El arrepentimiento de McNamara
La brillante trayectoria del secretario de Defensa de Kennedy, que falleci¨® hace poco, qued¨® empa?ada por su papel en el desastre de Vietnam. Pero fue un pol¨ªtico de talento, un reformista social y reconoci¨® sus errores
Si John F. Kennedy viviera, tendr¨ªa 91 a?os. La muerte de su secretario de Defensa, Robert S. McNamara, a los 93, nos recuerda el periodo de Kennedy y sus agitadas contradicciones. No fue ¨¦l, sino Dwight D. Eisenhower, quien inici¨® la intervenci¨®n estadounidense en Vietnam. Kennedy ampli¨® la participaci¨®n y luego tuvo dudas; y fue asesinado antes de poder cambiar de rumbo, quiz¨¢ porque estaba pensando hacerlo.
Otros estadistas de m¨¢s edad, como Eisenhower, presidieron la gran expansi¨®n de la influencia y el poder de Estados Unidos que hoy est¨¢ llegando a su fin; los m¨¢s j¨®venes que hab¨ªan luchado en la II Guerra Mundial, como Kennedy y Robert S. McNamara, se consideraban sus herederos, con la responsabilidad concreta de aumentar el patrimonio familiar.
Gente como ¨¦l cre¨ªa de veras que Estados Unidos ten¨ªa la misi¨®n de redimir al mundo
Hizo acto de contrici¨®n reconociendo en un libro su responsabilidad en la guerra de Vietnam
Lyndon B. Johnson, a quien McNamara sirvi¨® con tanta fidelidad como hab¨ªa servido a Kennedy, fue el enlace entre las dos generaciones. Protegido de Franklin D. Roosevelt, era una criatura del New Deal y fue un reformista social ambicioso y emprendedor antes de lanzarse a la aventura -luego desastre- de Asia. Un desastre que se produjo mientras la naci¨®n se encontraba en un momento de gran caos interno.
El movimiento afroamericano de los derechos civiles, la revuelta en las escuelas y universidades y el movimiento feminista se unieron en las protestas contra la guerra. Parad¨®jicamente, en el Ej¨¦rcito enviado por un pa¨ªs muy pr¨®spero (que asimismo hab¨ªa comenzado una guerra contra su propia pobreza) a erradicar el nacionalismo revolucionario de Vietnam hab¨ªa integraci¨®n racial (aunque tambi¨¦n tensiones raciales).
Cuando Lyndon B. Johnson se dio cuenta de que no era posible detener ese nacionalismo revolucionario, cay¨® en una depresi¨®n que acab¨® empuj¨¢ndole a abandonar la presidencia. M¨¢s tarde dijo que, si se hubiera retirado de Vietnam, habr¨ªa tenido que sacrificar su programa de pol¨ªtica interna.
El pacto que llev¨® a los partidarios de la reforma social a apoyar el imperialismo americano, mucho antes de las angustias de Lyndon B. Johnson, fue un acuerdo sincero. Los reformistas cre¨ªan verdaderamente en que Estados Unidos ten¨ªa la misi¨®n de redimir al mundo, una misi¨®n en la que el progreso dentro de sus fronteras legitimaba sus esfuerzos (a veces, por desgracia, incomprendidos) para liberar a otros tanto de las fantas¨ªas revolucionarias como del atraso tradicionalista. Las fundaciones y universidades en las que John F. Kennedy reclut¨® a sus asesores, y de las que tambi¨¦n salieron ideas y personas que acabaron en el Gobierno y el Congreso, ten¨ªan una visi¨®n estadounidense de la historia contempor¨¢nea. Era el gran escenario de la "modernizaci¨®n", un proceso en el que cualquier naci¨®n que tuviera la oportunidad preferir¨ªa progresar hasta ponerse a la altura de Estados Unidos.
Entre los atributos de la "modernizaci¨®n" que tanto gustaba a la generaci¨®n de Robert S. McNamara estaba una versi¨®n estadounidense de la idea napole¨®nica de "una carri¨¨re ouverte aux talents" [una carrera abierta a la gente de talento], mientras que la Revoluci¨®n Francesa y los reg¨ªmenes que la sucedieron quedaban totalmente sin mencionar.
McNamara creci¨® durante la Gran Depresi¨®n, en circunstancias modestas. No estudi¨® en Harvard, como el acomodado Kennedy, sino en la gran universidad p¨²blica de Berkeley, California, y reconoc¨ªa que su ascenso hab¨ªa sido posible gracias a las ideas decimon¨®nicas de dar m¨¢s oportunidades sociales, plasmadas en las universidades p¨²blicas estadounidenses.
