"Guerra contra el terror" y lucha por la libertad
La primera cosa que veo cada vez que vengo a Nueva York es algo que no est¨¢ ah¨ª. Esa tremenda ausencia de las Torres Gemelas en el perfil de Manhattan sigue siendo la presencia m¨¢s fantasmal de la ciudad. Un punto de referencia hecho de aire. Pero la sombra de las Torres Gemelas ausentes ya no es el rasgo definitorio de la pol¨ªtica mundial como la sombra del muro de Berl¨ªn lo fue durante casi 30 a?os. La mayor¨ªa de la gente ya no siente que estamos viviendo en una "guerra contra el terror", igual que s¨ª sent¨ªamos que viv¨ªamos en una guerra fr¨ªa. No sucede as¨ª en el mundo. Ni en Estados Unidos. Ni siquiera lo siente en Nueva York.
A finales del mes pasado, Janet Napolitano, la secretaria estadounidense de Seguridad Interior, confirm¨® que el gobierno de Obama ha decidido prescindir del t¨¦rmino "guerra mundial contra el terror". Es decir, que, como eslogan, eso que se calific¨® de lucha hist¨®rica equiparable a la guerra fr¨ªa -o la "Cuarta Guerra Mundial", seg¨²n el neoconservador Norman Podhoretz, para quien la Tercera Guerra Mundial era la guerra fr¨ªa- ha durado poco m¨¢s de siete a?os, desde el oto?o de 2001 hasta el oto?o de 2008, cuando Obama gan¨® las elecciones.
Cada vez menos estadounidenses creen que las guerras les van a dar m¨¢s seguridad
Para la mayor¨ªa de los estadounidenses, "Irak se ha terminado", aunque, por supuesto, no es as¨ª para los iraqu¨ªes que contin¨²an vivos y tienen que seguir arrostrando las consecuencias. "Adi¨®s, Irak, y buena suerte" es el titular de la columna de Tom Friedman en The New York Times el martes pasado. El t¨ªtulo no hace justicia al art¨ªculo, pero resume a la perfecci¨®n una actitud general que, si yo fuera iraqu¨ª, me indignar¨ªa.
Como un Reino Unido que est¨¢ de luto sabe muy bien, en Afganist¨¢n, la guerra sigue adelante. La respuesta original, necesaria y justificada a los atentados del 11 de septiembre de 2001, qued¨® deformada y traicionada por el desastroso desv¨ªo de recursos y atenci¨®n a una guerra innecesaria e injustificada en Irak. Obama se juega su reputaci¨®n a la posibilidad de tener ¨¦xito en Afganist¨¢n, pero la definici¨®n de ¨¦xito es m¨¢s reducida y realista. El objetivo no es una democracia floreciente, sino un Estado m¨¢s o menos estable que no sea un refugio ni un semillero de terroristas. Ni siquiera en Estados Unidos puede contar ya con el apoyo de la poblaci¨®n a esta guerra. En marzo, un sondeo USA Today/Gallup revel¨® que el 42% de los entrevistados respond¨ªan que Estados Unidos cometi¨® un "error" al enviar fuerzas militares a Afganist¨¢n. En noviembre de 2001, esa cifra era de s¨®lo el 9%. Tal vez queden pocos a?os para que veamos el titular: "Adi¨®s, Afganist¨¢n, y buena suerte".
Los estadounidenses no tienen forzosamente la sensaci¨®n de estar mucho m¨¢s a salvo de un atentado terrorista, a pesar de las medidas extraordinarias que se han tomado con ese fin. El Pew Research Center ha llevado a cabo una serie de encuestas en las que pregunta a los norteamericanos si creen que la capacidad de los "terroristas" de atacar Estados Unidos es mayor, igual o menorde lo que era el 11-S. En agosto de 2002, el 39% dec¨ªa que era igual, el 34%, menor, y el 22%, mayor. En febrero de este a?o, el 44% dec¨ªa que era igual, el 35%, menor, y el 17%, mayor. Es decir, ocho a?os despu¨¦s, una clara mayor¨ªa considera que la capacidad de los terroristas de atacar Estados Unidos es igual o mayor de lo que era el 11-S. Quiz¨¢ se equivoquen, pero es lo que dicen.
Existe, pues, una sensaci¨®n general y seguramente acertada de que la lucha a largo plazo contra los diversos terroristas contin¨²a. Sin embargo, cada vez es menor el n¨²mero de estadounidenses que piensa que su seguridad va a reforzarse con las guerras en el exterior. En este aspecto, existe una clara divisi¨®n entre los partidos. En la misma encuesta de Pew, casi dos de cada tres republicanos insisten en que las operaciones militares contribuir¨ªan m¨¢s que los esfuerzos diplom¨¢ticos a reducir la amenaza terrorista; entre los dem¨®cratas, la cifra es la inversa. En resumen, exactamente la mitad de los entrevistados dice que la disminuci¨®n de la presencia militar estadounidense en el extranjero reducir¨ªa la amenaza del terrorismo.
