. Otra, y pienso que es la m¨¢s importante por lo que expresa, los novios pudieron casarse porque al p¨¢rroco suspendido, que no a divinis, le hab¨ªa sustituido el vicario. Gracias a que los novios se enteraron de la detenci¨®n -el cura ya estaba en libertad- y buscaron ayuda para unirse en matrimonio, santo. A veces, y ¨¦sta es otra de ellas, no entiendo demasiado bien esto de la Iglesia oficial, y la forma que tiene de transmitir lo religioso. Entre sus silencios, cuando sus miembros cometen actuaciones aberrantes, las justificaciones de estas mismas aberraciones y sus anatemas, no me extra?a que s¨®lo les vayan quedando bodas, bautizos, funerales, la casilla de los impuestos y a los novios alguien que les case. Con la falta que hace aunque sea un poco de ayuda espiritual, con la falta que hace y resulta que la ¨²nica instituci¨®n gratis que ten¨ªamos para escucharnos, aunque sea en confesi¨®n, se nos llena de algunos malnacidos. Tantos, que los buenos p¨¢rrocos, que los hay, pueden empezar a sentirse avergonzados de ser parte de toda esa basura institucional en la que algunos quieren convertir la Iglesia.
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