La tragedia de Brown
Ha intentado imitar a su predecesor, Tony Blair, un populista teleg¨¦nico. Pero ha fallado
Cuando Gordon Brown y Barack Obama dieron una rueda de prensa conjunta a finales de marzo, durante una cumbre convocada por el G-20 para buscar soluciones a la crisis econ¨®mica mundial, el primer ministro brit¨¢nico dej¨® al presidente de Estados Unidos en la sombra. Obama, por una vez, no estuvo muy fino. Hubo una pregunta en especial, una enga?osamente sencilla, que le constern¨®: ?qu¨¦ le recomendar¨ªa a los ciudadanos, ahorrar o gastar?
Obama inici¨® un aparatoso circunloquio, intentando ganar tiempo para clarificar sus ideas, pero no logr¨® dar con una f¨®rmula convincente. Entonces respondi¨® Brown. Breve, claro, al grano, dijo que la responsabilidad de los Gobiernos consist¨ªa en tomar las medidas adecuadas para que los ciudadanos pudiesen decidir con confianza cual de las dos opciones era la que m¨¢s les conven¨ªa.
Intelectualmente es un coloso. Pero cuando intenta una de sus jugadas populacheras, nadie le cree
Brown, que tres semanas antes hab¨ªa recibido 17 ovaciones durante un triunfante discurso ante el Congreso estadounidense, es un gran cerebro -tan c¨®modo leyendo las obras de Shakespeare como las de Marx o Adam Smith- y, en el ¨¢mbito de los actuales jefes de Gobierno, un peso pesado mundial. En Reino Unido lo identifican como un big beast, una gran bestia, nombre que la clase pol¨ªtica reserva para las figuras intelectualmente m¨¢s dotadas del Parlamento de Westminster. Pero entonces, ?c¨®mo se explica su calamitosa impopularidad, tanto con el electorado como dentro de su propio partido laborista? ?Por qu¨¦ siete ministros han dimitido en diez d¨ªas, en un intento de derrocarle? ?C¨®mo es que en las elecciones europeas el partido gobernante cosech¨® un denigrante 16% del voto, claro indicativo de que las pr¨®ximas elecciones generales, el a?o que viene a m¨¢s tardar, ser¨¢n una cat¨¢strofe para los laboristas?
Evidentemente, la crisis econ¨®mica iba a poner a la defensiva a cualquier l¨ªder que haya estado en el poder los ¨²ltimos dos a?os y m¨¢s si, como en el caso de Brown, anteriormente fue ministro de finanzas durante 10. Tampoco han ayudado las recientes revelaciones de abusos de los fondos oficiales por parte de los parlamentarios brit¨¢nicos. Pero aqu¨ª no est¨¢ la ra¨ªz del problema, ya que el p¨²blico brit¨¢nico parece haber concluido que la crisis obedece a una l¨®gica global de la que nadie se ha salvado, y que los diputados conservadores tambi¨¦n han ca¨ªdo en la corrupci¨®n. El problema radica en la figura de Brown, en un defecto en su personalidad que le convierte casi en una figura tr¨¢gica, en el sentido cl¨¢sico -griego- de la palabra. Es un hombre extraordinariamente inteligente y de buena voluntad, considerado como tal incluso por sus detractores de la derecha, pero cuando lleg¨® a la cima de su carrera pol¨ªtica sali¨® a la luz un defecto en su cuadro psicol¨®gico que le ha llevado hoy al borde del precipicio pol¨ªtico, que ha convencido a todo el mundo, sin excluir a su propio partido, de que no tiene la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de mantenerse en el Gobierno cuando llegue la hora de presentarse ante el electorado.
Hay una cita de Shakespeare que Brown, con toda seguridad, se sabe de memoria. "Ante todo, s¨¦ fiel a ti mismo, y a eso seguir¨¢, como la noche sigue al d¨ªa, que no ser¨¢s falso con nadie". Brown no ha sido fiel a s¨ª mismo. Desde que lleg¨® al poder ha intentado ser alguien que no es. Ha intentado imitar a su predecesor, Tony Blair, un populista teleg¨¦nico. Pero no le sale. Brown es, por naturaleza, un personaje adusto y reservado que, vi¨¦ndose obligado a conectar con los gustos de las masas, ha ca¨ªdo en demagogias baratas y poco cre¨ªbles, como declarar en p¨²blico que escucha la m¨²sica de una de las bandas indie de moda, los Arctic Monkeys; como decir que disfruta de un programa de televisi¨®n cazatalentos de enorme difusi¨®n llamado The X Factor; como aparentar que es tal su fascinaci¨®n por Susan Boyle, la escocesa que salt¨® a la fama mundial tras su aparici¨®n como cantante en otro concurso de talento televisivo brit¨¢nico, que cuando ¨¦sta cay¨® enferma la semana pasada ¨¦l personalmente llam¨® por tel¨¦fono para ver c¨®mo estaba.
