Las tecnolog¨ªas avanzan, los muros crecen
La frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos se ha reforzado con 200 c¨¢maras que, una vez conectadas a la Red, permiten a los ciudadanos colaborar en su vigilancia. El control pol¨ªtico se sirve hoy de armas virtuales
Las ¨¦pocas, los siglos, pueden definirse a partir de sus propias man¨ªas u obsesiones. Si la peculiar man¨ªa del siglo XIX fue, como sabemos, la historia, al siglo XX le correspondi¨® una particular obsesi¨®n por el espacio. La centuria que, desenga?ados, abandonamos hace poco, comenz¨® siendo la ¨¦poca dorada de las ciudades cosmopolitas y de las fronteras abiertas en la que, como todav¨ªa recordaba Stefan Zweig en su Mundo de Ayer, a ning¨²n viajero se le ped¨ªa el pasaporte. Pronto sigui¨® a este apacible tiempo el terrible periodo de la geopol¨ªtica. Las l¨ªneas virtuales de los mapas fueron blindadas, destruidas y recompuestas una y cien veces en una maniaca fruici¨®n espacial. El fat¨ªdico recuerdo de la guerra de trincheras trajo consigo las estructuras de las l¨ªneas geopol¨ªticas de la posguerra que, como cremalleras acorazadas, se cos¨ªan sobre el ef¨ªmero patr¨®n de las fronteras de una Europa cuyos pueblos eran mudos testigos de la impotencia creciente frente a una tecnolog¨ªa capaz no s¨®lo de destruir, como anta?o, los baluartes y las murallas, sino de aniquilar por completo las ciudades y los territorios. En este contexto, el control pol¨ªtico fue concebido como el ejercicio de un dominio literal del espacio desplegado a trav¨¦s de t¨¦cnicas tan burdas pero a corto plazo efectivas como la construcci¨®n de alambradas y muros, de los que, sin duda, fue s¨ªmbolo el ya m¨ªtico Muro de Berl¨ªn, barrera f¨ªsica que resguardaba el virtual tel¨®n de acero que separaba a los dos mundos en pugna.
La "chusma" que prendi¨® fuego a las 'banlieues' en Francia no quer¨ªa ser segregada espacialmente
La Red ha perdido su potencial emancipatorio y es ahora instrumento de dominaci¨®n
A pesar de que, con la ca¨ªda del Muro, pareci¨® que una nueva ¨¦poca iba a iniciarse, las instancias de dominaci¨®n espacial de la antigua pol¨ªtica no fueron abandonadas. Pronto, la impotencia y el miedo aconsejaron la construcci¨®n de nuevos muros. Es conocido el caso israel¨ª: una muralla de 721 kil¨®metros que sigue en un 20% el trazado de la antigua L¨ªnea Verde surgida del armisticio ¨¢rabe-israel¨ª de 1949 y que en el 80% restante se adentra en el territorio cisjordano. Casos semejantes siguen manteniendo con vida al modelo: la frontera electrificada entre las dos Coreas, las alambradas de Ceuta y Melilla o el nuevo muro que se ha erigido para segregar a las favelas de las zonas decentes de S?o Paulo. Sin embargo, entre todos estos ejemplos, el caso m¨¢s singular, por la sofisticaci¨®n y la coherencia ideol¨®gica con que se est¨¢ levantando, es la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos, reforzada ¨²ltimamente con 200 c¨¢maras de vigilancia que, una vez conectadas a la red, permitir¨¢n que, al menos, 100.000 voluntarios, desde la privacidad de sus hogares, puedan colaborar c¨ªvicamente en el control de un segmento de 1.254 millas de frontera.
La noticia no es sorprendente en cuanto a su fondo pero es extraordinariamente reveladora con respecto a su forma. Nos hemos acostumbrado a la idea de que la emergencia, primero, y el espectacular desarrollo, despu¨¦s, de los sistemas de comunicaci¨®n contempor¨¢neos acabar¨ªan por alterar, necesariamente, el modelo de relaciones pol¨ªticas, sociales y econ¨®micas establecido por la r¨ªgida tradici¨®n del dominio a trav¨¦s del espacio. Al espacial siglo XX seguir¨ªa, de este modo, un siglo XXI virtual definido por el potencial emancipador de las nuevas redes capaces de flexibilizar, deformar pl¨¢sticamente e, incluso, romper de manera definitiva los caducos mecanismos de participaci¨®n ciudadana, mediados tradicionalmente a trav¨¦s del juego de representaci¨®n de los partidos pol¨ªticos y las estructuras simb¨®licas de la ciudad.
