El 'dios' al que se pod¨ªa tocar
Si un buen d¨ªa de 1969, Vicente Ferrer no hubiese ca¨ªdo por Anantapur, ahora, al peque?o Elapa, nadie le conocer¨ªa por su nombre. ?se precisamente era su sue?o: que la gente le conociera por su nombre y no como el cegato del pueblo. Justo como les pasaba a sus amigos Made, Tipesuami o Rakavendra, los m¨¢s listos del patio, ganadores de concursos de preguntas y respuestas a la manera de los quiz shows. Lo mismo les ocurre a los ni?os que sister Agnes estimula en la escuela de Kureru para que su par¨¢lisis cerebral sea m¨¢s llevadera. Si el padre Ferrer no hubiese parado y montado su campamento en aquel lugar perdido del mundo, nadie les llamar¨ªa Vijaya,?Vinay, Nivedita, Gririja o Sandya. Ser¨ªan los bobos, los retrasados, los tullidos, la escoria del barrio. Ni por asomo 13 de ellos habr¨ªan acabado integrados en la escuela p¨²blica, y por supuesto, nunca, jam¨¢s, nadie les conocer¨ªa por su nombre.
Aterrizaron all¨ª con el ¨²nico objetivo de salvar al mayor n¨²mero de personas de la pobreza
las comadronas se encargan de los programas de nutrici¨®n. un huevo duro puede ser un acontecimiento
Ferrer y sus colaboradores montaron los servicios propios de un estado donde no exist¨ªa el estado
seg¨²n Anna Ferrer, su madre, su hijo moncho es blanco por fuera e indio por dentro
Vicente Ferrer era el visionario. su esposa, Anna, aporta el sentido pr¨¢ctico
Muchos quieren levantarle ahora estatuas. Moncho, su hijo, quiere evitarlo: 'a ¨¦l no le gustar¨ªa', dice
Como la fortuna es caprichosa y cambia los destinos de la gente por las leyes de azar, si Indira Gandhi no se hubiese empe?ado en que Vicente Ferrer volviera a la India despu¨¦s de haber sido medio expulsado de Mumbai por ense?ar a subsistir a los campesinos, hoy Anantapur, la regi¨®n de Andra Pradesh m¨¢s seca del pa¨ªs tras Rajast¨¢n, ser¨ªa un desierto sin futuro. Una tierra yerma, ¨¢rida, dram¨¢ticamente sedienta de agua, a expensas de dar o no dar cacahuetes dependiendo de las lluvias, y no un lugar donde hoy se cultivan mangos, bananas, naranjas, melones, tomates, jud¨ªas, granadas, chiles, sapotas y cereales.
Ser¨ªa un bardal sin vida y no con buenos partidos adonde algunos j¨®venes de zonas perif¨¦ricas acuden ahora a buscar novias d¨¢lits, de castas intocables. Hasta all¨ª bajan mozos de Kurnool, Cuddapah o Chittoor por el mero hecho de que ellas vivan en esos pueblos donde act¨²a la Rural Development Trust (RDT), la Fundaci¨®n Vicente Ferrer, para los espa?oles. Al menos estar¨¢n m¨¢s sanas y tendr¨¢n buenos estudios. Quiz¨¢, con el tiempo, consigan una casa que la organizaci¨®n pondr¨¢ a su nombre, o una buena vaca a base de esos cr¨¦ditos que dan en los shangams (asociaciones de mujeres). Con eso y un poco de suerte comer¨¢n decentemente.
La providencia. ?sa es una de las palabras clave para entenderlo todo. Uno de los motores en la vida y el ¨¢nimo de este hombre que consagr¨® su tarea a demostrar que la pobreza pod¨ªa ser erradicada de la faz de la tierra. Sin hipocres¨ªas, sin dobles baremos, sin excusas. Con un paciente y eficiente desarrollo. Con una ideolog¨ªa propia, sencilla y contundente. La ¨²nica que seg¨²n ¨¦l no creaba divisiones ni discusiones bizantinas: la ideolog¨ªa de la acci¨®n. Eso y la providencia, cosa indefinible que, seg¨²n su hijo Moncho, era algo as¨ª como 50% trabajo y 50% suerte, llev¨® un buen d¨ªa a Vicente Ferrer a Anantapur cuando todav¨ªa vest¨ªa h¨¢bito de jesuita.
