LA GALA DEL DIABLO
La cita es en la cala norte. Se accede por el club de golf. Todos los que se creen alguien juegan al golf. Llegan cuando el sol desciende y la luz muere; la invitaci¨®n de oro en la mano. Bajan de grandes limusinas blancas, de min¨²sculos descapotables rojos y de interminables yates de l¨ªneas esbeltas.
Escucho rumores de seda y pedrer¨ªa fina.
Yo no pertenezco al club. He sido convocada por el diablo para levantar acta de su espect¨¢culo negro, su color preferido. Llevo puesta mi toga, la que empleo para impartir justicia. Me agazapo bajo la sombra de la noche, aunque nadie me mira. Observo y anoto.
Una voz sibilina y afeminada ordena que todo el que se crea alguien se adentre en la playa. Cuando lo hago yo, no queda nadie fuera. Observo el escenario. Parece un coliseo inacabado, rocas y arena, con el cielo por b¨®veda. No hay luna ni estrellas. Oprime la oscuridad, justo como a ¨¦l le gusta. Presiento el peligro, apesta. Me cre¨ªa preparada para infiltrarme en el mundo Maddoff, pero no lo estoy. Tengo entumecidas las piernas por la espera y el miedo. Sobre todo por el miedo.
Pasan los minutos. Impera el silencio; espeso y agobiante, justo como al diablo le gusta. Oigo c¨®mo los viejos y las viejas orinan en el suelo. Hasta los que se creen alguien tienen que evacuar.
De pronto, una luz prende en lo alto. Es potente, deslumbra hasta cegar. Miro en torno. La cala est¨¢ cuajada de gentes que sonr¨ªen, mientras agitan sus tarjetas de oro. "Por fin, algo nuevo", escucho. "?Es tan aburrida la vida de los que se creen alguien!".
Sin mediar palabra, se apaga el cielo. Escucho un murmullo lejano. Me suena a rebato. Trago saliva y espero. El ruido se extiende. Arrecia. Me tapo los o¨ªdos. De pronto, miles de peque?os objetos empiezan a caer sobre la playa; como la lluvia, sin pausa. A m¨ª ni me rozan. Me agacho y tomo uno. Un euro. Cojo otro: un d¨®lar. Son monedas lo que caen. Tintinean al entrechocar.
Comienza el rosario de lamentos, por igual de ellas y de ellos. Braman y gimen y a¨²llan. Levantan las manos a modo de troneras, con la invitaci¨®n de oro en alto. De nada sirve. El dinero se hunde en sus carnes orgullosas, regando la fina arena con su sangre. Huelo rabia y miedo.
Sigue la sinfon¨ªa y la lluvia: ahora son gotas rojas. Se mezclan con los orines. Algunos imploran. Las toscas plegarias saben a mentira y no protegen. Deprimo la cabeza entre los hombros. Los gritos ag¨®nicos me taladran los o¨ªdos. Suenan a alarido de cerdo en d¨ªa de matanza.
La ceremonia concluye en minutos. Cuando retorna el silencio, el aire est¨¢ sembrado de estertores y mi toga rezuma olor a sangre. Se enciende nuevamente la luminaria de las alturas. Estoy sola en la playa, en pie. Vuelvo a o¨ªr la voz aflautada. "Escribe", me dice; "no les falta dinero a los que me sirven".
Reyes Calder¨®n es escritora, autora, entre otros de Los cr¨ªmenes del n¨²mero primo (RBA)
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