El espejo roto de Camps
El 'caso G¨¹rtel' ha puesto en entredicho la imagen de honestidad y austeridad que el presidente de la Generalitat valenciana ha cultivado desde hace a?os. Ahora se enfrenta a un posible juicio con jurado por un supuesto delito de cohecho. Nadie, salvo ¨¦l, le ve igual
El espejo se ha roto. Durante a?os reflej¨® la imagen de un hombre maduro que en agosto cumplir¨¢ 47 a?os, honrado, austero, afable y cercano a la gente. Capaz de identificarse con los problemas de sus convecinos y, lo que resulta m¨¢s dif¨ªcil, capaz de resolverlos. Una persona sencilla, accesible. Uno de los nuestros. Casado, padre de tres hijos, seguidor fervoroso del Valencia CF, un hombre religioso, de los de misa dominical, licenciado en derecho que, en lugar de ejercer la abogac¨ªa, eligi¨® desde muy temprana edad la carrera pol¨ªtica que ha recorrido con notable ¨¦xito. Tanto, que en la actualidad es presidente de la Generalitat valenciana y hasta hace nada, hasta que en el espejo se detect¨® la primera fisura, uno los pol¨ªticos m¨¢s influyentes y con mayor futuro en el Partido Popular.
El actual vicepresidente del Poder Judicial fue quien le fich¨® para Alianza Popular y le dio las llaves de la sede
?Qu¨¦ ha ocurrido para que el austero Camps pueda acabar en el banquillo? Las fuentes coinciden: vanidad
Zaplana no soport¨® la autonom¨ªa pol¨ªtica de Camps tras haberle designado como heredero en la Comunidad
Se mira en un espejo en el que s¨®lo se ve ¨¦l. Por eso no percibe sombras tan turbias como la de Carlos Fabra
Ahora, ese hombre que, a base de autodisciplina y autocontrol, consigue que sus gestos sean suaves, sus formas amables y su sonrisa afectuosa est¨¢ a un paso de sentarse en el banquillo de los acusados por un presunto delito de cohecho pasivo impropio. Una figura jur¨ªdica que se introdujo en el art¨ªculo 426 de la reforma del C¨®digo Penal realizada en noviembre de 1995 referida a los cargos p¨²blicos que admitan "d¨¢divas o regalos que le fueren ofrecidos en consideraci¨®n a su funci¨®n". Y Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, no se explica por qu¨¦ estas cosas le pasan a ¨¦l que, cada ma?ana, cuando se levanta y se mira en el espejo, ve a un hombre honrado, austero y afable. Y, como no lo entiende, las pocas veces que habla sobre el caso en el que est¨¢ implicado dice cosas como: "Quedan uno o dos escaloncitos y entonces toda esta cuesti¨®n tan extra?a, tan absurda y tan estrafalaria habr¨¢ pasado".
"Esta cuesti¨®n" es, nada menos, su imputaci¨®n en un presunto delito de cohecho a cuenta de los trajes que le regal¨® la red corrupta ligada al PP conocida como el Caso G¨¹rtel. Una implicaci¨®n a la que Camps, de puertas afuera y dentro de su partido, siempre quit¨® importancia. Primero se mostr¨® convencido de que no se admitir¨ªan a tr¨¢mite las investigaciones efectuadas por el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garz¨®n; luego, que no le imputar¨ªan, y m¨¢s tarde, que se archivar¨ªan las diligencias en su contra. Nunca crey¨® que "el ratito largo" que augur¨® en una de sus comparecencias en las Cortes Valencianas fuera a ser tan largo. De hecho, todav¨ªa no cree que est¨¦ pasando lo que le est¨¢ pasando. Cuando se refiere a su imputaci¨®n como "esa cosa extra?a", expresa su percepci¨®n de la realidad. Un catedr¨¢tico de psicolog¨ªa social de la Universidad de Valencia opina que Camps "se siente ajeno y distanciado de lo que est¨¢ ocurriendo. No lo entiende ni lo asimila. ?l trabaja por el bien com¨²n, por la verdad y le contestan con inculpaciones. La sensaci¨®n de extra?amiento implica una p¨¦rdida de identidad. Camps no se reconoce en lo que dicen de ¨¦l porque no hablan de ¨¦l. Hablan de otro".
