El halc¨®n y la paloma
Hay que elegir entre la justicia y el amor -escribi¨® El¨ªas Canetti- Yo no puedo, yo elijo las dos cosas". Una leyenda del Mahabharata, recreada por Jean-Claude Carri¨¨re, nos dice que es posible. Cuenta la historia de un rey de quien todos dec¨ªan que era el m¨¢s justo de la tierra. Un d¨ªa, estando en los jardines de su palacio, una paloma cay¨® sobre su muslo para pedirle ayuda. Pero un delgado halc¨®n que se pos¨® en una rama vecina le advirti¨® que era suya y que se la deb¨ªa entregar. El rey se neg¨®, con el argumento de que no se entrega un animal asustado a su enemigo, y el halc¨®n le dijo que si era el m¨¢s justo de la tierra no pod¨ªa neg¨¢rsela, pues s¨®lo esa paloma le permitir¨ªa aplacar la angustia de su hambre. ?Acaso los halcones no se hab¨ªan alimentado de las palomas desde que el mundo era el que conoc¨ªan? El rey, turbado, reconoci¨® que ten¨ªa raz¨®n, y le ofreci¨® canjear aquella paloma por lo que quisiera, un buey entero, todo su ganado, todo su reino. "S¨®lo aceptar¨ªa una cosa, le contest¨® el halc¨®n. Si sientes tal amor por esa paloma corta un trozo de carne de tu muslo derecho, del mismo peso que esa paloma, y d¨¢melo". El rey se cort¨® un trozo de su muslo derecho, y mand¨® que le trajeran una b¨¢scula, pero el peso de la paloma sobrepasaba el de la carne. Se cort¨® otro trozo y la b¨¢scula segu¨ªa sin moverse, pues la paloma segu¨ªa siendo m¨¢s pesada que su carne. El rey se cort¨® el otro muslo. Se cort¨® los brazos, el pecho, toda su carne. Al final, cuando s¨®lo era un esqueleto sangrante, se subi¨® ¨¦l mismo sobre el platillo, y la b¨¢scula no se mov¨ªa. El cuerpo de la paloma era m¨¢s pesado que el del rey. "Hemos venido hasta aqu¨ª para conocerte, la paloma y yo, dijo entonces el halc¨®n. A ti, de quien se dice que eres el hombre m¨¢s justo del mundo". Y las dos aves echaron a volar juntas.
?C¨®mo el m¨¢s dotado habr¨ªa de ofrecer su vida a aquel que nada podr¨¢ darle?
Como la leyenda, habla de esa justicia que no sabe vivir a espaldas del amor
He pensado en esta f¨¢bula al visitar un centro para ni?os con par¨¢lisis cerebral en mi ciudad. Los ni?os que pueblan sus salas son como la paloma de esta leyenda, v¨ªctimas temblorosas de un mundo donde todo debe responder a unos preceptos de utilidad y eficacia; y los padres y educadores que los cuidan, como el rey que acoge en su jard¨ªn a esa paloma. Tambi¨¦n ellos entregan partes de s¨ª mismos, de su tiempo y de su atenci¨®n, para proteger a los ni?os que est¨¢n a su cargo. Es una entrega que carece de l¨®gica, pues ?c¨®mo el m¨¢s dotado habr¨ªa de ofrecer su vida y el ejercicio de sus capacidades a aquel que nada o casi nada podr¨¢ darle a cambio de su sacrificio? El que sabe andar, es due?o de un lenguaje, de unas facultades f¨ªsicas y mentales superiores, ofrece esas piernas, esas palabras, parte de esos complejos pensamientos, a quien apenas podr¨¢ entenderlos o utilizarlos, pues ?de qu¨¦ podr¨ªan servirle si su destino es estar de m¨¢s, haber venido al mundo no a ense?orearse de ¨¦l sino a sufrir su peso inaudito? Y sin embargo, eso es el amor: que tambi¨¦n para ese cuerpo haya un lugar entre nuestros brazos y que, al confiarnos su existencia, quedemos obligados a ¨¦l como si fuera el cuerpo tembloroso de una paloma.
