Sempr¨²n y Kak¨¢
Un lunes de 1954, Jorge Sempr¨²n, comunista clandestino en Espa?a que se hac¨ªa llamar Federico S¨¢nchez, desayunaba en una cafeter¨ªa de Madrid. Los veinte parroquianos que fumaban a su alrededor, discut¨ªan sobre el h¨¦roe del momento, el futbolista Alfredo Di St¨¦fano.
Federico pregunt¨®:
- ?Qui¨¦n es Di St¨¦fano?
Todas aquellas bocas entusiastas expresaron con silencio su estupor. Un espa?ol, despu¨¦s de un partido como el que jug¨® anoche Di St¨¦fano, no sab¨ªa qui¨¦n era el h¨¦roe de aquel tiempo. Sempr¨²n percibi¨® enseguida que su ignorancia comportaba un riesgo cierto para un clandestino. Necesitaba saber qui¨¦n era Di St¨¦fano para seguir subsistiendo como clandestino en aquella Espa?a de Franco y de f¨²tbol.
Pensaba en esto anteanoche, mientras ve¨ªa discutir sobre Kak¨¢ a los contertulios del programa Madrid opina, de Telemadrid. Joaqu¨ªn Leguina dec¨ªa lo mismo que dice, con raz¨®n, Jorge Valdano: el f¨²tbol forma parte de la sociedad del espect¨¢culo, como la Bolsa, o el arte, de modo que no hay que asustarse por el dinero que cuestan ahora los futbolistas. Ni porque sean los h¨¦roes de la gente.
Hubo alguno en esa tertulia que dijo que Kak¨¢ era como Pollock, cuyos cuadros ("que cualquiera podr¨ªa pintar": a¨²n se escuchan cosas as¨ª en las ondas) valen tanto o m¨¢s que Kak¨¢ o que Cristiano. Eso no es cierto, dijo Leguina: el pobre Pollock gan¨® dinero con su arte... pero despu¨¦s de muerto.
Parece que el f¨²tbol amansa al menos las tertulias. Ah¨ª, donde se suelen enfrentar como moros y cristianos, de pronto se suaviz¨® el tono y hablaron de f¨²tbol y de arte sin buscar en el adversario el error de ser del otro bando. No era un grader¨ªo, es cierto, pero eran espa?oles, y parec¨ªan hablar en paz.
Fue el milagro de Kak¨¢. Nadie ignora quien es este muchacho. Hasta Sempr¨²n lo sabe, y lo hubiera sabido en 1954 si la tele lo hubiera repetido con tanta profusi¨®n como ahora.
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