El hombre que se mira al espejo, agrietado desde que el 6 de febrero el juez Garz¨®n abri¨® una investigaci¨®n por una trama de corrupci¨®n ligada a cargos del PP, empez¨® en pol¨ªtica muy joven. Una tarde de verano de 1982, poco antes de matricularse en tercero de derecho, se dirigi¨® a la sede de Alianza Popular en Valencia para afiliarse y se qued¨® con las llaves de la sede. Un hecho nada ins¨®lito en una ¨¦poca en que la derecha valenciana se encontraba hu¨¦rfana de bases y de apoyos sociales. El actual vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial, Fernando de Rosa, tras abrirle la ficha de militante, se las entreg¨®. En ese momento inici¨® un largo y trabajoso camino en el seno del PP que le llevar¨ªa desde la base hasta la c¨²pula. Su primer trabajo institucional, en 1983, consisti¨® en ser el asistente de un concejal de la oposici¨®n, y luego, en una r¨¢pida sucesi¨®n de cargos a partir de 1991: concejal de Tr¨¢fico, primer teniente de alcalde y concejal de Hacienda en el Ayuntamiento de Valencia; diputado en el Congreso por Valencia, consejero de Cultura, secretario de Estado en el Ministerio de Administraciones P¨²blicas, de nuevo diputado y vicepresidente de la Mesa del Congreso de los Diputados, delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana y, por fin, presidente de la Generalitat en 2003. Camps es el paradigma del pol¨ªtico: nunca ha sido otra cosa.
En mayo de 2003 el mundo (valenciano) estaba en sus manos: "Ser presidente de la Generalitat es lo m¨¢s importante que puede ser un valenciano", dijo entonces. Aquel alumno de los jesuitas, que en su etapa de estudiante de derecho fue el animador de una tertulia pol¨ªtica en el bar El Agujero, que se encontraba a espaldas de la facultad, en la que participaban dos amigos suyos, Gerardo Camps y Esteban Gonz¨¢lez Pons, se sent¨ªa el hombre m¨¢s feliz de la tierra. La amistad del triunvirato se prolongar¨ªa en la pol¨ªtica. Gerardo Camps, que fue secretario de Estado en el Ministerio de Trabajo con Eduardo Zaplana, ha formado parte de todos los gobiernos auton¨®micos de Francisco Camps y ahora es vicepresidente econ¨®mico del Consell. Gonz¨¢lez Pons, que tambi¨¦n form¨® parte del gobierno valenciano, ahora es diputado nacional y portavoz de la ejecutiva del PP de Mariano Rajoy.
Francisco Enrique Camps Ortiz hered¨® su primer nombre de su padre y el segundo de su abuelo. La familia procede de Poble Nou, una pedan¨ªa de Valencia situada en plena huerta, donde todav¨ªa se vive en alquer¨ªas y desde donde el abuelo del presidente se trasladaba en tartana hasta el Ateneo Mercantil, en la ciudad de Valencia. El iaio Enrique viv¨ªa en la alquer¨ªa de Felip junto con sus seis hermanos y sus padres. All¨ª trabaj¨® en la huerta como labrador, al tiempo que participaba en la gesti¨®n de la l¨ªnea de autob¨²s Valencia-Burjassot que explotaba la familia. Persona emprendedora, emigr¨® a Argentina y a su regreso fund¨® la empresa Transportes Camps, que cubr¨ªa el trayecto Valencia-Madrid. Su nombre figura entre los fundadores del Valencia CF, que contribuyeron a la construcci¨®n del estadio de Mestalla en 1923.
El presidente de la Generalitat siempre se ha mostrado orgulloso de sus or¨ªgenes. Valenciano por nacimiento, valencianista en la versi¨®n m¨¢s rom¨¢ntica del concepto e hincha del Valencia CF -"tanto como ser jefe del Consell, me gustar¨ªa ser presidente del Valencia", ha confesado en alguna ocasi¨®n-, Camps fue el primer mandatario auton¨®mico que realiz¨® su discurso de investidura ¨ªntegramente en valenciano, jurando su cargo sobre la Constituci¨®n, el Estatuto de Autonom¨ªa, un ejemplar de Els Furs (Los Fueros) de Jaime I y una Biblia. En estos cuatro vol¨²menes se condensa su visi¨®n de la pol¨ªtica y de la vida.
Los primeros 100 d¨ªas de su mandato estuvieron marcados por la autoexigencia de desmarcarse del estilo de su antecesor, Eduardo Zaplana. Donde antes hubo boato, soberbia, ambici¨®n desmedida, gusto por el gasto y ausencia del idioma valenciano, Camps apost¨® por la sobriedad ("m¨¢s importante que la ampliaci¨®n del museo del IVAM es la construcci¨®n de escuelas", dijo Gonz¨¢lez Pons, por entonces consejero de Educaci¨®n), la cercan¨ªa (era f¨¢cil verle por la calle paseando con su esposa tras acudir con sus hijos a la cabalgata de Reyes) y un valencianismo militante. Si Zaplana apoy¨® la fusi¨®n de las cajas valencianas, Camps defendi¨® lo contrario y si aqu¨¦l ten¨ªa una visi¨®n laxa del presupuesto, ¨¦ste cre¨® una comisi¨®n delegada de asuntos econ¨®micos para controlarlo.