Tambi¨¦n es importante el hecho de que a la amenaza terrorista se han unido otros problemas, algunos de los cuales parecen m¨¢s acuciantes y otros m¨¢s importantes. La crisis econ¨®mica, en primer lugar. Las personas a las que vi el otro d¨ªa por la ma?ana, pasando con paso apresurado junto a las obras de la zona cero camino del trabajo, probablemente no pensaban en edificios que se caen como consecuencia de un atentado terrorista. Porque, mientras tanto, ese mismo distrito financiero ha visto c¨®mo se derrumbaban unos bancos como consecuencia de lo que el economista de Oxford Paul Collier llama el delito de banquicidio. Esos neoyorquinos que van a trabajar estar¨¢n pensando m¨¢s probablemente en c¨®mo salvar su empleo o c¨®mo avivar las brasas de una fr¨¢gil recuperaci¨®n del mercado.
Al mismo tiempo, en el horizonte se ciernen otros retos hist¨®ricos como el cambio clim¨¢tico y el ascenso de China. Si los futuros historiadores preguntan "?qui¨¦n gan¨® la guerra entre Estados Unidos y Al Qaeda?", la respuesta quiz¨¢ sea "China". Por supuesto, China estaba ya en pleno ascenso, de todas formas. Pero, desde el punto de vista geopol¨ªtico, se ha beneficiado tambi¨¦n, de manera imprevista e involuntaria, de una lucha que ha sido un elemento de distracci¨®n y en la que Estados Unidos, bajo la Administraci¨®n de Bush, se ha perjudicado a s¨ª mismo.
Incluso si dejamos aparte los costes econ¨®micos de la "guerra mundial contra el terror", Abu Ghraib y Guant¨¢namo han hecho a Estados Unidos un da?o mucho mayor del que Al Qaeda podr¨ªa haber causado jam¨¢s con un ataque directo. Pero, al fin y al cabo, ¨¦se ha sido siempre el sue?o de los terroristas: provocar al Estado al que atacan para que se haga da?o a s¨ª mismo, en una especie de yudo sanguinario. No olvidemos que Dick Cheney est¨¢ a¨²n entre nosotros, y hace poco se le acus¨® de haber ordenado a la CIA que no informara al Congreso del desarrollo de una operaci¨®n antiterrorista clandestina que, al parecer, inclu¨ªa planes de asesinato. Aun as¨ª, Cheney tiene todav¨ªa el cuajo de sugerir que el abandono del t¨¦rmino "guerra contra el terror" va a incrementar la amenaza terrorista contra Estados Unidos.
El presidente Obama, firmemente asentado y lleno de matices, est¨¢ haciendo todo lo que puede para hacer que Estados Unidos recobre lo mejor de s¨ª mismo, tanto en Michigan (donde el desempleo sobrepasa ya el 14%) como en Washington (donde, por fin, se est¨¢n abordando la reforma sanitaria y el cambio clim¨¢tico, aunque sea con dolorosos compromisos), en Egipto (donde se dirigi¨® con elocuencia al mundo musulm¨¢n) como en Ghana. Pero, aunque Obama es personalmente un arma de atracci¨®n masiva, los recursos de poder nacional a su disposici¨®n son mucho menores que si hubiera tomado posesi¨®n en enero de 2001, y los retos a los que se enfrenta, tanto en su pa¨ªs como en el extranjero, son, en muchos aspectos, mayores.
En la zona cero son ya visibles los cimientos de una nueva torre. De aqu¨ª a cinco a?os habr¨¢ un nuevo punto de referencia en la silueta de Manhattan, y no s¨®lo la presencia fantasmal de una ausencia. Seg¨²n las autoridades locales, el edificio se llamar¨¢ oficialmente 1 World Trade Center, pero conf¨ªo en que todo el mundo siga llam¨¢ndolo Torre de la Libertad. Su base estar¨¢ reforzada contra atentados terroristas. Ahora bien, aunque Estados Unidos vuelva a ser un modelo de libertad, que el coraz¨®n vuelva, o no, a henchirse ante la brillante perspectiva del perfil de Manhattan depender¨¢ de las pol¨ªticas que Estados Unidos lleve a cabo en muchos frentes, de los que la lucha gradual contra el terrorismo no es m¨¢s que uno, y seguramente no el m¨¢s importante.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford.
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