Un d¨ªa de sangre y fuego
Con un tono de mordaz iron¨ªa, en 1944 los propagandistas sovi¨¦ticos declararon que los brit¨¢nicos y los americanos s¨®lo se enfrentaban en Normand¨ªa con las heces de la Wehrmacht. "Sabemos perfectamente d¨®nde se encuentran ahora los alemanes j¨®venes y fuertes", escrib¨ªa Ilya Ehremburg en Pravda. "Les hemos encontrado un hueco en la tierra, en la arena, en el barro".
Pero afirmar que los aliados occidentales combat¨ªan s¨®lo contra unos soldados de segunda era simplemente una falacia. A finales de junio, el II Ej¨¦rcito brit¨¢nico tuvo ante s¨ª la mayor concentraci¨®n de divisiones acorazadas de las SS desde que se produjera la violenta ofensiva alemana contra el Ej¨¦rcito Rojo en el saliente de Kursk, en Rusia, el verano anterior. Al contrario de la opini¨®n generalizada, los combates en Normand¨ªa fueron mucho m¨¢s sangrientos que los del frente oriental.
La batalla de Normand¨ªa fue brutal y encarnizada. Las 225.000 bajas de los aliados no quedan lejos de las 240.000 de los alemanes
"Antes de ver el amanecer de un nuevo d¨ªa quiero clavar este cuchillo en el coraz¨®n del nazi m¨¢s mezquino, sucio y asqueroso de Europa"
Los soldados cuyos paraca¨ªdas quedaron atrapados en los ¨¢rboles se convirtieronen objetivo de los lanzallamas alemanes
A comienzos de junio de 1944 la guerra estaba llegando a su punto m¨¢s ¨¢lgido. Los soldados alemanes se hab¨ªan brutalizado a ra¨ªz de la ferocidad de los combates en Rusia, donde el Ej¨¦rcito Rojo preparaba en secreto su operaci¨®n de aislamiento y acoso contra el Grupo de Ej¨¦rcito Centro de los alemanes.
Algunas de las divisiones de la Waffen-SS con las que los aliados tuvieron que enfrentarse en Normand¨ªa eran las m¨¢s fan¨¢ticas y disciplinadas del ej¨¦rcito alem¨¢n; soldados adoctrinados por la propaganda hitleriana que buscaban venganza por los "aterradores bombardeos" de las ciudades de su pa¨ªs.
Los aliados, por su parte, hab¨ªan puesto en marcha la operaci¨®n anfibia m¨¢s ambiciosa de la historia, con m¨¢s de cinco mil barcos. Y aunque la preparaci¨®n de la fase correspondiente a la traves¨ªa del Canal de la Operaci¨®n Overlord se llev¨® a cabo meticulosamente, tal vez fuera inevitable que el segundo paso no estuviera tan perfectamente calculado.
Con la f¨¦rrea voluntad de evitar importantes p¨¦rdidas tras tantos a?os en guerra, los aliados decidieron bombardear ciudades y pueblos de Normand¨ªa situados en las intersecciones de las principales carreteras con el fin de que los escombros impidieran el paso por sus calles a las divisiones alemanas, dificultando as¨ª cualquier contraofensiva contra sus cabezas de playa. La capital de la regi¨®n, Caen, a poco m¨¢s de 15 kil¨®metros de la costa, fue incluida en la lista de objetivos.
El continuo bombardeo de Caen a lo largo de dos d¨ªas fue un error garrafal de tr¨¢gicas consecuencias. Dio al traste con el plan de Montgomery de conquistar la ciudad antes de transcurridas las primeras 24 horas de la campa?a, pues las ruinas en que qued¨® convertida dieron al enemigo un espacio ideal para resistir e impidieron que los aliados pudieran penetrar expeditamente en la ciudad.
