El cesarismo democr¨¢tico en Am¨¦rica Latina
La ¨²ltima campa?a electoral ha confirmado en la Argentina el papel inagotable del cesarismo en las naciones que a¨²n tienen instituciones d¨¦biles en Am¨¦rica Latina. Es decir, casi todas.
Si se toma la definici¨®n de Antonio Gramsci, "el cesarismo expresa siempre la soluci¨®n arbitraria, confiada a una gran personalidad, de una situaci¨®n hist¨®rico-pol¨ªtica caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectivas catastr¨®ficas".
Para el marxista italiano puede haber cesarismos progresistas -Julio C¨¦sar y Napole¨®n I- o regresivos -Napole¨®n III y Bismarck-, pero en todos los casos se trata de una salida encabezada por un l¨ªder militar, aunque no s¨®lo militar, a una situaci¨®n desesperada y excepcional.
Ch¨¢vez no es el ¨²nico heredero de la idea del caudillo ganador de elecciones. Ah¨ª est¨¢n Uribe y Kirchner
De ah¨ª que la figura -ll¨¢mese cesarismo, bonapartismo, bismarckismo- sea tan familiar en Am¨¦rica Latina, donde, desde las revoluciones independentistas, la mayor parte de las naciones, castigadas por sucesivas crisis pol¨ªticas y escenarios de transici¨®n, conocieron m¨¢s caudillos que soluciones institucionales.
Esas tierras han sido f¨¦rtiles en aut¨®cratas de gran popularidad que, en los tiempos modernos, han ido expandiendo y afianzando su poder mediante el control de la corrupci¨®n, de la polic¨ªa y de la facultad para repartir los recursos del Estado como les conviene.
No hay mayor s¨ªmbolo de cesarismo democr¨¢tico que el r¨¦gimen del venezolano Juan Vicente G¨®mez, uno de cuyos ministros, Laureano Vallenilla Lanz, estableci¨® la validez del t¨¦rmino en un libro de 1919. G¨®mez inspir¨® a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez el personaje del dictador de su sexta novela, El oto?o del patriarca, y es la encarnaci¨®n favorita del hombre fuerte de las tierras pobres para artistas pl¨¢sticos como Fernando Botero y Pedro Le¨®n Zapata.
Cuando llegu¨¦ a Venezuela en 1975, la figura de G¨®mez segu¨ªa ocupando el centro de la imaginaci¨®n nacional, y ahora, que ha encontrado en Hugo Ch¨¢vez a su mejor disc¨ªpulo, casi no pasa semana sin que la oposici¨®n invoque el t¨¦rmino. G¨®mez creci¨® al lado de su predecesor, Cipriano Castro, quien inici¨® el siglo XX enfrentando una poderosa amenaza internacional al no poder pagar la deuda contra¨ªda con empresas extranjeras expropiadas. Buques de bandera inglesa, italiana y alemana bloquearon el puerto de La Guaira en 1902 y Venezuela logr¨® zafarse de la asfixia cuando invoc¨® la Doctrina Drago, que dictamina la ilegalidad del cobro violento de las deudas por parte de las grandes potencias en detrimento de la soberan¨ªa, estabilidad y dignidad de los Estados d¨¦biles.
Al convertirse en adalid del nacionalismo, G¨®mez pudo dar el salto a la vicepresidencia. Cuando Cipriano Castro debi¨®
someterse a una cirug¨ªa delicada en Alemania, lo traicion¨® con un golpe que lo instal¨® en la jefatura del Gobierno durante 27 a?os. All¨ª, en el sill¨®n patriarcal, muri¨® en 1935.
Su ide¨®logo Vallenilla Lanz, un soci¨®logo positivista, intent¨® argumentar que pueblos como el venezolano no estaban capacitados para respirar una atm¨®sfera republicana; s¨®lo "el gendarme necesario" -como defini¨® a su modelo de C¨¦sar- pod¨ªa sacarlos de la miseria y de la anomia. Dictamin¨® que "el Caudillo constituye la ¨²nica fuerza de conservaci¨®n social" y que "el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor" es una necesidad fatal "en casi todas estas naciones de Hispanoam¨¦rica, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta".