Hab¨ªa nacido el 9 de abril de 1920 en Barcelona. Sus padres, reci¨¦n llegados de Gand¨ªa, revend¨ªan alimentos en un humilde comercio. Eran cuatro hermanos. Anarquista y simpatizante del POUM, a los 16 a?os entr¨® en el bando republicano. Particip¨® en la batalla del Ebro, aunque siempre presumi¨® de no haber disparado un solo tiro. Tambi¨¦n por aquella ¨¦poca, sinti¨® la vocaci¨®n espiritual. Pero cuando vio que la burocracia y la jerarqu¨ªa supon¨ªan un impedimento para lo que quer¨ªa hacer, abandon¨®.
En 1969 lleg¨® a Anantapur acompa?ado de otros seis visionarios, de sus amigos incondicionales Tony y Flavia Fern¨¢ndez, del m¨ªtico se?or Pereira y del buen Mahadeo. Y de una periodista inglesa que dej¨® su empleo en el Current, un diario de Mumbai, para seguirle a ¨¦l: Anna Perry, se llamaba, y acabar¨ªa siendo su esposa. Aterrizaron all¨ª con el ¨²nico objetivo de salvar al mayor n¨²mero posible de personas de la pobreza, la marginaci¨®n y el hambre. Llamados a cambiar el mundo, al menos ese mundo.
Si despu¨¦s de llegar Vicente Ferrer y sus seis ap¨®stoles se hubiesen sentido intimidados por las pintadas que les colocaban en las paredes de Emma Bungalow, la choza en la que dorm¨ªan, no habr¨ªan terminado construyendo 3 hospitales, ni desarrollando 2.291 pozos y varios pantanos, ni construyendo cerca de 35.000 viviendas en la zona, ni atendiendo a enfermos de sida con un centro espec¨ªfico. Si se hubiesen arrugado y ca¨ªdo en la trampa de quienes les invitaban con esas pintadas a volver sobre sus propios pasos -"Ferrer go back"-, no hubiesen plantado m¨¢s de 2,5 millones de ¨¢rboles, ni creado esos 4.338 shangams de mujeres, con sus cr¨¦ditos, con sus programas de educaci¨®n, sanidad y nutrici¨®n, con sus acciones solidarias cuando cualquiera de ellas recibe una paliza, o es repudiada, o no ve una rupia porque su marido decide que la prioridad del gasto en casa es el juego o el alcohol.
Si las acciones intimidatorias del gobernador de la regi¨®n en aquella ¨¦poca hubiesen surtido efecto; si sus encarcelamientos sin raz¨®n, sus presiones, su odio hacia el gran misionero le hubiesen hecho rendirse, Anantapur hoy no ser¨ªa Anantapur. Se habr¨ªa convertido en la regi¨®n fantasma que los expertos pronosticaban vac¨ªa en 50 a?os a partir de los setenta, sin los 4 millones de personas que la pueblan ahora, sin los 2,5 millones que en el presente se benefician de los programas que pusieron en marcha esos locos irredentos, esos quijotes sin armadura, esos soldados de la guerra pac¨ªfica que estaba llamada a comenzar.
A los insultos y amenazas respondieron con otro mensaje: "Espera un milagro". Lo escribieron en la puerta del cobertizo hecho con ca?as de bamb¨². Y el milagro lleg¨®.
Porque Vicente Ferrer -premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia en 1998- no estaba llamado a fracasar. La providencia le hab¨ªa designado otras funciones: convertirse en el gran s¨ªmbolo de la cooperaci¨®n internacional, en un visionario empe?ado en el cambio radical y la revoluci¨®n silenciosa. No s¨®lo en un santo. Poca cosa para figura tan grande. Vicente Ferrer fue, es, seguir¨¢ siendo para los suyos mucho m¨¢s. Lo dice Sheeba, que le conoci¨® de ni?a y hoy acompa?a como traductora por todos los rincones de Anantapur, a quien por all¨ª se pasa a contemplar su obra: "?l era el dios que pod¨ªamos ver, el dios que pod¨ªamos tocar".
