Los aficionados
El terreno de juego del ciclismo abarca el pa¨ªs entero donde se desarrolla la carrera, las bandas laterales son las cunetas y los quitamiedos y cualquier punto de la carretera sirve para trazar la l¨ªnea de meta. Para asistir a este espect¨¢culo no hay que pagar, porque ning¨²n club ni presidente es due?o de la cancha. La visi¨®n de las gradas alpinas y pirenaicas tomadas por miles de aficionados que acampan en los prados durante d¨ªas para poder contemplar durante unos minutos el paso de los corredores aumenta su inter¨¦s. Sin ellos, sin sus gritos en veinte idiomas diferentes, sin su pasi¨®n, sin los colores de todas las banderas ondeando, el ciclismo no brillar¨ªa tanto.
En esta fiesta algunos de los aficionados son ya viejos conocidos y un a?o tras otro los encontramos en las cunetas, fieles a la cita, disfrazados de arlequ¨ªn o de gondolero, de superm¨¢n o de diablo rojo -el entra?able Didi-. Nunca falta un grupo de monjas que aplaude en la puerta de un convento, ni un acalorado en tanga estorbando el paso. Otros se suben a las palas de las excavadoras para ver mejor, corren a caballo en paralelo, hacen olas con cartulinas amarillas y alzan a sus hijos sobre los hombros para que el desfile de las bicicletas se grabe para siempre en los ojos infantiles. Los m¨¢s entusiastas escriben con heno en las praderas, con piedras o con telas, mensajes de vivas y de apoyo y rotulan en el asfalto con pintura blanca el nombre de sus ¨ªdolos.
Creo que ninguna afici¨®n deportiva es tan ecu¨¢nime y noble como la del ciclismo. Sus adeptos no hacen del rival un enemigo y hasta ahora no ha servido de pantalla para organizaciones nazis o racistas ni ha sido un reducto de ultras, ni de barras bravas, ni de skins. Los fans que invaden las rampas de los puertos aplauden con entusiasmo la llegada de sus ¨ªdolos, pero no insultan a sus rivales, no los agreden, no les lanzan a la cabeza monedas ni mecheros ni botellas de agua congelada. Al contrario, animan a todos, al margen del pa¨ªs o del equipo al que pertenecen, les ofrecen bebida, respetan su sacrificio y valoran su esfuerzo. A poco que se dejen llevar por sus impulsos har¨¢n algo prohibido: empujar durante unos metros al ciclista que se tambalea exhausto en mitad de una rampa.
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