N¨¢ufragos de la pobreza
Un hombre recorre en un furg¨®n blanco un pueblo de Marruecos. Los vecinos lo llaman el coche de las malas noticias. Busca a las familias de los inmigrantes que viajaban en la patera que zozobr¨® tr¨¢gicamente el pasado 29 de junio. Son los muertos del Estrecho
Otmane recorre con una furgoneta blanca las calles principales de Khemisset (Marruecos). En la guantera lleva un pu?ado de fotos. En ellas se ven a varios chicos j¨®venes, retratados de frente, con los ojos muy abiertos y una gran cicatriz que les atraviesa el pecho, desde la garganta hasta el ombligo. Otmane, empleado de una funeraria gaditana, lleva toda la ma?ana buscando en esta ciudad pobre y polvorienta a los familiares de los 10 muertos en el naufragio de una patera frente al cabo de Trafalgar. Al llegar a un arrabal de las afueras, se baja del veh¨ªculo y toca en la puerta de un garaje. Al rato le abre una mujer con velo. "?Es ¨¦ste su hijo?", le pregunta con la foto en la mano. A continuaci¨®n mete la mano en el bolsillo y saca un segundo retrato: "?Y ¨¦sta su hija?".
Los ocupantes de las pateras llevan cosidos en los pantalones o en el cintur¨®n su nombre y un tel¨¦fono de contacto
El funerario gaditano Mart¨ªn Zamora ha repatriado en la ¨²ltima d¨¦cada 500 cad¨¢veres de inmigrantes ahogados
El furg¨®n tiene una sirena en el techo y lleva un cartel que dice: "Servicios Funerarios Judiciales". Los vecinos miran con curiosidad. Nadie quiere que el desconocido llame a su puerta. A ese veh¨ªculo, muchos le llaman el coche de las malas noticias. Otmane trabaja para Sefuba, una empresa f¨²nebre que ha repatriado a unos 500 inmigrantes que han perdido la vida en el estrecho de Gibraltar. Hoy se ha acercado a las afueras de esta ciudad, de donde eran todos los que viajaban en la patera que naufrag¨® el pasado 29 de junio. Contact¨® por tel¨¦fono con ellos hace d¨ªas. Fue muy f¨¢cil. Las v¨ªctimas llevaban sus nombres y sus n¨²meros de tel¨¦fono cosidos en el forro del pantal¨®n o agujereados en el cintur¨®n. A Otmane le toca en este momento mostrar las fotos tomadas durante la autopsia a los cad¨¢veres.
La familia que visita ahora, numerosa, sin trabajo, vive en un garaje. Le abren la puerta al enterrador de sus hijos. En el interior est¨¢n el padre y la madre de los muertos. Miran las fotos. No pueden creer que esos cad¨¢veres con la boca cosida, bien peinados y los ojos a punto de salirse de las ¨®rbitas sean los hijos que parieron: Aicha y Mohamed Benamou, de 28 y 24 a?os. ?Qu¨¦ les llev¨® a lanzarse al Estrecho? El padre, El Mokhtar, un escayolista en paro, un artista de las molduras, avisa de que la historia es cruda. Aicha, la hija, tuvo una ni?a hace 18 meses con su novio. No estaban casados y todo esto se vio como una deshonra, una verg¨¹enza. Lo mejor era contraer matrimonio. Pero el novio, cuando ya hab¨ªa fecha para el enlace, dijo que el reci¨¦n nacido no era suyo y repudi¨® a la muchacha. "No ten¨ªa trabajo, ni marido, ni nada. Nada", dice El Mokhtar. En cambio, Mohamed aprendi¨® el oficio de su padre y llevaba varios a?os empleado en la escayola. Manten¨ªa a toda la familia. Estaba siempre muy justo de dinero. Y no paraba de escuchar que en Espa?a se ganaba diez veces m¨¢s que en Marruecos. Le ard¨ªa en el interior ver a su familia viviendo en un garaje. Quer¨ªa una vida m¨¢s digna para los suyos. "El d¨ªa antes de subir a la patera me contaron los dos que se iban. Yo no sab¨ªa qu¨¦ estaban tramando. No lo habr¨ªa consentido, s¨¦ que es muy peligroso. Pero es lo que ellos eligieron. Ahora s¨®lo me queda enterrarlos dignamente", dice el padre, que a¨²n busca ayuda para poder costear los 5.000 euros que cuesta la repatriaci¨®n de los dos cad¨¢veres.