Adem¨¢s, apenas quedaban tropas alemanas en Caen, pues hab¨ªan sido trasladadas en su mayor¨ªa al norte. En cambio, se produjeron m¨¢s de dos mil bajas entre la poblaci¨®n de la ciudad. De hecho, el d¨ªa D murieron tantos civiles franceses como soldados aliados. La terrible suerte que corri¨® Caen fue simplemente un episodio m¨¢s de una campa?a de incre¨ªble brutalidad en Normand¨ªa en la que los aliados sufrieron los peores combates de lo que ya era una largu¨ªsima guerra, y respondieron al salvajismo de los alemanes con igual ferocidad.
Durante las primeras horas del 6 de junio, dos divisiones de paracaidistas americanos saltaron al escenario de la batalla dispuestos a matar "teutones". Algunos hab¨ªan comprado cuchillos de monte en Londres, y varios de ellos se hab¨ªan equipado de navajas. Hab¨ªan aprendido a matar a un hombre sin hacer ruido alguno, seccionando la yugular y la caja lar¨ªngea del individuo en cuesti¨®n.
Antes de partir, todos hab¨ªan escuchado los enardecedores discursos de sus comandantes. "Se percib¨ªa en el ambiente una curiosa sensaci¨®n; el entusiasmo y los nervios por la batalla", se?alar¨ªa un paracaidista. Tras una breve arenga para levantar la pasi¨®n marcial de sus hombres, el comandante en jefe de su regimiento de pronto se agach¨® y se sac¨® de la bota un gran cuchillo, blandi¨¦ndolo sobre su cabeza. "Antes de ver el amanecer de un nuevo d¨ªa", dijo alzando la voz, "quiero clavar este cuchillo en el coraz¨®n del nazi m¨¢s mezquino, sucio y asqueroso de toda Europa". Se oy¨® un clamoroso grito de entusiasmo, y los hombres levantaron sus cuchillos en respuesta.
Los lanzamientos llevados a cabo durante las primeras horas del 6 de junio fueron ca¨®ticos. Los soldados cuyos paraca¨ªdas quedaron atrapados entre las ramas de los ¨¢rboles se convirtieron en f¨¢ciles objetivos. Varios de ellos murieron de un disparo mientras intentaban en vano deshacerse del arn¨¦s. Entre los supervivientes corrieron historias atroces en las que se contaba que los soldados alemanes hab¨ªan acabado con sus pobres compa?eros a golpe de bayoneta o con el fuego de los lanzallamas mientras aquellos pobres hombres segu¨ªan colgados de los ¨¢rboles.
Con los nervios todav¨ªa a flor de piel despu¨¦s del salto, a los paracaidistas estadounidenses les herv¨ªa la sangre. Un soldado de la 82? no pudo olvidar las ¨®rdenes recibidas: "Dirig¨ªos a la zona de lanzamientos a toda prisa. No hag¨¢is prisioneros, porque os obligar¨¢n a aminorar la marcha". Un soldado alem¨¢n, justificando la aniquilaci¨®n de un pelot¨®n americano que cay¨® junto a la compa?¨ªa de artiller¨ªa pesada de su batall¨®n, dir¨ªa m¨¢s tarde: "No ca¨ªan del cielo para darnos caramelos, sabe. Ven¨ªan a matarnos, a combatir". Los soldados alemanes hab¨ªan sido adoctrinados por sus superiores acerca de los "delincuentes" reclutados por las fuerzas aerotransportadas norteamericanas, y su miedo se transform¨® en violencia.
Horribles historias sobre soldados alemanes mutilando a paracaidistas americanos atrapados entre las ramas de los ¨¢rboles llevaron a los compa?eros de ¨¦stos a tomar venganza. Un soldado de la 101? recordar¨ªa que, tras cruzarse con los cad¨¢veres de dos paracaidistas "con sus partes mutiladas metidas en la boca", el capit¨¢n que iba con ellos dio la siguiente orden: "?Que nadie se atreva a hacer ni un solo prisionero! ?A esos bastardos se les pega un tiro!".
