Conversaci¨®n en Roma
Ustedes ver¨¢n que una conversaci¨®n de hace m¨¢s de 30 a?os y en la que no intervino ning¨²n ciudadano chileno puede tener una relaci¨®n curiosa con los sucesos del Chile de estos d¨ªas. Son las burlas o las verdades de la historia, que no se repite nunca, o que m¨¢s bien se repite siempre, aunque con otras formas, otros disfraces, otras apariencias.
La conversaci¨®n mencionada tuvo lugar a fines de 1973, en pleno oto?o romano, entre el novelista colombiano Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, de paso en aquella ciudad, y Enrico Berlinguer, cabeza entonces del Partido Comunista de Italia, el PCI. La conozco en una versi¨®n que me entreg¨® el propio Garc¨ªa M¨¢rquez en Barcelona, pocos d¨ªas m¨¢s tarde. El novelista lleg¨® indignado por las noticias que recib¨ªa de Chile, por las torturas, los desaparecidos, la muerte de V¨ªctor Jara, y su ira marc¨® los primeros momentos de la charla. Pero la reacci¨®n de Berlinguer, a pesar de que compart¨ªa el rechazo de los atropellos que se comet¨ªan entre nosotros, fue por otro lado.
A diferencia del socialismo, el comunismo chileno no hizo ninguna renovaci¨®n
?l cre¨ªa que los latinoamericanos ten¨ªan raz¨®n en su actitud de emoci¨®n, de agitaci¨®n, pero pensaba que ellos, la gente de la izquierda italiana, ten¨ªan tambi¨¦n la obligaci¨®n de analizar el fen¨®meno de la ca¨ªda de Allende con la cabeza m¨¢s fr¨ªa, tratando de entender sus causas profundas y de evitar que el fen¨®meno, un golpe militar en un pa¨ªs de antigua tradici¨®n democr¨¢tica, pudiera repetirse.
No s¨¦ si la conversaci¨®n entre Garc¨ªa M¨¢rquez y Berlinguer pas¨® de ah¨ª. No recib¨ª m¨¢s informaciones y detalles acerca de su contenido. Pero poco despu¨¦s escuch¨¦ mencionar en Espa?a la nueva tesis de los comunistas italianos, la del compromiso hist¨®rico, y de inmediato empec¨¦ a atar cabos. No pretendo explicar la tesis de Berlinguer y de su partido en forma completa, exhaustiva. S¨®lo me limito a entregar algunos elementos de juicio.
Hay una reflexi¨®n general que recuerdo muy bien, que me impresion¨® en ese momento y que me sigue impresionando, y que se basaba en forma directa en la reci¨¦n transcurrida y fracasada experiencia de la Unidad Popular. No era posible, seg¨²n ella, hacer grandes transformaciones revolucionarias en una sociedad determinada a partir de una simple mayor¨ªa electoral num¨¦rica. Por el contrario, era necesario alcanzar un fuerte compromiso entre diversas fuerzas de la sociedad, un acuerdo global que implicaba cambios internos en cada sector, acercamientos, concesiones: en suma, una negociaci¨®n colectiva de gran envergadura y que deb¨ªa desembocar en un amplio consenso. De ah¨ª, la noci¨®n del compromiso hist¨®rico que presid¨ªa aquella tesis. Fuerzas como la Iglesia, la democracia cristiana, el comunismo, los intelectuales, el Ej¨¦rcito, ten¨ªan queacercarse entre ellas y elaborar un programa com¨²n de progreso pol¨ªtico, econ¨®mico, social. Si no se produc¨ªa un acercamiento de esta naturaleza, el PCI pod¨ªa ganar en elecciones normales, por algunos votos, a la democracia cristiana, fen¨®meno que en la Italia de aquellos a?os no era en absoluto imposible, pero ese triunfo, por s¨ª solo, no le permitir¨ªa introducir cambios fundamentales en la vida italiana sin correr el riesgo de llegar a un desenlace a la chilena.
Me pregunto ahora si la tesis de Berlinguer, que sin duda fue conocida y discutida por los exiliados chilenos en la Europa de esos a?os, influy¨® de alguna manera, por alguna v¨ªa, en las ideas que dieron origen a nuestra Concertaci¨®n. Berlinguer pensaba que las fuerzas del establishment en Italia ten¨ªan que cambiar, pero tambi¨¦n estaba convencido de que el comunismo de su pa¨ªs se encontraba en la obligaci¨®n de renovarse y desmarcarse en forma clara de las tendencias que todav¨ªa dominaban en el bloque sovi¨¦tico. Por eso divulgaba tambi¨¦n, junto con sus compa?eros espa?oles, el concepto de eurocomunismo, diferente del que se respiraba en Europa del Este y en Mosc¨².
