Con la m¨²sica a otra parte
Los ayuntamientos andan tan mal de cuartos que pr¨¢cticamente han cerrado el grifo y ya casi no gastan en contratar grupos musicales para darles brillo a sus fiestas veraniegas. El dato m¨¢s rotundo que ofrece ARTE, una asociaci¨®n que agrupa a unos 400 representantes y t¨¦cnicos del sector, es que los presupuestos de los ayuntamientos se han reducido un 60% en relaci¨®n con el a?o anterior en el apartado destinado a sufragar conciertos. Los m¨²sicos pueden, pues, barajar varias opciones: a) quedarse en casa a dieta; b) bajar sus cach¨¦s, o c) dedicarse a otro oficio, y que no sea (por favor) el de promotor de conciertos. Y es que s¨®lo a ¨¦stos les puede ir peor que a los propios m¨²sicos.
Amaral o El Canto del Loco, por ejemplo, ya han bajado sus tarifas. Forman parte de ese selecto club de grandes grupos que en los ¨²ltimos veranos ten¨ªan entre 40 y 60 conciertos y que este a?o no pasan de 15. Si los m¨²sicos lo tienen cada vez m¨¢s complicado para vender sus discos, ya que todo el mundo se los piratea por Internet, ahora tampoco van a tenerlo f¨¢cil para subirse a un escenario. El mal, que es el mismo en ambos casos (que el p¨²blico se acostumbre a no pagar por disfrutar de la m¨²sica), tiene en el caso de los bolos veraniegos una larga historia detr¨¢s.
Se cuenta que todo comenz¨® cuando Tierno Galv¨¢n, siendo alcalde de Madrid hace ya m¨¢s de un cuarto de siglo, destin¨® una parte de las arcas p¨²blicas a contratar a grupos y cantantes para que hicieran felices a los habitantes de la villa y corte, que no ten¨ªan as¨ª que gastarse un duro para mover el esqueleto o tararear su cantinela preferida. La idea pudo ser buena. Lo malo es que se convirti¨® en la ¨²nica idea buena, y los ayuntamientos se lanzaron al frenes¨ª de hacer felices a sus ciudadanos (y votantes) con la varita m¨¢gica de la m¨²sica en directo.
Resultado: se hundieron las iniciativas privadas (?qu¨¦ promotor y qu¨¦ local van a conseguir cobrar por lo que el Ayuntamiento da gratis?), y la f¨®rmula se convirti¨® en una perversi¨®n m¨¢s del sistema: o los ayuntamientos apoquinan, o v¨¢yanse con la m¨²sica a otra parte. Ahora que se ha llegado a ese punto, se ve que en este pa¨ªs no hay una m¨ªnima infraestructura que sostenga sin dineros p¨²blicos una oferta musical decente. Un desastre.
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