En Vitoria se lleva el azul
El baterista Jimmy Cobb, que particip¨® en la grabaci¨®n de 'Kind of Blue', gran protagonista en el homenaje a los 50 a?os del m¨ªtico disco de Miles Davis
Es posible, aunque poco probable, que haya quien no est¨¦ todav¨ªa enterado de que este a?o se cumple el 50? aniversario de Kind of Blue, el emblem¨¢tico disco de Miles Davis que pasa por ser el m¨¢s vendido en la historia del jazz. Una obra maestra que el aficionado conoce de pe a pa y los colegiales deber¨ªan aprender en la escuela como aprenden la tabla del 3. El no va m¨¢s.
En Vitoria tuvimos el martes al ¨²ltimo hombre vivo que, el 2 de marzo de 1959, estuvo en los estudios Columbia de la calle 30 de Nueva York. Jimmy Cobb, ¨²ltimo superviviente de Kind of Blue, se hizo carne para recordar la m¨²sica del disco, tema por tema y en el mismo orden. El octogenario baterista trajo a la capital alavesa un variopinto conjunto de m¨²sicos j¨®venes. O no tanto. Aparte de Vicent Herring y Buster Williams, estuvieron el saxofonista Javon Jackson, quien compuso un Coltrane medianamente convincente; o el pianista Larry Willis, tan parecido a Bill Evans, su modelo en Kind of Blue, como un servidor puede parecerse a Brad Pitt. Cualquier semejanza es pura coincidencia.
El propio Cobb abandon¨® el estilo contenido que le es caracter¨ªstico para zurrar a modo los parches y los metales. Bien es cierto que, en su caso, la potencia no estuvo re?ida con la sutilidad. El trompetista Wallace Roney ocup¨® un lugar preferente, aunque quiso ser Miles Davis con el resultado que cualquiera hubiera podido predecir. Decir que Miles solo hubo uno es una perogrullada. Pero es cierto.
El conjunto en su disparidad son¨® fl¨¢cido, justo de inspiraci¨®n y ralo en originalidad. Ser¨¢ que nunca segundas partes fueron buenas o que imitar lo que no tiene imitaci¨®n posible carece de todo sentido. Al final, Cobb y sus acompa?antes pasaron de largo por un repertorio demasiado hermoso. Para esto, debi¨® pensar m¨¢s de uno, me pongo el disco.
Menudo contraste con lo que se acababa de escuchar: Brad Mehldau, al piano, con Charlie Haden, contrabajo y Jorge Rossy, bater¨ªa, y sin Lee Konitz, quien se halla postrado en el lecho del dolor a causa de una neumon¨ªa. La ausencia del anciano saxofonista, que particip¨® con Miles en la no menos hist¨®rica sesi¨®n de Birth of the cool, se dej¨® notar m¨¢s de lo que nadie hubiera podido prever.
As¨ª las cosas, el polideportivo de Mendizorrotza result¨® ser el lugar menos apropiado para apreciar el jazz quintaesencial de estos tres.
Una cosa son los Blind Boys from Alabama, a quienes pudo escucharse y bailarse en la sesi¨®n inaugural del festival, y otra muy distinta este tr¨ªo de altos vuelos y bajo volumen de sonido por deseo expreso de los artistas. El que quiera escuchar, que escuche. El que no quiso hacerlo, aprovech¨® para charlar con la novia, consultar los resultados del Tour por Internet o vocear sus intimidades por el m¨®vil. Y, en medio, el resto de espectadores intentando distinguir algo.
En Vitoria, Mehldau volvi¨® a encontrarse con el mejor baterista que ha tenido nunca, aunque ahora Jorge Rossy se empe?e en tocar el piano. ?l sabr¨¢ por qu¨¦. Y, entre el uno y el otro, Charlie Haden. Eso s¨ª son palabras mayores. Un lujo, escuchar al venerable contrabajista volver a sus or¨ªgenes, a Charlie Parker y al bebop, aunque fuera un Parker de aquella manera abstracta y nada convencional.
Forzados por la ausencia del cuarto miembro, quienes ocuparon el escenario dieron forma a una m¨²sica no siempre f¨¢cil de digerir, en la que cada uno parec¨ªa guiarse por su propio gui¨®n para, milagrosamente, terminar juntos en el mismo sitio. Si complicado resultaba no perder el hilo, m¨¢s lo era en un ambiente tan poco propicio. Se entiende que el personal saludara alborozado el momento en el que el m¨¢s celebrado de los pianistas del jazz contempor¨¢neo dio un golpe de mano, convirtiendo un recital a tres bandas en cosa de uno.
De Charlie Parker pasamos a Cry me a River (ep¨ªtome de las baladas sentimentales) y a esa forma de interpretar vistosa y un tanto empalagosa del susodicho, que le ha hecho acreedor a figurar en los primeros puestos de las listas de ¨¦xitos, en la categor¨ªa de otras m¨²sicas. Jazz para los que no gustan del jazz. Todo est¨¢ en su sitio, nada falta, nada sobra, demasiado perfecto para una m¨²sica que nace del roce entre los contrarios. Momento para recordar al ausente. Y es que Lee Konitz no hubiera permitido algo as¨ª. Eso seguro.
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