En el caso de Chile, la renovaci¨®n del socialismo, que en los a?os de Allende hab¨ªa seguido una l¨ªnea dura, fue complicada, laboriosa, lenta, llena de divisiones. El comunismo criollo, en cambio, se redujo a su expresi¨®n m¨¢s m¨ªnima, pero no hizo ning¨²n intento serio de renovaci¨®n interna, de adaptarse a las nuevas corrientes y las nuevas aperturas. Una expresi¨®n de esto, evidente, inequ¨ªvoca, es su actitud incondicional, nunca sometida a la menor autocr¨ªtica, frente al castrismo.
Alguien me comenta que en la sede del partido, en Santiago, hay una enorme fotograf¨ªa de Fidel Castro desplegada en la recepci¨®n. No me extra?a en lo m¨¢s m¨ªnimo. Las autoridades partidarias han declarado por la prensa este a?o, a vista y paciencia nuestra, ante nuestros o¨ªdos un tanto incr¨¦dulos, que en Cuba existe una libertad de expresi¨®n completa y una democracia profunda, aunque diferente de las que se conocen en el mundo occidental. Regresamos, pues, a los distingos cl¨¢sicos, doctrinarios, entre libertades burguesas o formales y libertades reales, y entre democracias igualmente burguesas y democracias populares, como las de la antigua Alemania del Este, Bulgaria, Checoslovaquia, etc¨¦tera.
En su origen, la Concertaci¨®n era una alianza entre socialistas renovados, liberales que hab¨ªan sido contrarios a la dictadura y democratacristianos. La exclusi¨®n de sectores de extrema izquierda r¨ªgidos, ajenos a la menor apertura, partidarios ac¨¦rrimos, incondicionales, del castrismo, ten¨ªa una raz¨®n de ser. Se trataba de alcanzar un consenso amplio, de centro-izquierda, que facilitara nuestro camino a una democracia moderna, desarrollada, de ra¨ªz humanista. Cuando se daban los primeros pasos en esa direcci¨®n, hab¨ªa un ambiente de entusiasmo, un fervor que sobrepasaba de lejos los c¨¢lculos de cada c¨²pula partidaria. Nadie puede negar que esa atm¨®sfera euf¨®rica de los comienzos, esa "alegr¨ªa que ven¨ªa", se hicieron humo.
Hay razones s¨®lidas, desde luego, para intentar que las minor¨ªas pol¨ªticas adquieran una representaci¨®n proporcional en el Parlamento. Pero aqu¨ª me permito dar un par de opiniones personales. Cuando el centro- izquierda nuestro luchaba en forma pol¨ªtica, legislativa, intelectual, en todas sus tribunas, contra el sistema electoral binominal, ganaba votos. La derecha, en cambio, con su tozudez, su obstinaci¨®n, su defensa cerrada de una herencia directa del pinochetismo, los perd¨ªa.
Ahora, el centro-izquierda elude el combate de fondo y hace una "alianza instrumental" con el PC, una formaci¨®n que todav¨ªa no descuelga su retrato simb¨®lico del comandante Fidel Castro, que pronto va a quedar colocada, no se sorprendan ustedes, a la izquierda de Ra¨²l Castro.
En este proceso ¨²ltimo, creo francamente que pierde votos la Concertaci¨®n y que muchos de esos votos, quiz¨¢ no todos, se van a la candidatura de Sebasti¨¢n Pi?era. Me puedo equivocar, claro est¨¢. Escribo a pocas horas de la divulgaci¨®n de la encuesta del CEP, en estado de relativa inocencia. Pero pienso, precisamente en mi inocencia, que las alianzas instrumentales nunca han sido exclusivamente instrumentales.
Ya se habla de una coalici¨®n nueva, destinada a gobernar en el bicentenario. ?Nueva, me pregunto, con nuestro viejo comunismo, con Fidel Castro, con los nost¨¢lgicos del estalinismo? Mis dudas son muy serias. Temo que los or¨ªgenes pol¨ªticos, intelectuales, antidictatoriales, libertarios, de la Concertaci¨®n, se hayan perdido lamentablemente de vista. Pero no pierdo la esperanza de que el esp¨ªritu que ten¨ªan los proponentes del compromiso hist¨®rico, los de los primeros y notables pasos de la Concertaci¨®n, se recupere pronto.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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