?Exageran? Seg¨²n nuestra forma de ver las cosas, probablemente. Seg¨²n la suya, no. No porque la mayor¨ªa se haya formado en creencias polite¨ªstas. Sino porque nunca nadie les hab¨ªa cambiado directamente la vida de esa forma. As¨ª que cuando los habitantes de Anantapur hablan as¨ª de Vicente Ferrer no pronuncian palabras huecas, ni confesiones vac¨ªas. No sorprende que poco m¨¢s de una semana despu¨¦s de su muerte, sus habitantes todav¨ªa le lloren, que si les preguntas por ¨¦l, rompan con l¨¢grimas.
Le pasa a Saimatha, enfermera en el hospital de Bathalapalli, el mayor de los tres que la fundaci¨®n ha construido en la regi¨®n, adem¨¢s de 14 cl¨ªnicas rurales. Ella fue ni?a apadrinada, hoy vive en el campus del hospital con su familia y no puede evitar emocionarse cuando se le menciona a Ferrer. A Father, como le llaman muchos de ellos. "Primero est¨¢ Jes¨²s, luego el padre Ferrer y despu¨¦s mis propios padres. ?l me dio otra vida. Tenemos que trabajar mucho para cumplir su ambici¨®n", comenta Saimatha.
No hay duda. La papeleta sin ¨¦l al frente es dura. Pero Anna Ferrer sabe lo que tiene que hacer. Ella construy¨® toda esta ingente obra codo con codo con su marido, como relata en su libro Un pacto de amor (Espasa). Ferrer era el visionario. Anna pon¨ªa el sentido pr¨¢ctico. ?l se compromet¨ªa a hacer sin pensar en los recursos. Ya saben: "Dios proveer¨¢". Uno de sus lemas de cabecera. Luego, Anna, ayudaba a conseguirlos. La siguiente generaci¨®n est¨¢ asegurada. Su hijo Moncho, el segundo de un matrimonio del que tambi¨¦n nacieron Tara y Yamuna, lo lleva en la sangre y vive completamente comprometido con el proyecto. Al fin y al cabo, ¨¦l es, como dice su madre, "un coco del rev¨¦s". Vino al mundo all¨ª. As¨ª que es blanco por fuera, indio por dentro.
Pero el de la RDT representa un trabajo sin descanso, sin meta. Tuvo un comienzo, pero no un final. Es como un ser vivo. Los Ferrer y sus colaboradores montaron un Estado donde no llegaba ni exist¨ªa el propio Estado. Pero un Estado al que no mueven las ambiciones pol¨ªticas ni la lucha por el poder. ?sa era la diferencia que marcaba Ferrer. Una diferencia que su hijo ha aprendido e interiorizado. Un Estado con iniciativas y experimentos pioneros en muchas cosas que despu¨¦s los Gobiernos aplicaban en otras partes del pa¨ªs.
As¨ª lo reconocieron miembros del Gobierno en su funeral, como recuerda Sagara Murthy K., responsable de vivienda de la organizaci¨®n. Eso es, ni m¨¢s ni menos, el proyecto de cooperaci¨®n m¨¢s ambicioso de la India en estos momentos. Vicente Ferrer empez¨® ense?ando a los campesinos que deb¨ªan arar y sacar provecho a sus propias tierras. Lo consigui¨® incluso con el benepl¨¢cito de los terratenientes que necesitaban mano de obra barata. Quedaron convencidos a base de una fascinante diplomacia, la que seg¨²n sus colaboradores le hab¨ªa quedado intacta de su ¨¦poca en la Compa?¨ªa de Jes¨²s. Despu¨¦s, a quienes no ten¨ªan nada, les dio educaci¨®n, les construy¨® hospitales. Luego, con esas pruebas en las manos, con resultados palpables, atac¨® un gran cambio de mentalidad. Una transformaci¨®n radical cuyo objetivo es erradicar la desigualdad y la marginaci¨®n.