Tanta autonom¨ªa pol¨ªtica fue insoportable para Zaplana, quien confiaba en controlar, con el mando a distancia desde el Ministerio de Trabajo, al bon xiquet (buen chico) que hab¨ªa designado como heredero. La tensi¨®n entre ambos lleg¨® a ser tan brutal que Camps se plante¨® muy seriamente dimitir. La intervenci¨®n de destacados barones del PP valenciano, entre ellos Carlos Fabra, y de alg¨²n notable de la burgues¨ªa valenciana fren¨® la crisis. Camps atraves¨® un aut¨¦ntico calvario, con los zaplanistas amagando constantemente con desestabilizar su gobierno y con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar acus¨¢ndole poco menos que de catalanista por su valencianismo.
Parad¨®jicamente, la derrota del PP en marzo de 2004 fue la v¨¢lvula de escape de un presidente que no pod¨ªa controlar todos los fuegos internos. A partir de esa fecha se produce un punto de inflexi¨®n, un giro de 180 grados. Camps, tan sumiso ante el gobierno de su partido, construye un discurso que todav¨ªa hoy es imbatible por la oposici¨®n socialista. Recupera su discurso valencianista, al que a?ade, no gotas, sino litros de medievalismo en los que combina religi¨®n, historia -con dos velas a Jaime I y una a El Cid- y literatura -Ausi¨¤s March y Joanot Martorell, nada de Joan Fuster ni de Vicent Andr¨¦s Estell¨¦s-; construye un argumentario victimista contra Zapatero, del que la reivindicaci¨®n del agua, las infraestructuras y la financiaci¨®n auton¨®mica eran sus ejes centrales, y descubre que los fastos que tanto criticaba a Zaplana dan un r¨¦dito pol¨ªtico impagable. Las apuestas por la Copa del Am¨¦rica, la puesta en marcha del Palau de les Arts, la Volvo Ocean's Race, la f¨®rmula 1, la visita del Papa... Nada es bastante para un bar¨®n territorial que ha conseguido matar a su padre pol¨ªtico y que, tras su m¨¢scara de bon xiquet, se muestra como un pol¨ªtico cori¨¢ceo, ambicioso y mejor estratega de lo que muchos imaginaban.
La s¨ªntesis de modernidad, tradici¨®n y autoestima, acompa?ados de un endeudamiento sin tasa, el crecimiento econ¨®mico que proporciona el urbanismo salvaje, m¨¢s una oposici¨®n desnortada conseguir¨¢n que en las elecciones auton¨®micas de 2007 Francisco Camps alcance el 53,3% de los votos, el mejor resultado de la historia en la Comunidad Valenciana. Es su momento de gloria. Nada ni nadie es capaz de prever hasta d¨®nde puede llegar en pol¨ªtica el bon xic de Poble Nou. Uno de sus m¨¢s estrechos colaboradores dir¨¢ en ese momento: "Lo hemos conseguido, el PP es a la Comunidad Valenciana lo que Converg¨¨ncia a Catalu?a". La conclusi¨®n es simple: Camps es Jordi Pujol, quien ataque a Camps, atacar¨¢ a Valencia.
Tal es su poder y su capacidad de influencia que todos los analistas pol¨ªticos le incluyen en las quinielas para sustituir a Mariano Rajoy al frente del PP si ¨¦ste tiene que abandonar la presidencia del partido. Pero no es el caso. Camps, que como gobernante es un Don Tancredo de la pol¨ªtica, sabe muy bien c¨®mo moverse en su partido. Tiene estrategia y piensa a medio y largo. Un a?o antes de la confrontaci¨®n entre Esperanza Aguirre y Rajoy de cara al ¨²ltimo congreso nacional del PP, sab¨ªa muy bien a qui¨¦n no ten¨ªa que apoyar: a la presidenta de Madrid. Su apuesta era Rodrigo Rato o Ruiz Gallard¨®n, pero nunca lo dijo. En ausencia de ambos se volc¨® con Mariano Rajoy.
