Leyendo
Para intentar que no se siga confundiendo la lengua con la escritura: la lengua (recu¨¦rdalo, lector) no es de nadie, y se le da a cualquiera sin distinci¨®n de clase o sexo, el solo invento que no se vende, gratuito m¨¢s que el agua o que el aire: la escritura, en cambio, tiene due?o: es de los se?ores, de los sacerdotes y, bajo el r¨¦gimen democr¨¢tico, de todo el que en la escuela la haya adquirido, sabiendo que vale mucho y que s¨®lo con ella puede manejarse en este mundo y ganar puestos en la escala de la sociedad; como que escritura es la cultura, y en ella est¨¢ el comienzo mismo de la historia: de lo de antes, de cuando habr¨ªa por ah¨ª hablando gente, sin huella y registro escrito, no se sabe.
Mientras me afeito canturreo tiradas de Homero, Saf¨®, Horacio, fray Luis, Machado, Unamuno...
Esta diferencia parece clara, ?no? Y, sin embargo, habr¨¢n de seguirse confundiendo, porque es que el Orden Social, y uno mismo en sus adentros, tiene sumo inter¨¦s y gran empe?o en que se confundan, esto es, en que la lengua no sea otra cosa que la escritura, la cultura, que es lo que ellos saben y manejan, y aun le ponen reglas y lo pagan debidamente, mientras que descubrir lo que ni uno ni sus amos saben, que hay algo por debajo de lo sabido y que uno (ni sus amos) no sabe lo que hace cuando habla, y que habla as¨ª de bien gracias a que no lo sabe, eso (?verdad, lector?) es algo peligroso, y por lo tanto se rehuye.
Algo hay que aclarar en este trance: que es que domina mucho la idea de separar lo que hacen otros medios, como la televisi¨®n ante todo, y contraponerlo con la escritura y la lectura, y as¨ª, con la mejor intenci¨®n, se lanzan campa?as a favor de la lectura contra la entrega a la pantalla de televisores y ordenadores; pero no es as¨ª: todos los medios de formaci¨®n de personas, por im¨¢genes "que dicen m¨¢s que mil palabras" o por conversi¨®n de las palabras (escritas) en n¨²meros de c¨®digos digitales, no son m¨¢s que desarrollos de la escritura, y se sobreponen igualmente a la lengua viva; tambi¨¦n, a su modo, las grabaciones de la voz, que ya, al reproducirse, no pueden decir acaso algo, sino s¨®lo lo que est¨¢ dicho.
?Es esto un desprecio de la lectura? No, lector: ni siquiera esto mismo que te escribo habr¨ªa alcanzado a descubrirlo sin la ayuda de algunas cosas que de vez en cuando se han dejado escribir los pocos sabios que en el mundo han sido; ni aun la voz de aquellos que, como S¨®crates o Cristo, sent¨ªan ya la traici¨®n de la escritura y la rechazaban, habr¨ªa llegado hasta nosotros a no ser por medio de los escribidores, Plat¨®n o los evangelistas: de tantas contradicciones estamos hechos, y gracias por ello a los ¨¢ngeles sin nombre que se nos entrecruzan por el camino.
Pero ¨®yeme, lector, si puedes, todav¨ªa un poco: es cierto que, ya de hace siglos, se nos ha impuesto la t¨¦cnica de leer con los ojos, sin musitar siquiera con los labios, y hasta la habilidad de leer en diagonal, de un vistazo, p¨¢ginas enteras; pero eso no quita, ni acaba de matarlo nunca, la posibilidad de leer en voz alta, esto es, de devolver las palabras escritas a los aires.
Todav¨ªa no hace mucho (hasta el triunfo casi global, hace cosa de un siglo, del r¨¦gimen democr¨¢tico) duraba en las escuelas mismas la costumbre de que los ni?os aprendieran de memoria f¨¢bulas u otras poes¨ªas que pudieran luego recitar en alta voz y hasta uno solo musit¨¢rselas a s¨ª mismo de vez en cuando; y duraba en algunos sitios la tradici¨®n de poes¨ªa popular (es decir, an¨®nima), no s¨®lo de canciones o baladas, sino tambi¨¦n de largas epopeyas; que, aunque a veces se anotaran para ayuda de la memoria, volv¨ªan a vivir en el canto o recitado; y hasta, ?qu¨¦ diablos!, yo mismo (ya ves, lector, c¨®mo es uno de viejo y fiel) no hago m¨¢s que arrancar de los escritos donde las he aprendido largas tiradas de Homero, Saf¨®, P¨ªndaro, Virgilio, Horacio, fray Luis de Le¨®n, Machado, Unamuno..., para echarlas al aire mientras me afeito o canturre¨¢rmelas para adormecerme un poco al estr¨¦pito de la feria.
Claro est¨¢, lector, que, al leer as¨ª, al volver de la escritura a la lengua viva y dejar a las palabras libres por el aire, ellas van inevitablemente a mudarse, a olvidarse de la fidelidad a lo escrito y venir a dar, con m¨¢s o menos aciertos o desgracias, en incesantes variaciones, como s¨®lo en variaciones la poes¨ªa an¨®nima viv¨ªa: ¨¦se es el peligro de esta manera de leer, y ¨¦sa es (o ?qu¨¦ otra cosa te cre¨ªas?) la libertad; la de las palabras, hombre.
Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo es catedr¨¢tico em¨¦rito de Filolog¨ªa Cl¨¢sica de la Universidad Complutense de Madrid.
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