Los proyectos de Educaci¨®n, Ecolog¨ªa y de la Mujer son buena prueba. Chandra Sekhar Naidu D, encargado del programa en colegios, lo cuenta desde el principio. "Cuando empez¨® el proyecto, en los a?os setenta, lo m¨¢s urgente era convencer a los?d¨¢lits de que llevaran a sus hijos al colegio. El 90% de ellos no lo hac¨ªan", asegura Chandra. Pero lo m¨¢s grave es la raz¨®n. "No?cre¨ªan que tuvieran derecho a la educaci¨®n. Pensaban que eran privilegios de otras castas".
Deb¨ªan comenzar paso a paso. Pueblo a pueblo, con las sandalias puestas, como Vicente Ferrer recorri¨® la zona. "A los tres a?os, convenci¨¦ndoles y d¨¢ndoles incentivos como un programa de nutrici¨®n y material escolar, conseguimos que el 90% fuera al colegio. Dimos el vuelco". Pero poco despu¨¦s se encontraron con otro problema. "Poco despu¨¦s les sacaban para ponerlos a trabajar, as¨ª que la segunda fase del experimento consisti¨® en convencerles de nuevo para que continuaran". Hoy animan a miles de ni?os a ir a la escuela p¨²blica y apoyan sus estudios con cuatro horas extra de clase en 1.500 centros.
La situaci¨®n es m¨¢s estable ahora porque otro programa de acci¨®n ha conseguido normalizar las cifras. La organizaci¨®n de las mujeres. Doreen Reddy E se encarga de esa aut¨¦ntica revoluci¨®n que consiste en darles a ellas el poder en cada pueblo mediante los shangams. Despu¨¦s de una acci¨®n en m¨¢s de un millar de pueblos, ellas se encargan de los programas de nutrici¨®n, de repartirse cr¨¦ditos con arreglo a un fondo propio, de vigilar la educaci¨®n y hasta la buena calidad del profesorado, de medidas sanitarias que incluyen convencer a quienes tienen dos hijos de que se sometan a una ligadura de trompas en el centro de planificaci¨®n familiar que la fundaci¨®n tiene en Anantapur, o simplemente, para desahogarse y contarse sus penas, para apoyarse en los problemas cotidianos y en los dramas que antes no encontraban salida puertas afuera. "Fue dif¨ªcil empezar. Los hombres no quer¨ªan que habl¨¢ramos directamente con las mujeres, y las mujeres nos dec¨ªan que habl¨¢ramos de sus asuntos con los maridos", recuerda Doreen.
Pero cuando consiguieron meterse en las cocinas, todo cambi¨®. "Poco a poco fuimos gan¨¢ndonos su confianza. Convenci¨¦ndolas de que esos problemas deb¨ªan compartirlos con las dem¨¢s para organizarse. Ahora, la voz de una mujer sola no vale todav¨ªa nada, pero la voz de una asociaci¨®n de mujeres tiene mucha fuerza", comenta Doreen.
Fue como todo, ladrillo a ladrillo. Primero actuaron en 10 pueblos del ¨¢rea de Kalyandrug, luego en 25, ahora van por 1.300. Para entender este gigantesco cambio de mentalidad hay que ser conscientes de lo que era la vida de una mujer intocable o perteneciente a alg¨²n grupo tribal en una aldea. Un d¨¢lit siempre ha sido lo peor de la sociedad. En las castas, los primeros son los sacerdotes, que nacieron de la cabeza de Brahma; despu¨¦s, los guerreros, que nacieron de los hombros; en tercer lugar, los comerciantes, que le salieron al dios del est¨®mago, por ¨²ltimo, est¨¢n los intocables, que le cayeron de los pies. "Y de la planta de los pies brotaron las mujeres de ¨¦stos, pienso yo", dice Doreen.
Nadie se preocupaba de su alimentaci¨®n, eran las ¨²ltimas de la fila, as¨ª que la anemia siempre rondaba por ah¨ª. Para qu¨¦ educarlas, para qu¨¦ ocuparse de su salud. En la India todav¨ªa est¨¢ prohibido saber el sexo de los ni?os durante el embarazo. Cuando hay un parto en la familia, si es ni?o te colman de enhorabuenas; si es ni?a, recibes una especie de p¨¦same con cara de circunstancias.
