El trabajo de las mujeres
La crisis pone de relieve la importancia de la incorporaci¨®n de la mujer al mercado laboral. Hoy, pocas familias trabajadoras mantienen un nivel de vida aceptable si no disponen de empleo los dos miembros de la pareja
La crisis econ¨®mica actual y el brusco incremento del desempleo que ha provocado ha servido para recordar a todos, y especialmente a ese mill¨®n de familias que a comienzos de este a?o ten¨ªan a todos sus miembros en paro, la importancia del trabajo de la mujer.
En Espa?a -y tambi¨¦n en otros pa¨ªses, como Estados Unidos- el recordatorio es particularmente necesario porque el desempleo ha castigado con especial dureza, sobre todo en el pasado a?o, a sectores como la construcci¨®n o el autom¨®vil donde la presencia masculina es preponderante. Para los trabajadores de esos sectores que han pasado a engrosar las filas del paro, el trabajo de sus parejas ha pasado, de ser un valioso punto de apoyo, a convertirse en el pilar imprescindible de la vida familiar. Resulta por ello oportuno dedicar precisamente ahora algunas reflexiones al trabajo de las mujeres.
El salario medio femenino era a principios de este siglo un 75% del de los hombres
La discriminaci¨®n salarial por raz¨®n de sexo ha supuesto un descenso en el precio del trabajo
En nuestros d¨ªas la incorporaci¨®n de la mujer al trabajo nos parece simplemente la otra cara de la emancipaci¨®n femenina. Sin embargo, en m¨¢s de un sentido se trata de una visi¨®n incompleta de aquella realidad. Por un lado, porque supone generalizar lo que no es sino la experiencia de un determinado sector de la sociedad: el de las mujeres de las clases media y alta. Y por otro porque no se presta suficiente atenci¨®n a los aspectos estrictamente econ¨®micos del fen¨®meno.
Vayamos a lo primero.
Cuando se habla de la incorporaci¨®n de la mujer al trabajo como de un fen¨®meno caracter¨ªstico de nuestra ¨¦poca se est¨¢ pensando sobre todo en lo ocurrido en las econom¨ªas avanzadas en las tres ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX y entre las mujeres de los estratos superiores.
Pero, como es bien sabido, el trabajo de la mujer ocupa desde siempre un lugar central en el medio rural y en las sociedades primitivas. E incluso si restringimos nuestro foco de atenci¨®n al trabajo fuera del hogar a cambio de un salario, que es en lo que estamos pensando normalmente cuando hablamos de la incorporaci¨®n de la mujer al trabajo, se trata de un fen¨®meno bien conocido para la clase trabajadora tradicional, la de los obreros manuales. Para las mujeres de este sector social, el trabajo en talleres y manufacturas o en tareas dom¨¦sticas, al servicio de las clases media y alta (por imperativos econ¨®micos y muchas veces de mala gana) fue un destino habitual que no hizo sino extenderse a lo largo de los siglos XIX y XX y que s¨®lo en las ¨²ltimas d¨¦cadas de este ¨²ltimo alcanz¨® a otros estamentos sociales.
La segunda precisi¨®n que conviene hacer tiene que ver con los aspectos o consecuencias puramente econ¨®micas del trabajo femenino. Y desde este punto de vista nos interesan dos tipos de efectos: la incidencia en el nivel de bienestar general del pa¨ªs y los efectos sobre el precio del trabajo, entendido ¨¦ste en su sentido m¨¢s estricto como el precio por hora trabajada que prevalece en una econom¨ªa.
En cuanto al primer aspecto, si tomamos como indicador del bienestar general el nivel de la Renta Nacional (algo en lo que no todo el mundo est¨¢ de acuerdo) el trabajo femenino se traduce en un aumento del nivel de bienestar. Aunque este mayor bienestar general se alcanza a base de un sobreesfuerzo de la mujer trabajadora que a menudo conlleva tambi¨¦n un incremento de las tensiones en la vida familiar.