Hubo casos de soldados que dispararon a hombres que hab¨ªan sido hechos prisioneros por otros compa?eros. Se cuenta que un sargento jud¨ªo y un cabo se llevaron de un corral a dos alemanes -un oficial y un suboficial- que hab¨ªan sido capturados. Los all¨ª presentes oyeron los disparos de un arma autom¨¢tica, y cuando el sargento regres¨® "nadie dijo nada". Tambi¨¦n se cuenta que hab¨ªa otro paracaidista jud¨ªo al que "nadie se atrev¨ªa a confiar un prisionero y perderlo de vista".
Seg¨²n parece, algunos hombres disfrutaron con aquellas matanzas. Un paracaidista recordaba haberse cruzado al d¨ªa siguiente con un miembro de su compa?¨ªa y quedar at¨®nito al comprobar que llevaba puestos unos guantes rojos en vez de los amarillos correspondientes. "Le pregunt¨¦ que d¨®nde hab¨ªa encontrado aquellos guantes rojos, y tras rebuscar en uno de los bolsillos de su pantal¨®n de salto, sac¨® una sarta de orejas. Hab¨ªa estado cazando orejas toda la noche, y las hab¨ªa cosido a un viejo cord¨®n de zapatos".
Se produjeron unos pocos casos de pillaje verdaderamente brutales. El comandante del pelot¨®n de polic¨ªa militar de la 101? Aerotransportada encontr¨® el cad¨¢ver de un oficial alem¨¢n y observ¨® que alguien le hab¨ªa cortado uno de los dedos para robar su alianza matrimonial. Un sargento del 508? Regimiento de Infanter¨ªa Paracaidista qued¨® horrorizado cuando se enter¨® de que algunos hombres de su pelot¨®n hab¨ªan matado a unos alemanes y luego hab¨ªan utilizado "sus cuerpos para practicar con la bayoneta".
En algunas ocasiones se evit¨® la matanza de prisioneros. A eso de las dos y media de la madrugada, un grupo de paracaidistas de la 101?, entre los que hab¨ªa un teniente y un capell¨¢n, se encontraban en un corral conversando con unos lugare?os franceses. Quedaron todos boquiabiertos cuando, de repente, aparecieron unos doce hombres de la 82?, conduciendo un grupo de jovenc¨ªsimos ordenanzas alemanes. Los mandaron echarse al suelo. Los muchachos, aterrorizados, imploraban que no los mataran. El sargento que pretend¨ªa ejecutarlos dijo que algunos compa?eros suyos que quedaron atrapados en los ¨¢rboles hab¨ªan sido convertidos en "candelas romanas" por un soldado alem¨¢n y su lanzallamas. El sargento quit¨® el seguro de su ametralladora Thompson. Desesperados, los j¨®venes alemanes se agarraron a las piernas del teniente y del capell¨¢n, que junto con la familia francesa gritaban al sargento que se detuviera, que no disparara. Al final el sargento se dej¨® persuadir. Los muchachos alemanes fueron encerrados en el s¨®tano de la casa. Pero el sargento no cejar¨ªa en su af¨¢n de venganza. "?Vamos a buscar a alg¨²n alem¨¢n al que cargarnos!", grit¨® a sus hombres antes de marchar de all¨ª. Los soldados de la 101? quedaron turbados, aturdidos por la escena que hab¨ªan presenciado. "Esos t¨ªos se hab¨ªan vuelto locos", comentar¨ªa un viejo suboficial m¨¢s tarde.
La emboscada m¨¢s brillante tuvo lugar no lejos del puesto de mando de la 91? Luftlande-Division alemana cerca de Picauville. Unos hombres del 508? Regimiento de Infanter¨ªa Paracaidista abrieron fuego contra el coche oficial que llevaba al comandante de la divisi¨®n enemiga, el teniente general Wilhelm Falley, de vuelta de un ejercicio de puesto de mando en Rennes. Falley sali¨® despedido del veh¨ªculo malherido, y cuando intent¨® alcanzar a rastras su pistola, un teniente americano lo remat¨® de un disparo.