Sin embargo, a pesar de sus promesas de virtualidad c¨ªvica, las teleutop¨ªas (Ciberia, Tel¨¦polis, etc¨¦tera) han producido hasta el momento resultados mediocres. A la creciente hipertrofia de la red no ha seguido el esperado reequilibrio de los territorios ni el desarrollo de nuevas maneras de hacer ciudad pensadas a partir del modelo potencialmente emancipador de la infidelidad espacial. Por el contrario, la explosi¨®n de la concentraci¨®n demogr¨¢fica de las ciudades y las bolsas de pobreza y desigualdad en ellas contenidas, apuntan m¨¢s bien a una re-escritura de los problemas en t¨¦rminos espaciales. Seg¨²n la ONU, en 2020 habr¨¢ nueve metaciudades con m¨¢s de 20 millones de habitantes, muchas de ellas en los llamados "pa¨ªses emergentes". Y la coyuntura tambi¨¦n alcanza a las ciudades occidentales. Que para resolver los problemas sociales no basta con enchufar a los pobres a la red lo ponen en evidencia hechos como la revuelta de las barriadas de la periferia de Par¨ªs en 2005. La "chusma" que prendi¨® fuego a las banlieues durante tres semanas, no protestaba por estar segregada digitalmente del resto de la sociedad, sino por estarlo espacialmente.
Victor Hugo escribi¨® que la verdadera historia de la civilizaci¨®n est¨¢ en las alcantarillas. Nuestras alcantarillas son hoy las fronteras. Es en este contexto donde la noticia sobre las alambradas virtualizadas de M¨¦xico adquiere un sentido m¨¢s amplio. Al desmantelamiento de las estructuras que configuraban las ciudades seg¨²n el modelo de la modernidad (en el que el espacio p¨²blico era todav¨ªa un espacio c¨ªvico de intercambio ideol¨®gico) ha seguido la mercantilizaci¨®n del mismo, originando ¨¦ste, a su vez, una inevitable privatizaci¨®n, a¨²n en v¨ªas de desarrollo pero cuyas consecuencias pueden adivinarse ya en muchas ciudades de Espa?a. Con estas premisas, la tradicional pol¨ªtica del espacio acaba siendo reemplazada por una verdadera industria, un spatial management orientado a construir dispositivos capaces de satisfacer las demandas espec¨ªficas de algunas comunidades privilegiadas. Estos dispositivos adquieren la forma de guetos dorados diseminados perif¨¦ricamente al antiguo espacio moderno de la ciudad -y, en ella, las reservas espaciales del centro hist¨®rico-, atenuando las desventajas de la falta de centralidad por la creciente potencia comunicativa de las nuevas redes virtuales. Mientras tanto, la brecha digital acrecienta la brecha espacial que separa a las comunidades m¨¢s ricas de las m¨¢s pobres. El desarrollo de los dispositivos espaciales acaba implicando, as¨ª, la construcci¨®n de barreras y murallas que impiden que el espacio residual pero deseado de los guetos privilegiados sea invadido por los otros.
La geometr¨ªa de la desigualdad que anta?o segu¨ªa un eje vertical se fragmenta hoy en una malla de relaciones horizontales. Las fronteras ya no son l¨ªmites impuestos tras una guerra territorial, sino trazos calientes e inestables, zonas de fricci¨®n entre placas desiguales, entre mundos cualitativamente distintos e inconmensurables entre s¨ª. Las fronteras son l¨ªneas potencialmente ilimitadas en su extensi¨®n pero carentes de espesor, en cuyo dise?o la realidad despliega tozudamente su astucia. A estas alturas, podemos afirmar ya que el modelo consuetudinario de control pol¨ªtico, ejercido a trav¨¦s del espacio, no va a ser sustituido sin m¨¢s por ning¨²n sistema virtual. Por el contrario, el destino de ambos es entremezclarse, contaminarse mutuamente. En el caso de la frontera mexicana, los recursos de control territorial se perfeccionan y complementan con las nuevas herramientas propias de una globalizaci¨®n cuyas redes virtuales socavan y, a la vez, refuerzan los tradicionales dispositivos f¨ªsicos y espaciales, con el resultado parad¨®jico de que la destrucci¨®n del espacio moderno debido al desarrollo de esas mismas redes cibern¨¦ticas acaba suponiendo una extra?a vuelta a la geopol¨ªtica.
Recapitulemos: en la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos se han colocado, de momento, 200 c¨¢maras para vigilar un segmento de 1.254 millas del total que corresponden a la frontera entre ambos mundos (iba a escribir pa¨ªses). Me gustar¨ªa terminar diciendo algo ahora acerca de los 200.000 ojos que, a d¨ªa de hoy, colaboran desinteresadamente en el control de este nuevo limes. Desde luego, estas 100.000 personas, unas en Tejas, otras, incluso, en Australia, disfrutan de las ventajas de la globalizaci¨®n y parece que a ellos la red s¨ª les est¨¢ emancipando realmente. Su bienestar no es virtual. Asistimos, en este caso, al reverso digital de la revuelta de Par¨ªs que record¨¢bamos m¨¢s arriba: si la chusma banlieusard clamaba por salir del gueto, los vigilantes dom¨¦sticos de Tejas luchan por no perder las ventajas del sistema, por no salirse de ¨¦l, por no desespacializarse. Las herramientas virtuales, controladas por unos, se utilizan con el fin de que los privilegios no sean compartidos por los otros. El desalentador resultado es que el potencial emancipatorio de la red se ha perdido prematuramente, convirti¨¦ndose ¨¦sta en un mero digital management, es decir, un nuevo y sofisticado instrumento de dominaci¨®n. Sin alambradas no hay Tel¨¦polis.
Eduardo A. Prieto es fil¨®sofo y arquitecto.
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