Ida y vuelta
Se conocieron en 1988.
Entonces los dos eran muy j¨®venes, ¨¢giles, flexibles, guapos. ?l, hijo de un h¨²ngaro y una bonaerense, con el pelo muy negro y la piel muy blanca, los ojos rasgados, levemente asi¨¢ticos, y los brazos largos, las piernas tambi¨¦n largas, esbeltas, parec¨ªa un guerrero t¨¢rtaro. Ella, hija de un andaluz y una andaluza, con el pelo casta?o, la piel sonrosada, era redonda y dulce, fresca y crujiente como una manzana. ?l se fij¨® en ella nada m¨¢s entrar en el tren. Ella tard¨® mucho m¨¢s en descubrirle, porque se qued¨® dormida antes de que la locomotora saliera de la estaci¨®n de Viena.
En 1988, cuando se conocieron, ¨¦l viv¨ªa en Londres, con su novia, e iba a Budapest con mucha frecuencia. Hasta entonces hab¨ªa vivido en Palermo, Buenos Aires, con su madre y su marido, argentino tambi¨¦n, pero nunca hab¨ªa perdido el contacto con su padre, que durante muchos a?os hab¨ªa cruzado el Atl¨¢ntico todos los veranos para ir a verle desde Berl¨ªn Occidental, donde viv¨ªa entonces con su nueva mujer, alemana, hasta que a finales de 1986 decidi¨® volver a Hungr¨ªa, porque no quer¨ªa perderse lo que estaba pasando en su pa¨ªs.
"Se despidieron con un largo beso de amor antes de subirse a dos aviones distintos"
Ella viv¨ªa en Madrid, pero en aquel momento no sab¨ªa d¨®nde. Cuando se larg¨® de casa, dos semanas antes, viv¨ªa en el barrio de la Prosperidad, hasta donde hab¨ªa llegado desde Getafe, su ciudad natal, en pos de su novio, que acababa de dejarla por otra. Puedes quedarte aqu¨ª todo el tiempo que quieras, le hab¨ªa dicho ¨¦l, condescendiente, no necesito el piso hasta septiembre, pero ella no hab¨ªa querido aceptar. Hab¨ªa hecho las maletas, hab¨ªa guardado en cajas de cart¨®n sus pocas posesiones, y le hab¨ªa pedido a una amiga que se las guardara. Despu¨¦s hab¨ªa sacado del banco la parte que le correspond¨ªa del dinero que hab¨ªan ido ahorrando para comprar un piso, se hab¨ªa sacado un billete de avi¨®n y se hab¨ªa ido a Austria, como Jo, la de Mujercitas. Viena le hab¨ªa gustado mucho, pero no se hab¨ªa divertido. Estaba triste, de mal humor, no conoc¨ªa a nadie, y cuando alguien se le acercaba en alg¨²n caf¨¦, acababa emborrach¨¢ndose y habl¨¢ndole de su novio. No era plan, pero volver a Madrid lo era menos, y por eso, de perdida al r¨ªo, hab¨ªa decidido irse a Budapest. Y nadie le hab¨ªa advertido de que iban a pedirle un visado para entrar en el pa¨ªs.
No le entiendo, no le entiendo, sorry, sorry, le dijo al guardia que le vomitaba encima una cascada de palabras amenazadoras e incomprensibles, hasta que aquel bendito acento porte?o conquist¨® sus o¨ªdos. Pero no te apures, yo te explico, yo te ayudo... En aquel instante le cogi¨® de la mano y no se la solt¨® hasta que se despidieron en el aeropuerto de Viena, dos semanas despu¨¦s. Entretanto, despu¨¦s de hacerle el visado en el puesto de frontera, la llev¨® a casa de su padre, que viv¨ªa con una h¨²ngara que podr¨ªa ser su hija, la instal¨® en la habitaci¨®n de la buhardilla, se instal¨® con ella y le ense?¨® Budapest. Comieron goulasch, fueron a las termas, pasearon por el palacio de Sissi, por el barrio jud¨ªo, por la plaza de los H¨¦roes, vieron la colecci¨®n de pintura espa?ola de los Esterhazy y todas las noches, antes de dormir, se fumaron un pitillo mirando el Danubio. Ella se enamor¨® de ¨¦l, aunque sab¨ªa que aquella historia no iba a ninguna parte. ?l se enamor¨® de ella, aunque sab¨ªa que no iba a ir a ninguna parte con aquella historia. Fueron muy felices, y se despidieron con un largo beso de amor antes de subirse a dos aviones distintos, sabiendo que nunca jam¨¢s volver¨ªan a verse.
Tres meses despu¨¦s, en Nochevieja, ella tuvo la debilidad de llamarle. Feliz 1989. ?l no contest¨®. Claro, pens¨® ella, ?y qu¨¦ iba a hacer? En 1991, la chica con la que ¨¦l viv¨ªa en Londres le dej¨® por otro, mientras ella conoc¨ªa al hombre de su vida. En Nochevieja fue ¨¦l quien llam¨®. Feliz 1992. Ella no contest¨®. Claro, pens¨® ¨¦l, ?y qu¨¦ iba a hacer? La semana pasada, los dos se encontraron de repente, al pasar el control de seguridad de la T-4. ?l se estaba poniendo el cintur¨®n cuando la vio. Ella, que se pon¨ªa el reloj, tard¨® m¨¢s tiempo en reconocerle.
-Hola -dijo ¨¦l.
-Hola -contest¨® ella-, ?c¨®mo est¨¢s?
-Bien, yo... S¨ª, ?y t¨²?
-Bien tambi¨¦n.
Luego, la mujer de ¨¦l le pregunt¨® en ingl¨¦s con qui¨¦n hablaba, mientras el marido de ella la cog¨ªa del brazo para llevarla hacia los ascensores. Ninguno de los dos volvi¨® la cabeza para mirar al otro al alejarse. Los dos se arrepintieron despu¨¦s de no haberlo hecho.
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