A unos ochenta kil¨®metros al este, los lanzamientos de los paracaidistas de la 6? Divisi¨®n Aerotransportada brit¨¢nica fueron igualmente ca¨®ticos. Al finalizar la batalla de Normand¨ªa, s¨®lo de un batall¨®n seguir¨ªa desconoci¨¦ndose el paradero de ciento noventa y dos hombres. Muchos cayeron en la llanura de aluvi¨®n del r¨ªo Dives y murieron ahogados en el lodo. Un sargento primero alem¨¢n de la 711? Infanterie-Division ejecut¨® a ocho paracaidistas brit¨¢nicos que hab¨ªan sido capturados, tal vez obedeciendo la c¨¦lebre Kommandobefehl de Hitler que exig¨ªa que se eliminara a los integrantes de cualquier comando especial capturados en incursiones de asalto.
Las tropas invasoras aliadas consiguieron establecer y asegurar sus cabezas de playa el 6 de junio, pero ni Eisenhower ni Montgomery hab¨ªan imaginado que la batalla que estaba por venir iba a ser mucho m¨¢s mort¨ªfera y devastadora.
En el oeste, los americanos tuvieron que combatir en tierras pantanosas y en el bocage normando de peque?os campos y grandes y espesos setos. Por otro lado, en los alrededores de Caen, los brit¨¢nicos y los canadienses tuvieron que atravesar enormes campos ondulados de trigo, mientras los alemanes convert¨ªan las s¨®lidas casas de piedra y las aldeas de la zona en formidables posiciones defensivas.
El 7 de junio, el 2? Batall¨®n de los Royal Ulster Rifles realiz¨® una audaz carga a trav¨¦s de los campos de grano, en direcci¨®n a la localidad de Cambes. Tuvo que abrirse paso a brazo partido, pero un destacamento reci¨¦n llegado de la 12? Divisi¨®n Acorazada de la SS Hitler Jugend lo oblig¨® a replegarse. Los Ulster Rifles se vieron obligados a abandonar a sus heridos de la Compa?¨ªa D en una zanja situada a las afueras del pueblo. No les cab¨ªa la menor duda de que los j¨®venes soldados nazis iban a acabar luego con la vida de todos sus compa?eros.
M¨¢s a la derecha, los canadienses tambi¨¦n cayeron en un c¨ªrculo vicioso de venganzas con la 12? Divisi¨®n de la SS. Los combates fueron despiadados. Uno y otro bando se acusaron de cometer cr¨ªmenes de guerra. Los alemanes dijeron que los brit¨¢nicos eran los que hab¨ªan empezado, y que ellos ejecutaron a prisioneros en represalia. La Hitler Jugend trat¨® tambi¨¦n de justificar sus acciones aduciendo que hab¨ªan captado ¨®rdenes emitidas por los canadienses en las que se dec¨ªa a sus soldados que no hicieran prisioneros si con ello se ralentizaba el avance. Es cierto que, en algunas ocasiones, los soldados brit¨¢nicos y canadienses, sobre todo los de los regimientos acorazados que no dispon¨ªan de una infanter¨ªa para conducir a los hombres capturados a la retaguardia, dispararon a los prisioneros. Pero los argumentos de los miembros de la Hitler Jugend no resultan en absoluto convincentes, especialmente si tenemos en cuenta que se dice que, durante los primeros d¨ªas de la invasi¨®n, un total de 187 canadienses fueron ejecutados, en su mayor¨ªa por miembros de la 12? Divisi¨®n de la SS. Y los primeros asesinatos ocurrieron el 7 de junio. Una ciudadana de Caen que se hab¨ªa dirigido andando a Authie para comprobar si una anciana t¨ªa estaba bien, descubri¨® los cad¨¢veres de "unos treinta soldados canadienses que hab¨ªan sido masacrados y mutilados por los alemanes". Los Royal Winnipeg Rifles comprobaron m¨¢s tarde que las SS hab¨ªa ejecutado a 18 de los suyos, capturados por los alemanes e interrogados en el puesto de mando de Meyer en la abad¨ªa de Ardennes. Uno de ellos, el comandante Hodge, muri¨®, seg¨²n parece, degollado.