Su turno de emprender reformas sociales no le lleg¨® hasta que Lyndon B. Johnson prescindi¨® de ¨¦l como secretario de Defensa (por atreverse, por fin, a decirle que acabara con una guerra imposible de ganar) y lo coloc¨® como presidente del Banco Mundial. All¨ª dirigi¨® una en¨¦rgica campa?a contra la pobreza mundial y adopt¨®, antes que otros muchos, la sensatez ambiental.
Los principios de la trayectoria de McNamara fueron brillantes pero pol¨ªticamente convencionales: profesor en la Escuela de Empresariales de Harvard y un periodo en la compa?¨ªa automovil¨ªstica Ford, de la que lleg¨® a ser presidente. Durante la guerra estuvo en la Fuerza A¨¦rea y particip¨® en la preparaci¨®n de los bombardeos de Jap¨®n.
Se identificaba con la racionalidad tecnol¨®gica y la confianza en la dependencia de las cosas tangibles que constituyeron un gran instrumento del progresismo de Estados Unidos. El progreso consist¨ªa en la reinvenci¨®n constante del mundo, y por eso tantos estadounidenses que quer¨ªan mejoras sociales se sent¨ªan atra¨ªdos por la doctrina del proceso universal de "modernizaci¨®n". Cuando McNamara pas¨® del Pent¨¢gono al Banco Mundial, mantuvo durante mucho tiempo ese mismo esquema intelectual.
Quienes hayan le¨ªdo el retrato que hace Max Weber de los calvinistas pueden reconocer en McNamara a un puritano de los tiempos modernos, un disciplinado e implacable servidor de la voluntad del Se?or. Durante un tiempo particip¨® activamente en su Iglesia, perteneciente al mayor grupo calvinista de Estados Unidos, los presbiterianos, que, como todas las Iglesias del pa¨ªs, sufri¨® tremendas divisiones a prop¨®sito de la guerra de Vietnam. Pero, por la raz¨®n que fuera, la adhesi¨®n p¨²blica de McNamara a su Iglesia fue disminuyendo.
En 1995, 20 a?os despu¨¦s de la expulsi¨®n de los estadounidenses de Vietnam y 27 despu¨¦s de dejar el Pent¨¢gono, McNamara public¨® In retrospect: the tragedy and lessons of Vietnam (Retrospectivamente: la tragedia y lecciones de Vietnam). Es el reconocimiento, infrecuente en los personajes hist¨®ricos, de su responsabilidad por una serie de errores y desastres y, como tal, es excepcional. Se expuso al juicio de sus contempor¨¢neos en un acto de contrici¨®n acorde con las tradiciones de la dura moral puritana. Muchos reaccionaron con dureza. ?Qu¨¦ autocr¨ªticas vamos a poder o¨ªr de George W. Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld?
Podr¨ªamos ser menos severos. La labor de Robert McNamara al frente del Banco Mundial, donde encarg¨® a Willy Brandt su famoso informe sobre las desigualdades, fue en s¨ª una especie de reparaci¨®n.
Luego, Robert McNamara apareci¨® en el documental de 2002 The fog of war (La niebla de la guerra), y critic¨® el unilateralismo de la guerra de Irak. Antes de eso, en relaci¨®n con el control de armas y el armamento nuclear, hab¨ªa defendido la necesidad de negociaciones para prevenir el uso de armas nucleares.
Como secretario de Defensa hab¨ªa sido un aliado indispensable de John F. Kennedy en su empe?o de arrebatar el control de las armas nucleares a nuestros beligerantes generales. Durante la crisis de los misiles cubanos de 1962 ayud¨® a Kennedy a evitar la cat¨¢strofe.
Las necrol¨®gicas sobre McNamara, como era inevitable, son ambivalentes. Su arrogancia y su ceguera de los primeros tiempos no fueron exclusivas de ¨¦l, sino que las comparti¨® gran parte de nuestra clase dirigente. Despu¨¦s de llegar a la cima de la sociedad a base de talento y trabajo, McNamara y sus colegas cre¨ªan que las experiencias de otros pod¨ªan ense?arles pocas cosas.
Hoy, una nueva generaci¨®n de ambiciosos ha llegado a la Casa Blanca. No han tomado a¨²n las riendas del disfuncional sistema de gobierno, pero ya proponen resolver, como en Afganist¨¢n, los problemas de otros pueblos.
El presidente Barack Obama ha le¨ªdo sin duda a Robert McNamara, y es capaz de encontrar su propio lugar en la historia que a los estadounidenses m¨¢s les cuesta comprender, la suya. La angustia de McNamara se ver¨¢ recompensada, a t¨ªtulo p¨®stumo, si Obama se la toma en serio.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown.
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