Bandido soy
Ahora ya s¨¦ que soy el vivo retrato de un delincuente que anda suelto. La trama de este thriller vivido por m¨ª en Madrid a lo largo del ¨²ltimo mes se desarrolla, en dos cap¨ªtulos s¨®lo (de momento), del modo que relato a continuaci¨®n. Cap¨ªtulo primero. Sal¨ª de casa un s¨¢bado, a media ma?ana, con la -en estos tiempos que corren- ben¨¦fica intenci¨®n de comprar los peri¨®dicos, dos ese d¨ªa, el Abc y este que ustedes y yo leemos. Como hac¨ªa calor y el quiosco de prensa est¨¢ a cien metros de donde vivo, he de confesar que baj¨¦ ligero de ropa, dentro de los l¨ªmites de la decencia que mi edad y mi timidez me imponen: sandalias de piel vista con los dedos fuera, camisa, no muy escotada, de manga corta y pantalones tambi¨¦n cortos del tipo bermuda, que son los que rara vez llevo por la ciudad pero s¨ª para andar por casa. En los bolsillos, el dinero justo de los peri¨®dicos y las llaves. Iba, he de reconocerlo igualmente, un poco zombi, cosa en m¨ª natural hasta que me restauro, con m¨¦todos caseros, prepar¨¢ndome a conciencia diariamente el desayuno, que no puede ser -por otra parte- m¨¢s recomendable: zumo de naranja exprimida a mano, ensalada de frutas, caf¨¦ con leche baja en calor¨ªas.
La mala pinta es asociada, en las operaciones de identificaci¨®n, con los que parecen ser de fuera
Pues bien, nada m¨¢s salir de mi portal dos polic¨ªas nacionales se me acercaron muy agitados, uno de ellos a la carrera, y me dieron el alto. El bajo de la pareja, el que no hab¨ªa corrido, me dese¨® los buenos d¨ªas antes de pronunciar la frase ritual: "Documentaci¨®n, por favor". Documentaci¨®n. La palabra se ha hecho muy amplia y abarca campos que van desde la ofim¨¢tica a la inform¨¢tica, pasando por las artes visuales. Pero como yo, pese a ir ese s¨¢bado en bermudas y sandalias con medio pie al desnudo, soy un hombre de mi tiempo, y mi tiempo es largo y trascurre una buena porci¨®n de a?os por la dictadura, enseguida supe que la documentaci¨®n que me ped¨ªan esos dos guardianes del orden no era ofim¨¢tica sino, por decirlo a la antigua usanza, pol¨ªtica. El franquismo fue el reino de la documentaci¨®n obligatoria y hay todo un repertorio (debidamente documentado en libros y pel¨ªculas) de situaciones en las que uno era requerido taxativamente a mostrarla: en ferrocarriles y estaciones, en bares de dudosa reputaci¨®n, de noche y tambi¨¦n de d¨ªa. La frase "llevar el carn¨¦ en la boca" hizo fortuna en el refranero de lo siniestro.
"No la llevo", les dije a los polic¨ªas poniendo mi cara menos facinerosa. "No la lleva... ?Y no lleva usted el carn¨¦ de conducir o cualquier otro documento que acredite qui¨¦n es?". No lo llevaba. El primero, porque no lo poseo y el segundo, porque su naturaleza filos¨®fica no he llegado del todo, a mi edad, a dilucidarla. "S¨®lo voy a por el peri¨®dico. Vivo en ese portal. Si quieren ustedes subir a comprobarlo...". Ese d¨ªa me dejaron ir, con una leve amonestaci¨®n, pero hay, como he anunciado, un segundo cap¨ªtulo en mi novela negra, que repite la situaci¨®n, la pregunta, la respuesta, aunque no la vestimenta. El jueves de la semana siguiente iba de largo, con unos pantalones deportivos que me suelo poner cuando voy a nadar -mis h¨¢bitos, como ven, tienden a lo saludable- en la piscina de un gimnasio municipal pr¨®ximo a mi domicilio. Hac¨ªa fresco esa tarde e iba de manga larga, si bien (y este dato no lo revel¨¦, por temor al esc¨¢ndalo, a la autoridad), debajo de los pantalones deportivos s¨®lo llevaba un ba?ador. Ese cap¨ªtulo, por trillado que le pueda parecer al lector, result¨® el m¨¢s emocionante de los dos. La carencia de mi DNI, siendo grave, no era lo m¨¢s grave. "?Usted es de aqu¨ª?". "?De Madrid? Pues realmente no, aunque llevo viviendo aqu¨ª, y en esa misma casa que ven ustedes ah¨ª, casi treinta a?os. Nac¨ª en Elche". O¨ªr Elche y no Las Barranquillas aliger¨® un poco la tensi¨®n (que ya empezaba a mascarse, como los carn¨¦s de anta?o), pero los polic¨ªas siguieron escrut¨¢ndome el rostro, en particular uno de ellos, que conmigo no parec¨ªa tenerlas todas consigo. "Es que, ver¨¢, estamos buscando a alguien que es casi igual a usted de cara. Un hombre peligroso. Un criminal extranjero". Fui reconvenido, m¨¢s severamente que la primera vez, y continu¨¦ mi camino al gimnasio, donde me zambull¨ª, con mi ba?ador reglamentario, en las aguas ol¨ªmpicas.
La historia no tiene desenlace, pero s¨ª apolog¨ªa. Todos queremos vivir seguros y tranquilos en nuestras ciudades y Madrid no siempre lo pone f¨¢cil. El terrorismo, el carterismo, el tr¨¢fico (tanto el semoviente como el estupefaciente). La polic¨ªa cumple una misi¨®n y seguramente la cumple bien en la mayor¨ªa de los casos. Pero desde esos dos d¨ªas en que fui interpelado por mi atuendo y por mis rasgos, quiz¨¢ un tanto alien¨ªgenas, no he podido dejar de observar, en el metro sobre todo, que la mala pinta es asociada en esas operaciones de identificaci¨®n -cada vez m¨¢s frecuentes ahora- con los que parecen ser de fuera. Aunque sean de Elche.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.