La Hitler Jugend probablemente fuera la divisi¨®n m¨¢s adoctrinada de la Waffen-SS. Muchos de sus principales comandantes proced¨ªan de la 1? Divisi¨®n Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler. Se hab¨ªan formado en el esp¨ªritu de la Rassenkrieg, o "guerra racial", del frente oriental. En 1939 su comandante en jefe, Kurt Meyer, hab¨ªa ejecutado a 50 jud¨ªos en Polonia, en las inmediaciones de la localidad de Modlin. Posteriormente, durante la invasi¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, orden¨® prender fuego a todo un pueblo de los alrededores de la ciudad de Kharkov. La poblaci¨®n entera fue pasada por las armas. La propaganda nazi y los combates en el frente oriental hab¨ªan brutalizado a esos hombres, cuya visi¨®n de la guerra en el oeste de Europa no ser¨ªa muy distinta. El asesinato de prisioneros aliados era considerado su forma de venganza por los "terror¨ªficos bombardeos" que sufr¨ªan las ciudades alemanas.
La disciplina de las SS era despiadada. En virtud de un decreto del F¨¹hrer, los soldados de las SS pod¨ªan ser acusados de alta traici¨®n si ca¨ªan en manos del enemigo sin haber sufrido herida alguna. Esta idea les hab¨ªa sido inculcada al poco de comenzar la invasi¨®n, de modo que no es de extra?ar que los brit¨¢nicos y los canadienses capturaran a tan pocos soldados de las SS vivos. Pero quiz¨¢ la historia m¨¢s horrible relacionada con la disciplina de las SS sea la de un alsaciano reclutado por la 1? Divisi¨®n Acorazada Leibstandarte Adolf Hitler. Un paisano suyo perteneciente a la misma compa?¨ªa, que tambi¨¦n hab¨ªa sido enrolado a la fuerza, no pudo soportar m¨¢s la angustia del combate e intent¨® escapar oculto en una columna de refugiados franceses. Fue reconocido y detenido por miembros de su regimiento. El comandante en jefe de la compa?¨ªa orden¨® entonces a sus hombres que lo mataran a palos. Con todos los huesos hechos a?icos, su cad¨¢ver fue arrojado luego a un hoyo que hab¨ªa abierto una bomba al estallar. El capit¨¢n se?al¨® que aquello era de una demostraci¨®n de "kameradenerziehung", esto es, "ense?anza de la camarader¨ªa".
El combate dentro de los claustrof¨®bicos l¨ªmites del bocage hizo que los comandantes americanos lo compararan con una guerra en la selva. Los alemanes lo describieron como un "schmutziger buschkrieg", una "guerra sucia entre la maleza", aunque fue a ellos, a los defensores, a los que m¨¢s benefici¨®.
El miedo que suscitaba el combate en el bocage desencaden¨® un sentimiento de odio desconocido hasta entonces. "Los ¨²nicos soldados alemanes buenos son los que est¨¢n muertos", escrib¨ªa un recluta americano de la 1? Divisi¨®n de Infanter¨ªa en una carta a su familia de Minnesota. "Nunca he odiado nada ni a nadie tanto. Y ese odio no se debe a ning¨²n discurso tempestuoso de un jefazo. Supongo que me he vuelto un poco grillado, pero ?a qui¨¦n no le ocurre lo mismo? Probablemente sea lo mejor".
Los francotiradores alemanes se sub¨ªan a los ¨¢rboles y se ataban a su tronco para no caer si resultaban heridos. Normalmente, en ambos bandos se daba muerte a los francotiradores en cuanto eran capturados. A los soldados americanos se les advirti¨® de que permanecieran inm¨®viles, tumbados en el suelo, si eran alcanzados por un francotirador. Los francotiradores no sol¨ªan malgastar cartuchos con un cad¨¢ver, pero si ¨¦ste se mov¨ªa no dudaban en disparar de nuevo. A campo abierto, otro de sus escondites favoritos eran los almiares. Sin embargo, no tardaron mucho en dejar de utilizarlos, pues los soldados americanos y brit¨¢nicos aprendieron a disparar balas trazadoras para prenderles fuego y luego abatir al fusilero escondido que trataba de huir.