Abundan ejemplos como estos de Brown intentando dar la impresi¨®n de que es "uno de los nuestros", otro brit¨¢nico m¨¢s, cuando todos los brit¨¢nicos saben perfectamente bien que no lo es, que por elecci¨®n personal aborrece la idea de malgastar un minuto de su vida viendo un programa de cazatalentos, que es un hombre cuyo entorno natural ser¨ªa una ¨ªntima cena entre catedr¨¢ticos en una ilustre universidad. La consecuencia es que cuando le da por intentar una de sus jugadas populacheras, nadie le cree. La gente ve que no est¨¢ siendo fiel a s¨ª mismo y sacan la conclusi¨®n, invirtiendo la l¨®gica de la frase de Shakespeare, de que es un hombre falso, de poco fiar. Lo cual es injusto, pero as¨ª se transmiten las im¨¢genes de los pol¨ªticos en la era de la televisi¨®n y de Internet. Antes, cuando los pol¨ªticos se comunicaban con el p¨²blico a trav¨¦s de la radio, Brown podr¨ªa haber pasado a la historia como uno de los grandes l¨ªderes del siglo. Pero ahora que se anatomiza cada tic de la personalidad de cada figura p¨²blica, la imagen de Brown se diluye cada d¨ªa.
Es una exageraci¨®n concluir, como algunos han hecho, que Brown padece una especie de autismo. Tiene sentido del humor, e incluso no duda en re¨ªrse de s¨ª mismo. El a?o pasado provoc¨® carcajadas cuando declar¨®, con una media sonrisa: "No entr¨¦ en la pol¨ªtica para ser popular, ?menos mal!". Pero esa faceta de Brown se suele ver con m¨¢s frecuencia en privado. En televisi¨®n se le ve demasiadas veces tieso, torpe, como luchando consigo mismo para transmitir un campechanismo que no posee.
Y nunca lo posey¨®. Su infancia y adolescencia lo marcaron como una persona introvertida y distante. Reino Unido es uno de los pa¨ªses del mundo en los que menos se practica la religi¨®n, pero su padre fue un cl¨¦rigo de la austera Iglesia presbiteriana que inculc¨® en ¨¦l h¨¢bitos puritanos de trabajo y de poca expresividad emocional. El ejemplo paterno dio fruto en los estudios del joven Gordon: a los 15 a?os aprob¨® los ex¨¢menes para ingresar en la Universidad de Edimburgo. Poco despu¨¦s sufri¨® un accidente cuando jugaba al rugby que le dej¨® ciego. Pas¨® varias semanas tumbado en la cama sin poder ver, convencido de que nunca volver¨ªa a hacerlo, hasta que un cirujano le hizo una delicada operaci¨®n en la retina que le permiti¨® recuperar la vista en un ojo. Con el otro nunca ha vuelto a ver.
Si Brown opt¨® por ingresar joven en las filas del partido laborista fue en parte, como ¨¦l ha dicho, por la estima y gratitud que sentir¨¢ siempre hacia el sistema gratuito de salud p¨²blica que le salv¨® de la ceguera total. Ha dedicado toda su vida adulta al servicio p¨²blico. Fue un brillante ministro de finanzas, reconocido como tal por los propios funcionarios del ministerio, que le despidieron hace dos a?os cuando asumi¨® el cargo de primer ministro con aplausos y l¨¢grimas, y por economistas de la talla del premio Nobel Paul Krugman, que le admira. Pero, en los tiempos que corren, no tiene madera para estar donde est¨¢. No deber¨ªa hab¨¦rselo buscado; deber¨ªa haber o¨ªdo los consejos, algo malignos, del c¨ªrculo ¨ªntimo de Tony Blair, que lo declararon "psicol¨®gicamente inadaptado" para asumir el liderazgo del Gobierno.
Eso s¨ª: intelectualmente, al lado de Blair, Brown es un coloso. En las reuniones de los l¨ªderes del G-20, incluso con Obama presente, encuentra refugio en su conocimiento superior; es la gran bestia que eclipsa a todos en la habitaci¨®n. Pero al salir a la luz del d¨ªa y enfrentarse al gran p¨²blico sus limitaciones como comunicador y sus inseguridades como persona se ven a flor de piel. Si ¨¦l mismo se hubiera enfrentado a esas limitaciones e inseguridades, si la ambici¨®n no le hubiera cegado como una vez lo hicieron sus ojos, no hubiera dado el paso a la presidencia de Gobierno y la historia lo hubiera recordado como un gran servidor p¨²blico en vez de como un pol¨ªtico incapaz.

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