Pero, si nos olvidamos de estos costes, est¨¢ claro que entre dos pa¨ªses del mismo nivel de desarrollo (lo que implicar¨¢ una dotaci¨®n de capital y una productividad semejantes) el que haga un uso menor del factor trabajo disfrutar¨¢ de un menor nivel de renta. Y uno de los indicadores del nivel de utilizaci¨®n del factor trabajo -junto a otros, como el n¨²mero de horas trabajadas o la tasa de desempleo- es justamente la tasa de participaci¨®n o de actividad (el porcentaje que suponen los que desean trabajar respecto al conjunto de adultos en edad de hacerlo). En esa tasa una de las principales variables es el grado de incorporaci¨®n de la mujer al trabajo por cuenta ajena.
El otro aspecto que se?al¨¢bamos m¨¢s arriba, el de las repercusiones del trabajo femenino sobre el precio del trabajo que prevalece en una econom¨ªa, no tiene una lectura tan positiva. Para decirlo en pocas palabras: la incorporaci¨®n de las mujeres al trabajo por cuenta ajena supone un descenso en el precio del trabajo tal como lo hemos definido antes.
Se trata de una consecuencia directa de la discriminaci¨®n salarial que sufren las mujeres. Tanto de la discriminaci¨®n salarial en sentido estricto (las mujeres cobran menos que los hombres por hacer el mismo trabajo) como del hecho de la mayor presencia de mujeres (sobre todo de las de m¨¢s edad) en los trabajos peor pagados y de menor cualificaci¨®n.
El resultado de ambos fen¨®menos es que la mujer recibe como media un salario inferior al hombre. En Espa?a, por ejemplo, el salario medio de las mujeres era, a principios de este siglo, un 75% del de los hombres: un porcentaje similar al de Estados Unidos, pero inferior al de la media de la Uni¨®n Europea antes de la ampliaci¨®n que era del 80%.
La consecuencia es que, para el conjunto de la poblaci¨®n trabajadora (hombres y mujeres sumados), el precio de la hora trabajada desciende como consecuencia de la discriminaci¨®n salarial femenina.
Se trata adem¨¢s de un fen¨®meno que, hasta ahora, resiste tanto a las presiones sindicales como a las medidas legislativas ?Por qu¨¦?
Aunque no podemos detenernos ahora en la explicaci¨®n de los mecanismos que han llevado a ello y su l¨®gica econ¨®mica, la incorporaci¨®n masiva de la mujer al trabajo ha desencadenado el correspondiente movimiento de adaptaci¨®n por parte del mercado, de tal modo que, en nuestros d¨ªas, el salario que asegura el nivel de vida considerado aceptable para las familias trabajadoras no es el del cabeza de familia ¨²nicamente sino el de la pareja; por lo que ese nivel se resiente gravemente cuando falla una de las dos fuentes de ingresos. Por ejemplo, en el segmento de los denominados "trabajadores pobres" (aqu¨¦llos que, pese a tener un trabajo, no consiguen superar la l¨ªnea de la pobreza) est¨¢n sobrerepresentados los hogares en los que uno de los dos miembros de la pareja ha perdido el trabajo: un hecho que aparece bien documentado, tanto para Europa como para Estados Unidos.
Un art¨ªculo de la revista The Economist, publicado el mes de junio de 2009, apuntaba en esa misma direcci¨®n. Comentando la situaci¨®n de los trabajadores de la General Motors (el gigante automovil¨ªstico norteamericano, inmerso, como es sabido, en una profunda crisis) explicaba c¨®mo en los a?os cincuenta del pasado siglo esos trabajadores ganaban lo suficiente para mantener una esposa y una familia, mientras que ahora pocos pueden sobrevivir sin que la mujer trabaje.
Y apuntaba la explicaci¨®n: el descenso (en t¨¦rminos reales; es decir, descontada la inflaci¨®n) experimentado por sus salarios a partir de la d¨¦cada de 1970. Justo (a?adimos nosotros) en el mismo momento en que estaba teniendo lugar la incorporaci¨®n masiva de la mujer al trabajo.
Si es cierta esta relaci¨®n entre ambos fen¨®menos (el descenso de los salarios masculinos -y en definitiva del precio global del trabajo- en paralelo a la incorporaci¨®n masiva de la mujer al mundo de la producci¨®n), la conclusi¨®n no ser¨ªa que las demandas feministas han desembocado en un fiasco, sino que el an¨¢lisis econ¨®mico sigue siendo la verdadera piedra de toque de las reivindicaciones pol¨ªticas.
Mario Trinidad, ex diputado socialista, es escritor.
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