Tanto los brit¨¢nicos que lucharon en el frente de Caen como los americanos pudieron comprobar que los alemanes eran verdaderos maestros en la t¨¦cnica del camuflaje y el arte de la ocultaci¨®n. Se enterraban literalmente como "topos bajo el suelo", protegi¨¦ndose de las bombas de la artiller¨ªa, con t¨²neles bajo los setos. Una peque?a salida al exterior se convert¨ªa en el agujero ideal desde el que frenar el avance de un pelot¨®n americano con los r¨¢pidos disparos de una ametralladora MG-42.
Los combates contra el Ej¨¦rcito Rojo hab¨ªan ense?ado todo tipo de tretas y triqui?uelas imaginables a los alemanes m¨¢s veteranos del frente oriental. Si alguna bomba hab¨ªa abierto un hoyo cerca de sus posiciones, colocaban en ¨¦l minas antipersona. El instinto de un atacante era saltar dentro de uno de esos agujeros para protegerse del fuego de las ametralladoras o los morteros. Cuando abandonaban una posici¨®n no s¨®lo colocaban trampas explosivas en sus estructuras subterr¨¢neas, sino que tambi¨¦n dejaban una caja de granadas con algunas de ellas manipuladas para reducir el tiempo de demora a cero. Tambi¨¦n eran expertos en ocultar en las cunetas minas de fragmentaci¨®n, las llamadas Bouncing Betty, o minas "castradoras", por los americanos porque al activarse se elevaban hasta la altura de la entrepierna antes de estallar.
Otra treta que utilizaban los alemanes cuando los americanos lanzaban una ofensiva por la noche consist¨ªa en disparar con una ametralladora balas trazadoras por encima de las cabezas de sus atacantes. Con ello consegu¨ªan que los soldados enemigos siguieran avanzando erguidos, para luego abrir fuego directo de verdad con las dem¨¢s ametralladoras.
Las tripulaciones de los tanques brit¨¢nicos y americanos tuvieron que afrontar muchos peligros. Utilizado contra objetivos terrestres, el ca?¨®n antia¨¦reo de 88 mil¨ªmetros ten¨ªa una precisi¨®n espeluznante, incluso a m¨¢s de 1.500 metros de distancia. Y en el terreno boscoso del bocage, los grupos de alemanes que sal¨ªan con sus bazucas al hombro a la caza de tanques se escond¨ªan a la espera de que pasaran varios carros blindados para dispararles por detr¨¢s, a su vulnerable parte posterior. Pero por grande que fuera el miedo a verse atrapado en el interior de un tanque en llamas, al final ser¨ªa en la infanter¨ªa donde se producir¨ªan m¨¢s bajas. S¨®lo el 14% de los efectivos estadounidenses enviados al extranjero durante la II Guerra Mundial fueron soldados de infanter¨ªa, pero el 85% de las bajas de Normand¨ªa fueron por esta arma. Al menos 30.000 soldados americanos sufrieron alguna crisis nerviosa debido a la "fatiga de combate".
Entre los soldados brit¨¢nicos tambi¨¦n se dieron numerosos casos de agotamiento extremo. En el puesto de socorro avanzado del 210? Ambulatorio de Campa?a se tuvo que tratar a "un grupo de muchachos aterrorizados y desorientados; estaban conmocionados por la batalla, eran presa de la ansiedad y no paraban de echar alaridos en una esquina", escribir¨ªa un m¨¦dico en su diario. "Varios soldados heridos de las SS fueron conducidos hasta all¨ª; eran un pu?ado de tipos duros y sucios. Algunos hab¨ªan actuado como francotiradores, encaramados a un ¨¢rbol durante d¨ªas. Un joven nazi ten¨ªa la mand¨ªbula rota y estaba al borde de la muerte, pero antes de fallecer levant¨® la cabeza y musit¨®: 'Heil Hitler!". Despu¨¦s de la guerra muchos psiquiatras estadounidenses y brit¨¢nicos llegaron a la conclusi¨®n de que el menor n¨²mero de casos de fatiga de combate que se dio entre los prisioneros alemanes s¨®lo cab¨ªa explicarlo por la naturaleza militar de la sociedad nazi, caracter¨ªstica que hab¨ªa contribuido a su mejor preparaci¨®n.
