Perd¨®n, Se?or perd¨®n, se?ora
Que la vigilancia m¨¢s extra?a con que se hab¨ªa encontrado M¨¦ndez, despu¨¦s del asesinato m¨¢s extra?o con que se hab¨ªa encontrado M¨¦ndez. La asesinada era una conocida reina del coraz¨®n, de las que aparecen en los programas de la tele, aunque se dec¨ªa -en malignos concursos y tertulias- que tambi¨¦n era a ratos reina de la cama. La asesinaron con esa especial maldad, con esa sa?a de los celos que se llevan en la sangre. M¨¦ndez, lleno de ansia juvenil, pens¨® que le dejar¨ªan resolver el caso.
Pero no.
El comisario le dijo:
-Sospechamos de la hermana mayor, de modo que tendr¨¢ que vigilarla. Mire... Tiene cuarenta y cinco a?os, tres m¨¢s que la muerta, y jam¨¢s nadie se ha interesado por ella. As¨ª como la hermana era admirada y famosa, la otra era una modista pobre. Le hac¨ªa a mano los vestidos para las actuaciones, sin cobrar nada. Una vez, cuando la estrella estuvo casada, la hermana mayor, puntada a puntada, le hizo en su pisito de barrio el vestido de novia.
-O sea que usted piensa, comisario, en esos celos venenosos que duran toda una vida. Usted cree que la hermana mayor, frustrada, ha matado a la menor por eso.
-Claro, pero necesitamos probarlo. Mire, M¨¦ndez, la hermana viva se ha instalado en el piso de la muerta para cuidarlo. Hemos podido alquilar con nombre falso uno que est¨¢ enfrente, y desde el cual se puede vigilar todo. Incluso tendr¨¢ usted un buz¨®n en el portal, para despistar. Pero adem¨¢s deber¨¢ maquillarse un poco, parecer m¨¢s joven, por si ella lo llega a ver. Su cara de mala jeta es demasiado conocida, M¨¦ndez.
Y as¨ª fue como M¨¦ndez se instal¨® en un piso vac¨ªo, tom¨® unos prism¨¢ticos de la Marina, se maravill¨® de su aspecto m¨¢s joven y empez¨® a vigilar. Seamos sinceros: lo hizo tan mal que desde el primer d¨ªa tuvo la sensaci¨®n de que ella hab¨ªa notado algo. Pero el juego ten¨ªa que seguir.
La hermana viva -Teresa- era una de esas mujeres por las que ning¨²n hombre vuelve la cabeza. Pero era curioso: se pasaba las horas cosiendo y mejorando los vestidos de su hermana muerta. De vez en cuando se los probaba ante el espejo. M¨¦ndez not¨® que a veces se le saltaban las l¨¢grimas.
Y no le cost¨® imaginar su vida. La hermana triunfante, y la otra sola en su pisito de barrio. Vestidos hermosos no para ella, sino para la otra. Ning¨²n hombre en su vida, todos en la vida de la otra. M¨¦ndez casi sinti¨® l¨¢stima de ella, la insignificante frente a la triunfante, la desconocida frente a la famosa, la sombra ante la estrella.
Lleg¨® a establecerse una secreta relaci¨®n entre la vigilada y el vigilante, y eso dur¨® d¨ªas. M¨¦ndez notaba que Teresa se probaba los vestidos para ¨¦l, que a veces le sonre¨ªa disimuladamente, y que ya no hab¨ªa l¨¢grimas en sus ojos.
Y un d¨ªa pasaron cosas. Una tarde recibi¨® la orden del comisario: "Deje el servicio. Ya tenemos al asesino. Fue el ex marido". Y aquella misma tarde M¨¦ndez encontr¨® en su buz¨®n una carta manuscrita: "Perdone, se?or. Usted no me conoce. S¨®lo quiero darle las gracias por haberse fijado tanto en m¨ª. Nadie lo hab¨ªa hecho". Y acto seguido M¨¦ndez dej¨® una carta en el buz¨®n de la otra casa: "Perdone, se?ora. Nadie hab¨ªa sido tan amable como usted al darme las gracias. Permita que la invite a cenar. Ah... Y si es tan amable, p¨®ngase el vestido azul. Es el que mejor le sienta".
Francisco Gonz¨¢lez Ledesma es escritor. Su ¨²ltimo libro publicado es No hay que morir dos veces (Planeta).
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