El espejismo de un cambio de modelo productivo
Hace 10 a?os, la deuda externa de Espa?a representaba el 26% del PIB; cinco a?os despu¨¦s hab¨ªa subido al doble, y a finales del 2008 alcanz¨® el 102%. En este per¨ªodo, el endeudamiento de las familias ha pasado del 38% al 83% del PIB, y el de los bancos, del 0,83% al 55%. Aunque durante un decenio largo disfrutamos de un crecimiento cercano al 3% anual, con un aumento inusitado de la poblaci¨®n activa, gracias a una inmigraci¨®n que creci¨® a una velocidad sin parang¨®n con otros pa¨ªses, a nadie pudo sorprender que con estas cifras la crisis se presentara en Espa?a con rasgos tan pronunciados.
Los espa?oles no salen de su asombro -antes tan bien, y ahora de repente tan mal-, y les cuesta caer en la cuenta de que el bienestar alcanzado lo deb¨ªamos, en primer lugar, al euro, que, adem¨¢s de contener la inflaci¨®n -aunque la espa?ola fuese mayor que la media comunitaria-, facilitaba dinero abundante con un inter¨¦s muy bajo; a la construcci¨®n, que, al subir el precio de las viviendas dos d¨ªgitos al a?o, se convirti¨® en la inversi¨®n financiera m¨¢s rentable, refugio del dinero negro circulante; a la inmigraci¨®n, que ofrec¨ªa cuantiosa mano de obra a bajo precio; a la prosperidad de nuestros vecinos, que adem¨¢s de vender a cr¨¦dito en las mejores condiciones, contribu¨ªan a un crecimiento continuo del turismo; en fin, a la disposici¨®n tan espa?ola a endeudarse alegremente, mirando a otro lado ante los datos estremecedores de la balanza de pagos.
Espa?a debe invertir en sectores en los que pueda ser competitiva con una tecnolog¨ªa propia
Ciencia y tecnolog¨ªa son clave para exportar productos de alto valor a?adido
Se vive bien del ahorro de los dem¨¢s, pero al final se encalla en un alto endeudamiento y una baj¨ªsima productividad. Despu¨¦s de haber superado en renta per c¨¢pita a Italia, pa¨ªs en el que el declive es evidente, se especulaba cu¨¢ndo le llegar¨ªa el turno a Francia, que tambi¨¦n lucha con dificultades crecientes, pero ya no podemos seguir con las ¨ªnfulas de un pa¨ªs rico que exige un puesto entre los poderosos del mundo. Lo peor es que los espa?oles llegaron a creerse que su econom¨ªa estaba asentada sobre fundamentos s¨®lidos, y el Gobierno no fue el ¨²nico que se neg¨® a percibir las se?ales de lo que se nos ven¨ªa encima, rechazando, a veces con iron¨ªa, otras recurriendo al patrioterismo m¨¢s cerril, las voces de las distintas Casandras. Cuando, empujado por las cifras del paro, no hubo m¨¢s remedio que empe?arse en divisar alguna luz a la salida del t¨²nel, Zapatero recurri¨® al viejo t¨®pico de que la crisis ofrec¨ªa la gran oportunidad de cambiar el modelo productivo.
Los espa?oles supieron muy pronto que su futuro depend¨ªa de pasar de una sociedad rural poco desarrollada a una industrial competitiva. Pese a repetidos intentos en el siglo XIX y pri-
mera mitad del XX, con la sola excepci¨®n del Pa¨ªs Vasco y Catalu?a, y eso gracias a un proteccionismo, cuyos costos todav¨ªa se discuten, la industrializaci¨®n no enraiz¨® en la mayor parte de la Pen¨ªnsula. Fracaso que nos diferencia del norte europeo y explica nuestra tortuosa historia pol¨ªtica y social. En los dos primeros decenios del franquismo se intent¨® una industrializaci¨®n aut¨¢rquica dirigida por el Estado; con el Plan de Estabilizaci¨®n de 1959 se opt¨® por abrirse al exterior, aprovechando las inversiones y la tecnolog¨ªa de los pa¨ªses m¨¢s avanzados, con magn¨ªficos resultados.