Cuando se ha roto la barrera, las mujeres han reaccionado como un cicl¨®n. "Ahora se valen por s¨ª mismas, discuten sus problemas, buscan soluciones", asegura la coordinadora del programa. En los pueblos llevan la voz cantante. Participan, debaten, se ocupan de las iniciativas comunes. Los hombres van valor¨¢ndolas. Hablan con orgullo de sus hijas, de sus nietas, buenas estudiantes, con futuro, con formaci¨®n, con agallas.
Las comadronas son las l¨ªderes. Salen de Batharapalli con sus maletines met¨¢licos llenos de medicinas, vestidas de verde, inconfundibles, como una legi¨®n. En sus pueblos tambi¨¦n se ocupan de distribuir los programas de nutrici¨®n. Nunca un huevo duro fue mayor acontecimiento. Los cuecen, los pelan y se los dan a cada ni?o, a varios ancianos de la aldea. Se los comen juntos, despu¨¦s de un rezo y alguna canci¨®n y antes de su papilla de cereales, provista de calcio, potasio y prote¨ªnas.
Si no fuera por esta acci¨®n, muchos ni?os no masticar¨ªan nada que les hiciera crecer. "Muchos, para desayunar comen arroz; para almorzar, arroz, y por la noche... m¨¢s arroz". Es lo que cuenta en mitad de un d¨ªa ajetreado en su cl¨ªnica de Kanekal el doctor Khanan. Lo hace mientras ausculta el llanto ahogado y la mirada intensa de la peque?a M¨®nica. La ni?a est¨¢ en los huesos. Su piel es un papel que envuelve la miseria del hambre. Llora, pero apenas se la escucha; suspira, pero uno duda de que tenga fuerza para absorber el aire; gime con un espasmo que le sacude el cuello. Tiene hambre. Padece hambre. Menos mal que ha ca¨ªdo en manos de Khanan. Nadie como ¨¦l sabe tranquilizar a los visitantes. "Cuando no pueden m¨¢s, los padres los traen al hospital. Aqu¨ª se quedan un mes y les aplicamos un programa de nutrici¨®n con el que se recuperan totalmente", comenta despu¨¦s de negar al abuelo y a los padres de la peque?a una ayuda para volver a su pueblo. "Que les ha costado mucho el viaje, me dicen...".
No es el hambre lo ¨²nico que asuela Kanekal. Hay otras enfermedades. Muchas de ellas extirpadas en el primer mundo, pero todav¨ªa mortales en India: "Tuberculosis, tifus, malaria, diarrea, algo de dengue y, por supuesto, las picaduras. Todo eso es muy com¨²n. Son gente que vive y trabaja a la intemperie. En cualquier momento les puede atacar una serpiente, un escorpi¨®n, por no hablar de los perros y las abejas", asegura Khanan. Su cl¨ªnica es apa?ada y vital. Ha supuesto un salvavidas para una zona, el noroeste de Anantapur, en la que el transporte es cuesti¨®n de vida o muerte. "Vienen en rickshaws -motocarros que han heredado el nombre de aquellos tirados por hombres- donde se montan 20 personas. Llegan tambi¨¦n en tractores, siempre en p¨¦simas condiciones, al borde del colapso". Menos mal que ahora han prosperado con la joya de la corona: su nueva ambulancia.
Khanan salva vidas r¨¢pido. Act¨²a con decisi¨®n en mitad del hacinamiento, del ruido y la aglomeraci¨®n. Su lema es claro: "Curar o matar. No hay otra opci¨®n. Pero me gusta el trabajo. Me gustan los retos".
Lo mismo que ?ngela Mart¨ªnez P¨¦rez, m¨¦dico cooperante en Bathalapalli. Lleva nueve meses volcada en el centro de enfermos de VIH, donde se aplican tratamientos retrovirales y campa?as de concienciaci¨®n. "Este pa¨ªs necesita una campa?a global sobre el VIH de manera urgente", comenta ?ngela. M¨¢s en una potencia demogr¨¢fica que se acerca a un porcentaje escalofriante de contagio: un 1% de la poblaci¨®n total de 1.200 millones de habitantes. "El segundo con m¨¢s incidencia del mundo despu¨¦s de Sur¨¢frica", especifica la doctora. Su experiencia all¨ª, seg¨²n ella, ha sido monacal: "Disponible las 24 horas del d¨ªa". Duro. Muy duro si debes comprobar que un tercio de los infectados son ni?os y que la enfermedad se contagia en escalada por la falta de informaci¨®n y costumbres ancestrales dif¨ªciles de transformar. Pero ?ngela Mart¨ªnez lleva consigo una dura coraza, que despu¨¦s de Burkina Faso y la India -donde ya ha trabajado sobre el terreno- le llevar¨¢ a otro proyecto de cooperaci¨®n por esos mundos. El deseo de ayudar a los dem¨¢s. Se pega. Lo mismo les ocurre a las decenas de cooperantes y voluntarios llegados de toda Espa?a que trabajan en Anantapur.