El congreso del PP en Valencia ser¨¢ su c¨¦nit pol¨ªtico. El hombre que se maneja como pocos entre las cruj¨ªas de su partido, que se ha movido con la habilidad de un saltimbanqui de un puesto a otro en su mete¨®rica carrera, parece imparable. Obsesivo y met¨®dico, corrige sus ciclotimias con un autocontrol f¨¦rreo, tiene al partido en un pu?o, salvo Alicante, donde los zaplanistas resisten con una escasa pero suficiente mayor¨ªa. Act¨²a sin complejos. Y si cuando lleg¨® al poder en 2003 so?¨® una televisi¨®n auton¨®mica p¨²blica, plural y profesional y en valenciano, ahora no le importa que se la considere como una de las m¨¢s sectarias de Espa?a. Incluso parece que le gusta. Se siente omnipotente.
Y esa prepotencia ser¨¢ la causa de sus actuales desgracias.
El espejo en el que se mira el hombre que se ve a s¨ª mismo como una persona honrada y austera se agrieta un poco m¨¢s cuando EL PA?S publica el 19 de febrero que el fiscal implica al presidente de la Generalitat en la trama del Caso G¨¹rtel; se rompe cuando este peri¨®dico da a conocer sus conversaciones con ?lvaro P¨¦rez, cabecilla en la Comunidad Valenciana de la red corrupta, en las que Camps trata de "amiguito del alma" al empresario al que su gobierno le ha adjudicado cerca de ocho millones de euros en contratas (un empresario valenciano con muchos lustros dir¨¢ tras leer la transcripci¨®n "[Camps] habla como un pijo"); y se caer¨¢ al suelo hecho a?icos el 6 de julio cuando el auto del magistrado del TSJ de la Comunidad Valenciana Jos¨¦ Flors desmonte toda la estrategia del pol¨ªtico, confrontando los hechos: las empresas de la trama corrupta hicieron frente a los gastos de vestuario y de zapatos de Camps, frente a sus palabras: "Yo me pago mis trajes".
?Qu¨¦ ha ocurrido para que el honrado y austero Francisco Camps pueda acabar sentado en el banquillo de los acusados por la comisi¨®n de un presunto delito de cohecho pasivo impropio? La mayor parte de las fuentes consultadas coinciden en una misma palabra: vanidad, y en un mismo nombre: ?lvaro P¨¦rez.
El Bigotes. En el PP valenciano reniegan de la hora en que Ricardo Costa -hermano del ex ministro de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, Juan Costa, diputado auton¨®mico desde 1993 y persona de la absoluta confianza de Camps, quien le hizo secretario general del PP valenciano en 2007- puso en contacto a Camps con ?lvaro P¨¦rez. Ocurri¨® a principios de 2006. En julio de ese a?o el Papa iba a venir a Valencia a celebrar el Encuentro Mundial de las Familias y el presidente valenciano sinti¨® la necesidad de contar con un vestuario adecuado para la ocasi¨®n. Costa, que conoc¨ªa con anterioridad a los responsables de la trama, como se ha comprobado por las grabaciones efectuadas a sus cabecillas, puso en contacto a los dos personajes.
P¨¦rez despleg¨® todos sus encantos, halag¨® la vanidad del presidente, le convenci¨® de la necesidad de disponer de unos ternos m¨¢s adecuados a su situaci¨®n social y Camps, que hasta entonces se hac¨ªa sus trajes en El Corte Ingl¨¦s de Valencia, se fue de la mano de P¨¦rez a Madrid, donde cambi¨® de tienda y de sastre, cayendo, en palabras de una persona pr¨®xima al presidente, "en manos de un pelota profesional que explot¨® todas sus debilidades".
Camps conoci¨® a El Bigotes en 2006, aunque cuando estall¨® el esc¨¢ndalo sufri¨® una amnesia temporal, borrando de su memoria a su "amiguito del alma" hasta que la publicaci¨®n en EL PA?S de unas conversaciones telef¨®nicas pusieron en evidencia la estrecha relaci¨®n que ambos hab¨ªan establecido a lo largo de dos a?os. Qued¨® claro que P¨¦rez obsequi¨® con regalos de mucho valor -"te has pasado 20 pueblos"- a la mujer. Tanto se hab¨ªa pasado que ¨¦sta dijo que se los iba a devolver: "No, en serio, no me los voy a quedar".