Los hombres m¨¢s heroicos en los campos de batalla de Normand¨ªa fueron los m¨¦dicos, individuos desarmados a los que sol¨ªan disparar los francotiradores, a pesar de la cruz roja que se distingu¨ªa en el brazalete que llevaban puesto. Uno de ellos escribi¨® acerca del "rayo de esperanza" que iluminaba los ojos de los heridos cuando aparec¨ªa ante ellos. No era dif¨ªcil identificar a los que estaban a las puertas de la muerte, cuyo "color gris verdoso comenzaba a extend¨¦rseles bajo los ojos y las u?as. A ¨¦sos s¨®lo pod¨ªamos darles consuelo. Los que hac¨ªan m¨¢s ruido eran los heridos leves, y les ense?¨¢bamos a que ellos mismos se vendaran". ?l atend¨ªa a los que presentaban un estado de shock o heridas graves con hemorragias. Apenas utiliz¨® los torniquetes, "pues la mayor¨ªa de los hombres sufr¨ªan perforaciones que apenas sangraban, o amputaciones o lesiones producidas por fragmentos incandescentes de obuses o morteros que hab¨ªan cauterizado la propia herida".
Los reemplazos reci¨¦n llegados eran normalmente los primeros en morir. Por otro lado, los tipos m¨¢s grandes, por fuertes que fueran, eran los que ten¨ªan m¨¢s posibilidades de caer en combate. "Los soldados que realmente duraban", cuenta el m¨¦dico americano, "eran por lo general delgados, de menor estatura y muy r¨¢pidos de movimiento". Los hombres se llenaban de odio contra el enemigo, se?ala el doctor, cuando mor¨ªa un compa?ero. "Y a menudo se trataba de un odio a muerte; cuando ocurr¨ªa algo as¨ª, mataban a cualquier alem¨¢n que encontraran".
Hubo grupos de trabajo encargados de trasladar los cuerpos de los fallecidos al Registro de Sepulturas. Los cad¨¢veres sol¨ªan estar r¨ªgidos e hinchados, y a veces llenos de gusanos. En algunas ocasiones se les desprend¨ªa una de las extremidades al ser levantados del suelo. El hedor era insoportable, especialmente en el dep¨®sito central. "All¨ª ol¨ªa todav¨ªa peor, pero la mayor¨ªa de los que trabajaban en ese lugar se encontraban aparentemente bajo una influencia del alcohol tan fuerte, que parec¨ªa que no les importara".
La batalla de Normand¨ªa fue brutal y encarnizada. A pesar de?la opini¨®n de muchos historiadores, las p¨¦rdidas sufridas por los alemanes en cada una de las distintas divisiones que participaron en los combates duplicaron la media de las sufridas en el frente oriental. Y las 225.000 bajas de los aliados no quedan muy lejos de las 240.000 de los alemanes. Adem¨¢s, la Wehrmacht perdi¨® tambi¨¦n a 200.000 hombres que fueron hechos prisioneros. La poblaci¨®n civil francesa sufri¨® asimismo terribles p¨¦rdidas. Murieron unas 15.000 personas en el curso de los bombardeos preparatorios de la invasi¨®n, y otras 20.000 en la batalla de Normand¨ªa. El escepticismo de los sovi¨¦ticos no habr¨ªa podido estar m¨¢s equivocado.?
'El d¨ªa D. La batalla de Normand¨ªa', publicado por Editorial Cr¨ªtica, sale a la venta el 10 de septiembre.
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