Como eficaz vocero de la ideolog¨ªa oficial, Vallenilla Lanz no se refiere a G¨®mez en su ensayo de manera directa. Se ampara en cambio en la figura tutelar de Sim¨®n Bol¨ªvar, quien propuso la presidencia vitalicia. Escribe que Bol¨ªvar "nunca abrig¨® la m¨¢s ligera esperanza" de que "aquellas constituciones de papel" pudieran establecer el orden. Sus cr¨ªticos, como el exiliado R¨®mulo Betancourt, del Partido Revolucionario Venezolano -luego presidente constitucional-, lo llam¨® "Maquiavelo tropical empastado en papel higi¨¦nico". Lejos de ofenderse, Vallenilla Lanz agradeci¨® la comparaci¨®n con el autor de El Pr¨ªncipe.
Ch¨¢vez no es el ¨²nico heredero de la idea de un C¨¦sar avalado peri¨®dicamente por elecciones libres. Decidido a concentrar f¨¦rreamente todo el poder en sus solas manos, lleva por ahora 10 a?os en el Gobierno, el mismo tiempo que Carlos Menem.
Figuras como Alberto Fujimori o ?lvaro Uribe, por distintas que sean, han visto en la perpetuaci¨®n presidencial el veh¨ªculo para modelar sus pa¨ªses a la medida de sus deseos. Qu¨¦ decir de Fidel Castro, quien no logr¨® hallar un sucesor que no llevara su sangre.
Si Brasil ha logrado superar, con los Gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y Luiz In¨¢cio Lula da Silva, la herencia del autoritarismo populista de Getulio Vargas, en la Argentina el ejemplo de Per¨®n impregna demasiado al partido que ¨¦l fund¨® y que ya se confunde con el Estado.
Ayudan, y mucho, las torpezas de una oposici¨®n que muestra menos inter¨¦s en la construcci¨®n de la democracia que en el asalto a los privilegios que confiere la cosa p¨²blica, as¨ª como parece tener menos convicci¨®n para reintegrar a los marginales al mundo de la ciudadan¨ªa que en reemplazar a un firmante de los Decretos de Necesidad y Urgencia por otro que haga lo mismo.
N¨¦stor Kirchner, como G¨®mez, ha intentado prolongar sus planes de hegemon¨ªa altern¨¢ndose con sus parientes en el Gobierno, tal como hizo al decidir la candidatura de la actual presidenta, su mujer. Ahora sale a defender el modelo agitando el fantasma de un conflicto de intereses entre grupos y clases que s¨®lo una figura providencial, el C¨¦sar, podr¨ªa contener. "Tengan en claro", declar¨® el l¨ªder del justicialismo antes de las elecciones de este domingo pasado, "que (...) no es una elecci¨®n m¨¢s. O es la vuelta al pasado para tratar de imponer proyectos que no tienen nada que ver con el pueblo, o es la consolidaci¨®n de un proyecto nacional y popular que devuelva la justicia social".
Ese juego al todo o nada fue explotado ya por Carlos Menem en 2003. Es, de alguna manera, el juego bonapartista, una de las formas del cesarismo. Luego de las revoluciones de 1848, Luis Bonaparte fue elegido -el primer voto universal en Europa- presidente de la Segunda Rep¨²blica Francesa. Sus constantes convocatorias a referendos desnaturalizaron la representatividad republicana y cimentaron su popularidad. El 2 de diciembre de 1851 aplast¨® a la creciente oposici¨®n mon¨¢rquica al llamar a un plebiscito con la pregunta "?Quer¨¦is ser gobernados por Bonaparte? ?S¨ª o No?". Un a?o m¨¢s tarde, previa reforma constitucional, se convirti¨® en emperador autoritario.
La presidenta Cristina Fern¨¢ndez conoce bien la historia de Napole¨®n III, pues ha citado la obra de Carlos Marx sobre su golpe de Estado, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, evocando la famosa frase seg¨²n la cual, cuando la historia se repite, primero lo hace como tragedia y luego como farsa. La influencia del estilo cesarista de su marido, para quien disentir equivale a traicionar, amenaza la estabilidad institucional tanto como la falta de ideas de la oposici¨®n.
Desde su p¨²lpito partidario, el ex presidente Kirchner no ha vislumbrado otros futuros que el caos o la continuidad del modelo impuesto por la voluntad del C¨¦sar. Nada se ha empobrecido tanto en la Argentina como la imaginaci¨®n de sus pol¨ªticos.
? 2009, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez. Distribuido por The New York Times Syndicate.
Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, escritor y periodista argentino, ha sido galardonado recientemente con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo a su trayectoria profesional.
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