A partir de los a?os sesenta del siglo pasado Espa?a se convierte en un pa¨ªs industrial, pero ya en los ochenta tuvo que llevar a cabo una reconversi¨®n de la siderurgia y de la construcci¨®n naval. Cuando parec¨ªa consolidado un nuevo modelo que combina producci¨®n industrial -Espa?a llega a fabricar m¨¢s de tres millones de autom¨®viles al a?o, de los que exporta la mayor parte- con servicios tan competitivos como el turismo y una agricultura cada vez m¨¢s exportadora, junto con los dem¨¢s pa¨ªses comunitarios, en el ¨²ltimo decenio tiene que enfrentarse a una de las consecuencias m¨¢s graves de la globalizaci¨®n, la deslocalizaci¨®n de la producci¨®n industrial al continente asi¨¢tico.
La crisis ha puesto de relieve que el modelo actual que combina industria, agricultura y servicios est¨¢ caducado. No volveremos a las cifras alcanzadas de exportaci¨®n de autom¨®viles -despu¨¦s de Corea del Sur, China y la India se perfilan como las nuevas potencias exportadoras-, y las ventas de productos del campo sufrir¨¢n cada vez m¨¢s la competencia del Tercer Mundo, al que la "fortaleza europea" no tendr¨¢ otro remedio que abrirse para disminuir la presi¨®n migratoria.
S¨®lo si a la salida de la crisis logramos un nuevo modelo productivo el porvenir se despeja. Los datos escalofriantes de nuestra deuda externa provienen de la escasez de productos exportables con un alto valor a?adido, y conseguirlo exige impulsar la ciencia y la tecnolog¨ªa. El reto es inmenso y requiere una pol¨ªtica adecuada a largo plazo, tanto en educaci¨®n -un campo que requiere mucho tiempo y dinero, adem¨¢s de nuevos valores que inciten al esfuerzo y a la responsabilidad- como en la selecci¨®n de los nichos en los que podr¨ªamos ser competitivos con una tecnolog¨ªa propia.
El f¨ªsico espa?ol Jos¨¦ Garc¨ªa Santesmases, que hab¨ªa publicado en 1949 un primer art¨ªculo sobre inform¨¢tica, a su regreso de Estados Unidos, convencido de la importancia que tendr¨ªa esta nueva disciplina, trat¨® en vano de convencer a los dirigentes del CSIC de que los esfuerzos habr¨ªa que centrarlos en aquellas ramas de la ciencia que, como la inform¨¢tica, estuviesen empezando, ya que permiten partir de una base com¨²n en condiciones de igualdad. Cuanto m¨¢s desarrollada est¨¦ una tecnolog¨ªa, m¨¢s dif¨ªcil es empezar a competir en ella. Es una recomendaci¨®n que no ha perdido vigencia.
Resulta decisivo elegir bien los campos en los que podamos competir a nivel mundial -la biotecnolog¨ªa, la biolog¨ªa molecular, la microelectr¨®nica, las energ¨ªas renovables, las telecomunicaciones- para centrar en ellos todos los esfuerzos. No podemos renunciar a seguir comprando tecnolog¨ªa extranjera, por grande que sea el peligro de colonizaci¨®n tecnol¨®gica, pero resulta imprescindible realizar paralelamente una investigaci¨®n propia sobre la tecnolog¨ªa traspasada para ampliar nuestra autonom¨ªa al tratar de mejorarla.
Frente a cualquier ret¨®rica facilona sobre las expectativas de un nuevo modelo productivo hay que tener muy en cuenta que el peso de las exportaciones de productos de alta tecnolog¨ªa no supera el 1% del PIB, cifra muy inferior a la de otros pa¨ªses de nuestro entorno. El mayor obst¨¢culo a la introducci¨®n de nuevas tecnolog¨ªas es el predominio de la peque?a empresa -el 94% de las empresas espa?olas tienen entre 0 y 10 trabajadores, y si bien proporcionan el mayor n¨²mero de empleos, no est¨¢n interesadas, ni tampoco en condiciones de llevar a cabo innovaciones tecnol¨®gicas.
En cuanto se toma en consideraci¨®n nuestro sistema educativo y los valores dominantes en la juventud, as¨ª como la estructura productiva con s¨®lo el 0,13% de empresas con el tama?o adecuado para impulsar una tecnolog¨ªa propia, pese a que en los ¨²ltimos a?os haya aumentado la investigaci¨®n empresarial y el n¨²mero de patentes espa?olas, el paso a un nuevo modelo productivo no deja de ser una ficci¨®n hasta ahora sin la menor base real. No faltan los que creen que no nos queda m¨¢s que seguir siendo una sociedad de servicios y que es mucho lo que a¨²n queda por hacer en este campo para garantizar a la larga un nivel de vida alto, y que inventen otros.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico excedente de Sociolog¨ªa.
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