Esto es lo que sentimos al visi-tar este Centro. Paseamos por sus anchos pasillos, nos asomamos a las clases de grandes ventanas, y al ver las pizarras, los muebles, las mesas llenas de dibujos y objetos, expresi¨®n de una labor tan discreta como incesante, pensamos: "S¨ª, debi¨® de ser en un lugar as¨ª donde el rey recibi¨® a la paloma". Y no tendremos entonces una impresi¨®n de abatimiento y derrota, sino de desaf¨ªo. El desaf¨ªo de una apuesta que tiene que ver con el incomprensible alentar de la vida. Y la visi¨®n de los ni?os ensimismados, de sus posturas extra?as y sus cuerpecitos deformes, pero a su manera delicados y perfectos, nos har¨¢ pensar que a¨²n hay mucho por hacer. Y todo a nuestro alrededor tendr¨¢ que ver con esa tarea sin fin, la de la construcci¨®n de un mundo que no sea el lugar de la decepci¨®n y la renuncia sino el de la siempre misteriosa alegr¨ªa. Eso ser¨¢ entonces este colegio para quien lo recorra y lo sepa mirar con atenci¨®n, un mundo lleno de tareas pendientes, de apuestas inauditas, donde est¨¢ presente el juego de la vida y sus siempre delicadas construcciones: las primeras palabras, los primeros gestos, los primeros nombres. Veremos, por ejemplo, a una ni?a que incapaz de pronunciar una sola palabra lograr¨¢ comunicarse con nosotros se?al¨¢ndonos en su peque?o ¨¢lbum la imagen de lo que desea. Si quiere ir al comedor, la figura de alguien comiendo; si quiere ir al ba?o, la de un peque?o retrete; si pide volver a clase, la de una mesa llena de cuadernos. Las demandas se multiplican y mientras otro de los ni?os quiere mostrarnos sus dibujos una nueva, peque?a como un cordero, se restriega contra nuestras piernas. "Quiero ser real" nos dicen sus ojos cuando la miramos. Y nos iremos asomando a ese mundo desconocido, a sus tareas y sus logros min¨²sculos, como a un reino lleno de objetos maravillosos y de proyectos tan dulces como insensatos. Masas de papel que dan lugar a una imponente figura de Obelix; soles, estrellas cubiertas de purpurina, un perro detenido sobre la mesa como una de esas figuras recortadas en un seto de boj por Eduardo Manostijeras. Uno de los ni?os no ve ni logra sostener su cabeza. Est¨¢ acostado en un peque?o parque y cuando llegamos a su lado su educadora le advierte que es la hora de comer: "Venga, gandul", le dice con ternura. Y el ni?o se despereza, extiende sus bracitos delgados y sus movimientos tienen la dulce somnolencia de las criaturas que viven en el fondo del mar.
Borges tiene un poema titulado Los justos en que va nombrando las acciones humildes de algunos hombres an¨®nimos: el tip¨®grafo que compone una buena p¨¢gina, el que acaricia a un animal dormido, quien justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. Y nos dice que son esas acciones las que sostienen el mundo. Podr¨ªamos sumar a ellas las acciones de los protagonistas de esta historia que, como la leyenda del Mahabharata, habla de esa justicia que no sabe vivir a espaldas del amor. La madre que esperando encontrar en su cuna a un ni?o normal encuentra un ser desfigurado y se ocupa de ¨¦l como si recibiera en su regazo el cuerpo de un dios diminuto; las pobres criaturas para los que el m¨¢s elemental de los gestos, tomar una cuchara, por ejemplo, es comparable a la conquista por parte de los alpinistas de la cumbre del Everest; los educadores que escriben para sus alumnos cuentos en que las palabras se confunden con los objetos del mundo. Cada uno de ellos nos entrega una nueva leyenda. Son los nuevos justos, los que, sin darse cuenta, sin pretenderlo, hacen que el halc¨®n y la paloma puedan volar juntos sin hacerse da?o.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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