Aicha y Mohamed est¨¢n guardados en una c¨¢mara frigor¨ªfica, a cuatro grados bajo cero, en el s¨®tano de la funeraria de Los Barrios (C¨¢diz). Por esta c¨¢mara ha pasado el 90% de los inmigrantes que han perecido en el Estrecho desde 1999. La funeraria pertenece a Mart¨ªn Zamora, un murciano de 48 a?os que lleg¨® a este pueblo sin un duro en el bolsillo, casi por puro azar. El primer d¨ªa que apareci¨® por aqu¨ª se tom¨® un caf¨¦ en un bar y se dio cuenta de que no pod¨ªa pagarlo. Tuvo que simular que hab¨ªa perdido la cartera en un descuido. Ven¨ªa de trabajar en otra empresa funeraria de la que fue despedido. Dice ¨¦l que por celos del hijo del jefe. "A ti tu padre te mont¨® una empresa y eres rico. ?se es tu m¨¦rito. ?l m¨ªo va a ser crear mi propia compa?¨ªa", le ret¨® el d¨ªa que abandon¨® la oficina. Las ganas de superar a ese ni?o de pap¨¢ es el combustible que ha llevado a Zamora a embarcarse en proyectos demenciales. Caminando un d¨ªa por Los Barrios vio una parcela y de inmediato le pidi¨® al Ayuntamiento que le cediesen los terrenos para montar un tanatorio. Un concejal pens¨® que era una buena idea. Se busc¨® un socio capitalista y despu¨¦s de un par de a?os dif¨ªciles, el hombre que no ten¨ªa ni para pagar un caf¨¦ era el director de una funeraria con quince empleados a su cargo.
Mart¨ªn Zamora es un superviviente. Durante los primeros a?os el negocio estaba algo estancado. Hab¨ªa mucha competencia con las funerarias de Algeciras. Entonces se compr¨® una ambulancia y un coche f¨²nebre. Fue una inversi¨®n muy fuerte. Zamora se pasaba el d¨ªa enchufado a la emisora de los servicios de emergencia y en cuanto escuchaba que hab¨ªa un accidente con v¨ªctimas se presentaba en el lugar. Algo parecido a lo que hacen las gr¨²as que se apostan en los tramos de las carreteras donde hay m¨¢s accidentes. Si la persona estaba herida la llevaba al hospital. Si estaba muerta, esperaba hasta el levantamiento del cad¨¢ver y se hac¨ªa cargo de ¨¦l.
Pero en realidad lo que le convirti¨® en un personaje de pel¨ªcula (de hecho se hizo en 2008 un filme basado en parte en su vida) fue una tragedia que ocurri¨® a finales de 1999. Una patera zozobr¨® en las costas gaditanas y murieron 17 marroqu¨ªes. En esa ¨¦poca, ninguna funeraria se hac¨ªa cargo de los cad¨¢veres y no se hac¨ªan muchos esfuerzos por identificarlos. Zamora se present¨® en la playa y se qued¨® con los cuerpos, con la autorizaci¨®n de un juez. Se puso en contacto por casualidad con algunos familiares de los muertos y descubri¨® que la mayor¨ªa de los ocupantes de la embarcaci¨®n eran de la zona de Beni Mellal, en la regi¨®n de Tadla-Azial. No se lo pens¨® dos veces y all¨ª se present¨®. Fue aldea por aldea con las pertenencias de los cad¨¢veres y poco a poco fue encontrando a los familiares. Cobraba una media de 2.500 euros, cuando lo normal por una repatriaci¨®n son 6.000. Los vecinos hac¨ªan recolectas de dinero. "Unos los cobraba y otros no. Era gente muy pobre y no todos pod¨ªan costearlo. A veces se cobra de fundaciones y asociaciones solidarias de all¨ª", cuenta Zamora en la cafeter¨ªa de la funeraria. As¨ª se hicieron, tras las pruebas de ADN, las primeras repatriaciones de unos cad¨¢veres que estaban destinados a ser olvidados para siempre.
El estrecho de Gibraltar, de unos 14 kil¨®metros, es un enorme cementerio. Es imposible saber cu¨¢nta gente ha muerto en sus aguas. Muchos creen que si se pudiese desecar el mar entre Marruecos y Espa?a se encontrar¨ªa un suelo plagado de cad¨¢veres. La implantaci¨®n estos a?os del Servicio Integral de Vigilancia Exterior (SIVE) ha hecho que las llegadas de pateras a C¨¢diz haya descendido un poco en comparaci¨®n con hace una d¨¦cada. Sin embargo, las peores tragedias siguen ocurriendo en sus costas. En lo que va de a?o han muerto una veintena de inmigrantes y seg¨²n los supervivientes han desaparecido el doble de personas.
Nadie olvida lo que se conoce como la tragedia de Rota. Ocurri¨® en octubre de 2003. Treinta y seis ocupantes de una patera murieron ahogados frente a las costas tras volcar. Un golpe de mar de unos cuatro metros dio al traste con el plan de viaje de la expedici¨®n. Los dos primeros cad¨¢veres tardaron dos d¨ªas en aparecer. Desde ese d¨ªa, el mar fue dejando los cuerpos en la costa de manera ininterrumpida durante dos semanas. Los ba?istas dejaron de acercarse a esa cala. Era demasiado el horror de ver c¨®mo, de repente, las olas escup¨ªan a la orilla un cad¨¢ver. El caso cre¨® una gran controversia pol¨ªtica, ya que los servicios de emergencia tardaron casi una hora en socorrer a los ocupantes. Mart¨ªn Zamora fue quien se hizo cargo de los cuerpos.
