Nunca debajo de una mujer
Con frecuencia reflexiono sobre c¨®mo se educa en territorio mafioso: en esos lugares, una gran parte de la formaci¨®n del hombre y la mujer pasa a trav¨¦s de la sexualidad. Quiz¨¢s nada explique mejor el c¨®digo sexual que rige en esas tierras que la imposibilidad de que ning¨²n ¨¢mbito se sustraiga a la l¨®gica f¨¦rrea de pertenencia, jerarqu¨ªa, poder, control territorial. Reglas complejas, ritos rigurosos, v¨ªnculos inquebrantables. Una sintaxis inflexible y eternamente id¨¦ntica regula desde la adolescencia el comportamiento sexual de los mafiosos.
"Nunca debajo de una mujer" es el imperativo con el que se educa. Si mientras haces el amor, decides estar debajo, est¨¢s eligiendo someterte incluso en la vida de todos los d¨ªas. "Nunca sexo oral". Recibirlo es l¨ªcito, hac¨¦rselo a una mujer es de "perros". A este viejo c¨®digo se atiene todav¨ªa gran parte de las nuevas generaciones de adeptos, obsesionados no s¨®lo por su virilidad, sino tambi¨¦n por c¨®mo ejercerla. Hacerlo de acuerdo con esas r¨ªgidas reglas se convierte en un rito con el que reafirman su poder. Unas normas claras e indelebles que est¨¢n vigentes en casi todas las zonas de la N'drangheta, Camorra, Mafia y Sacra Corona Unida y que significan algo m¨¢s que el simple espejo de una cultura machista.
Te?irse el cabello equivale a una silenciosa confesi¨®n de traici¨®n
Intentar seducir o ser seducido puede ser fatal, una condena a muerte
Para las mujeres todo es mucho m¨¢s complejo. Es un mantenerse en precario equilibrio entre modernidad y tradici¨®n, entre jaula moralista y total libertad para afrontar asuntos de negocios. Pueden ordenar una muerte pero no pueden permitirse tener un amante o abandonar a un hombre. Pueden decidir invertir en un sector del mercado pero no maquillarse cuando su hombre est¨¢ en la c¨¢rcel. Vestirse con elegancia, maquillarse mientras su marido est¨¢ encarcelado quiere decir que lo hacen para otros. Te?irse el cabello equivale a una silenciosa confesi¨®n de traici¨®n. La mujer existe s¨®lo con relaci¨®n al hombre. Sin ¨¦l, es como un ser inanimado. Un ser demediado. Durante los juicios, no es raro ver a mujeres en los espacios reservados al p¨²blico mandar besos o simples saludos a los acusados que est¨¢n en las peceras blindadas. Son sus mujeres, aunque muchas veces parecen sus madres. Si, cuando te cruzas con ellas por la calle, van bien vestidas, cuidadas, maquilladas, significa que su hombre est¨¢ cerca, est¨¢ libre y manda. Y al mandar refleja su poder sobre su mujer. Sin embargo, las mujeres de los jefes encarcelados, desali?adas hasta volverse invisibles, son las que muchas veces, de forma vicaria, mandan m¨¢s.
En tierra criminal, todas las historias de las mujeres se parecen, tanto si tienen un destino tr¨¢gico como si logran sobrevivir en la normalidad. En general, marido y mujer se conocen desde adolescentes y contraen matrimonio a los veinte o a los veinticinco a?os. Casarse con la chica que se conoce desde peque?a es fundamental, siempre que sea virgen. Es imposible sustraerse a esta praxis. Y quien crea que puede librarse de ella, est¨¢ equivocado. Incluso cortejar es marcar territorio. Acercarse a una mujer significa correr el riesgo de invadir territorio ajeno.
En 1994, Antonio Magliulo de Casal di Principe intent¨® cortejar a una chica, pariente de un hombre del clan de los Casalesi y que estaba prometida a otro miembro del clan. Magliulo le hac¨ªa muchos regalos e, intuyendo que quiz¨¢s la chica no estaba muy contenta con su boda, insist¨ªa. Estaba enamorado de esta mujer mucho m¨¢s joven que ¨¦l y la cortejaba como es habitual en su tierra: bombones Baci Perugina por San Valent¨ªn, un cuello de piel de zorro en Navidad y, siempre, postegge, es decir, como un poste esper¨¢ndola a la puerta del trabajo. Un d¨ªa, en pleno verano, un grupo de afiliados del clan de Schiavone le cit¨® en la playa de Castelvolturno para aclarar ciertas cosas. Ni siquiera le dejaron hablar. Mauricio Lavoro, Giuseppe Cecoro y Guido Emilio le dieron un golpe en la cabeza con un palo con clavos, le ataron y le metieron arena en la boca y en la nariz. Cuanta m¨¢s arena tragaba para respirar, m¨¢s le met¨ªan. Muri¨® ahogado por una pasta de arena y saliva que se le hab¨ªa solidificado en la garganta. Fue condenado a muerte por cortejar a una mujer m¨¢s joven, consangu¨ªnea de un importante afiliado, y prometida. Cortejar, pedir una cita, pasar una noche juntos es compromiso, riesgo, responsabilidad.
Cuando ante el tribunal, los arrepentidos contaron estos y otros asuntos semejantes tratando de vencer la incredulidad de los jueces, dieron una explicaci¨®n que es una s¨ªntesis inigualable: "Se?or juez, aqu¨ª follar es peor que matar. Es mejor que mates a la mujer de un jefe; a lo mejor te perdonan. Pero si follas con ella, est¨¢s muerto". Amar, decidir hacer el amor, besar, hacer un regalo, sonre¨ªr, tocar una mano, intentar seducir a una mujer o ser seducido puede ser un gesto fatal. El m¨¢s peligroso. El ¨²ltimo. En un lugar donde todo es ley implacable, los sentimientos y las pasiones que no conocen reglas son, m¨¢s que cualquier otro factor vital, una condena a muerte.
Traducci¨®n de Valentina Valverde
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.