Justo frente a la unidad de enfermos de VIH est¨¢ enterrado Ferrer. Su tumba, ahora cubierta de tierra roja y flores, domina un descampado que es toda una met¨¢fora de su vida. No hay nada alrededor, queda todo por hacer. Varios curiosos se acercan durante el d¨ªa. As¨ª entretienen el trabajo de los guardias que protegen el lugar. Antes de ser enterrado all¨ª, cerca de 200.000 personas bajaron a ver el cad¨¢ver y a velarlo en Anantapur. Pero lo enterraron en Bathalapalli por varias razones. "Aqu¨ª siempre estar¨¢ rodeado de gente y es un aut¨¦ntico medio rural, un s¨ªmbolo del entorno que ¨¦l quiso transformar", comenta Moncho. Despu¨¦s del entierro llegan otros problemas. Muchos pueblos quieren levantarle estatuas. Moncho quiere evitarlo. "?l odiaba esas cosas. No le gustar¨ªa. Prefiero que le recuerden con fotos".
Sabe que sobre sus hombros va a recaer la continuaci¨®n de la obra de sus padres. Su madre est¨¢ ah¨ª para ayudarle a fondo, para trabajar codo con codo. Pero Moncho es el futuro de la Fundaci¨®n Vicente Ferrer. Un futuro que, por el momento, ha recibido una avalancha de apadrinamientos despu¨¦s de su muerte. Un aumento considerable que ha pasado de una media de 10 ni?os al d¨ªa a 70, seg¨²n Jordi Folgado, sobrino de Ferrer y director gerente de la instituci¨®n (www.fundacionvicenteferrer.org) en Barcelona.
Eso anima a Moncho. Refuerza a¨²n m¨¢s su vocaci¨®n. "Nuestro padre nunca nos forz¨® a nada. Al final, mi hermana Yumana y yo nos quedamos aqu¨ª por convencimiento". Aunque, una vez tomaron la decisi¨®n, Ferrer dejaba entrever lo necesaria y lo deseada que era la continuaci¨®n de toda su obra generaci¨®n a generaci¨®n. "Nos dec¨ªa que deb¨ªamos tener muchos hijos para que al menos uno quisiera hacerse cargo del trabajo", comenta mientras viajamos a uno de los confines de Anantapur.
?l, por su parte, est¨¢ dispuesto a entrar por la puerta grande del futuro en la cooperaci¨®n. Muchos proyectos presentes de la organizaci¨®n han partido de sus iniciativas. Ha fomentado el deporte, el desarrollo de cultivos ecol¨®gicos, la educaci¨®n preparatoria para la formaci¨®n superior. De hecho, si Moncho no hubiese decidido quedarse en la tierra que le vio nacer hace 37 a?os, hoy no se disputar¨ªa el mayor torneo de cr¨ªquet del distrito, con m¨¢s de 200 equipos; ni hubiese hecho lo posible para que el Bar?a montase una escuela de f¨²tbol para ni?os y ni?as en Bathalapalli. Tampoco se dar¨ªa una beca anual a 200 ni?os para estudiar los dos a?os previos a la entrada en la universidad en los mejores colegios del pa¨ªs. Eso ha fomentado una competencia sana. "Muchos buscan sacar las mejores notas", asegura Chandra Sekhar Naidu D, encargado de educaci¨®n.