Pero antes de la relaci¨®n personal con Camps, ?lvaro P¨¦rez se hab¨ªa instalado profesionalmente en Valencia. Orange Market se hab¨ªa registrado en julio de 2003 en Algemes¨ª, una ciudad de 28.000 habitantes situada a 40 kil¨®metros de la capital. La filial de la trama corrupta del PP empez¨® a trabajar para el PP y la Generalitat, a la que lleg¨® a facturar cerca de ocho millones de euros en diversas contratas. La relaci¨®n de El Bigotes con el partido era muy estrecha, tanto que entraba y sal¨ªa como Pedro por su casa de la sede regional del PP y ten¨ªa un acceso f¨¢cil al Palau de la Generalitat. En el seno del Gobierno y del PP valenciano, P¨¦rez ten¨ªa fama de ser un profesional competente.
Pero vanidad m¨¢s amistades peligrosas no tienen por qu¨¦ ser sin¨®nimos de corrupci¨®n. No, al menos, para alguna gente. "Paco", dice una fuente del PP, "no se vender¨¢ jam¨¢s por dinero; pero hay algo que le puede: el halago, le encanta que le hagan la pelota y tiene debilidad por la ropa". Dentro del PP, partidarios y detractores del presidente coinciden en subrayar que Camps sigue siendo una persona honrada. Una persona cercana a Eduardo Zaplana es categ¨®rica: "Camps no es maleable en sus convicciones. Es mucho m¨¢s duro de lo que aparenta, nunca se relaja y no es comunicativo, pero no es un tipo de llev¨¢rselos". Los m¨¢s cr¨ªticos no le ahorran puyas por la deriva que ha seguido en estos ¨²ltimos a?os: "Ha pecado de soberbia. Tiene el pecado capital de la vanidad". "C¨®mo va a entender lo que le pasa si se cree omnipotente", comenta un destacado cargo del PP. "El poder se le ha subido a la cabeza. Se ha visto cerca del Papa, mantiene relaciones fluidas con presidentes de empresas que cotizan en Bolsa, Ecclestone condiciona la celebraci¨®n de un campeonato de f¨®rmula 1 a su elecci¨®n... Est¨¢ tan por encima del bien y del mal que por eso se equivoc¨® al negar sus relaciones con ?lvaro P¨¦rez y negar lo de los trajes".
No es ¨¦sta la opini¨®n de un estrecho colaborador del presidente valenciano: "El mejor de la historia en nuestra Comunidad. Un hombre que pone los intereses generales por encima de los particulares. V¨¦ase c¨®mo ha afrontado el tema de las c¨¦lulas madre. Por sus creencias deber¨ªa de haber frenado su investigaci¨®n; pero ha apostado por facilitarla".
?ngel Luna, portavoz socialista en las Cortes Valencianas, no se cree la imagen de bon xic ni la del personaje honesto y austero. "?Es deshonesto? Con lo que sabemos no se puede sostener la imagen de austeridad ni de honestidad. ?Buen chico? Es un bonapartista, si por ¨¦l fuera no se convocar¨ªan ni elecciones. Es un personaje con un tremendo apego al poder que desprecia todas las opiniones que no sean las suyas. Implacable contra quienes cree que son sus adversarios. No repara en ning¨²n tipo de manipulaci¨®n. Miente, oculta y amenaza. Tiene todas las caracter¨ªsticas de una persona autoritaria".
El espejo en el que se miraba Camps desde que empez¨® en pol¨ªtica est¨¢ roto. Partidarios y adversarios lo saben. Como lo saben los empresarios que acuden a los actos p¨²blicos y le aplauden para que la demora en los pagos de la Generalitat no se alargue en demas¨ªa.
Pero no est¨¢ tan claro que lo sepa el personaje que en ¨¦l se mira. Est¨¢ convencido, "sabe", que al final se le absolver¨¢. El catedr¨¢tico de psicolog¨ªa ve en Camps a una persona "entregada a una causa, consistente en salvar Valencia, hacerla m¨¢s honesta y m¨¢s aut¨¦ntica. Pero sus creencias, m¨¢s que sociales o pol¨ªticas, son religiosas. Cuanto m¨¢s duro sea el camino, m¨¢s valioso ser¨¢ el esfuerzo. Camps se ve a s¨ª mismo como un bon xic que tiene un gran destino por delante que debe cumplir. Salvo que se rompa por el camino".
El personaje se mira en un inexistente espejo en el que s¨®lo se ve ¨¦l. Tal vez por eso no percibe las sombras que le rodean y que ha tolerado y apoyado a lo largo de sus a?os de mandato. Pol¨ªticos tan turbios como Carlos Fabra y otros implicados en m¨²ltiples esc¨¢ndalos de corrupci¨®n con los que convive sin aparentes muestras de incomodidad.
Cuando se tiene un destino hist¨®rico, y Camps siente que lo tiene, todo lo dem¨¢s es accesorio.
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