Si Moncho hubiese decidido no volver de Londres, donde estudi¨® Ciencias Pol¨ªticas, los campesinos de la lejana Gollapi Thanda no utilizar¨ªan hoy su riego por aspersores alimentado por paneles solares para cultivar sus campos. Es el siguiente paso a la riqueza que trajo consigo el pantano impulsado all¨ª por la RDT, una obra que ha convertido los 20,5 acres productivos del pasado en un vergel que riega 122. Pero Moncho quiso volver y quedarse. Quiso casarse, adem¨¢s, con Visha, la joven que conoci¨® en una orgullosa aldea de guerreros en las monta?as, cuyos padres se opusieron al matrimonio con un joven que no ten¨ªa casta. No les qued¨® m¨¢s remedio que escaparse para juntar sus vidas. Hoy tienen dos ni?as y esa historia est¨¢ olvidada: "Ahora Visha dice que yo soy m¨¢s popular en su familia que ella", comenta el propio Moncho.
Lo suelta mientras observamos los paisajes amplios y nada arbolados de la regi¨®n. Se nubla y alg¨²n rayo de sol convierte en alfombras de verde intenso los escasos campos de arroz. Moncho suspira por la lluvia al tiempo que nos acercamos por un inmenso pantano hacia Puttaparthi, la alucinante ciudad donde reina el controvertido sacerdote Sai Baba. Es una especie de Vaticano dominada por este gur¨², con aeropuerto propio al que llegan vuelos ch¨¢rter con adoradores de todo el mundo. Pero las c¨²pulas de los palacios donde habita Sai Baba ofrecen un claro contrapunto con la obra de don Vicente.
El coche pasa de largo y sigue camino hasta que termina la carretera y hay que coger el desv¨ªo pedregoso hasta Ammagondapalyam. En ese poblado controlado por facciones mao¨ªstas muy beligerantes con el Gobierno, la fundaci¨®n ha construido 70 casas. Durante el tortuoso y largo recorrido, uno no deja de preguntarse c¨®mo fueron capaces de descargar los materiales y de convencer a los trabajadores para que llevaran a cabo la obra: "A los alba?iles y a los conductores no les cont¨¢bamos c¨®mo se llegaba al pueblo. Muchos s¨®lo fueron un d¨ªa. Al siguiente dijeron que no volv¨ªan", comenta Moncho para explicar la estrategia.
En este lugar perdido donde se entrecruza la magia con las piedras, la llegada del hijo de Ferrer es un acontecimiento. Le reciben con flores y mucha ceremonia. Le quieren tocar los pies en se?al de respeto, pero ¨¦l los agarra de los hombros y se lo impide en perfecto telegu, la lengua de la regi¨®n, su lengua madre. "Mi padre me advert¨ªa: 'Si yo hablase telegu como t¨² lo hablas, har¨ªa milagros". M¨¢s milagros, quer¨ªa decir. Al fin y al cabo, es la especialidad de la casa. El milagro. Moncho, en eso, conoce las t¨¦cnicas, las ha heredado y est¨¢ decidido a aplicarlas.
Los mayores de Ammagondapalyam, ese pueblo oculto que da una sabros¨ªsima miel en sus montes, recuerdan cu¨¢ndo le vieron por primera vez: "El d¨ªa que Moncho lleg¨® al pueblo llov¨ªa. Y eso es se?al de buena suerte", comenta el anciano Kullayappa. "No hab¨ªa electricidad, nuestras casas se derrumbaban en cuanto ca¨ªa agua y se nos llenaban de bichos, no ten¨ªamos apenas nada, ni arroz. Moncho ha cambiado nuestras vidas como las cambian los dioses", comenta el hombre. Pero el hijo de Ferrer tambi¨¦n est¨¢ atento a los j¨®venes. Nada m¨¢s llegar a la escuela quiere saber qui¨¦n es el m¨¢s diestro cazando ardillas y qui¨¦n estudia m¨¢s, si los chicos o las chicas. La respuesta es clara: las ni?as dan mejor resultado en clase.
En el camino de vuelta hacia Anantapur caen algunas gotas de agua. Moncho sonr¨ªe y desea que no pasen de largo sin dejar el campo regado. Ese campo que le quita el sue?o, pero que, gracias a su padre y sus ap¨®stoles, no es hoy el desierto que tantos tem¨ªan. Ese campo en el que ¨¦l, de ahora en adelante, debe seguir plantando las semillas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.