El funerario pudo, junto a la Guardia Civil, identificar a la mayor¨ªa de los muertos. Salvo 13. Los 13 de Rota. Despu¨¦s de pasar varios a?os en la c¨¢mara frigor¨ªfica del tanatorio de Los Barrios, una juez orden¨® que fuesen enterrados en el cementerio del pueblo. All¨ª siguen. Son nichos de cemento, austeros, espartanos. Llaman la atenci¨®n sobre los otros nichos repletos de dedicatorias y poemas cursis grabados a cincel sobre el m¨¢rmol. No tienen flores ni jarrones vac¨ªos. Ni rastro de flores secas. Ni siquiera las de pl¨¢stico que duran tanto tiempo. El encargado del cementerio, hace poco, se subi¨® a la escalera para retocar las palabras "N¨¢ufragos de Rota" que estaban escritas en el nicho. Pero escribi¨® una N tan grande que s¨®lo cab¨ªan otras dos letras y dej¨® la abreviatura "Nuf Rota".
Tras la tragedia, las administraciones aseguraban en la prensa que iban a pagar todos los gastos de las v¨ªctimas. Tardaron varios a?os en hacerlo, hasta que Zamora protest¨® p¨²blicamente y al fin cobr¨® algo m¨¢s de 450.000 euros. Los cuerpos de los no identificados estuvieron hasta tres a?os en las c¨¢maras frigor¨ªficas. El empresario emiti¨® una factura con el precio de la c¨¢mara a 65 euros por d¨ªa y cad¨¢ver.
Cuenta una leyenda urbana que los cuerpos que nunca son identificados acaban siendo donados a la ciencia. No es cierto. El 10% de los n¨¢ufragos nunca se llega a identificar. Es una fantas¨ªa que terminen en una facultad de medicina o un hospital. Al cabo de un par de a?os, y con autorizaci¨®n judicial, el cad¨¢ver debe ser enterrado en el municipio en el que apareci¨®. Con una enorme D, de desconocido, y la fecha en la que muri¨®. En la soledad.
Es mediod¨ªa y encima de la puerta de la sala de tanatopraxia de la funeraria de Los Barrios hay escritos unos versos en ¨¢rabe del Cor¨¢n. Hace a?os que Mart¨ªn Zamora se convirti¨® al islam, aunque no cree en Dios ni reza nunca. Construy¨® una mezquita junto a la funeraria. As¨ª es Zamora. Asegura, una vez que pisa el interior de la sala, que tiene miedo de los muertos. "No aguanto estar yo solo en el tanatorio. A veces he escuchado algo y he tenido que salir corriendo, dejando todo abierto", cuenta. En el interior de la c¨¢mara frigor¨ªfica guarda varios cuerpos que a¨²n est¨¢n sin entregar, entre ellos los de Aicha y Mohamed, los chicos que buscaban algo mejor que vivir en un garaje. Accede con reparos a fotografiarse en el interior. Ah¨ª tambi¨¦n est¨¢n, dentro de unos ata¨²des de madera y cinc, los restos de otros cuatro n¨¢ufragos de hace un par de a?os. Nadie sabe qui¨¦nes son, de d¨®nde vienen. No son nadie.
Al d¨ªa siguiente, Zamora viaja a Marruecos con un guardia civil para recoger las muestras de ADN de los fallecidos en el naufragio frente al cabo de Trafalgar. Al llegar al puerto de T¨¢nger se descubre un inmenso caos de coches y personas. "Bienvenido a vuestro pa¨ªs", reza en un cartel de la entrada. El mismo por el que deber¨¢n cruzar los f¨¦retros de los fallecidos dentro de una semana.
Hamed trabaja en el puerto desde hace d¨¦cadas. Es un estibador de 68 a?os. Manos fuertes, ¨¢speras, barba blanca. Ha visto centenares de n¨¢ufragos volver al pa¨ªs dentro de una caja de madera. Asegura que no puede reprimir torcer el gesto cada vez que ve una. "La pobreza te hace ser un esclavo. Vive libre o muere. Es lo que piensan esos chicos que se lanzan al mar con una lancha neum¨¢tica", dice, y se?ala al Estrecho, al que a ¨¦l le gusta llamar "el tragahombres".
A la puerta del consulado espa?ol en T¨¢nger esperan los familiares de los fallecidos, que han sido trasladados desde su ciudad en la furgoneta de la funeraria. Pasan de dos en dos a una sala, donde la Guardia Civil les coge muestras de saliva con un bastoncillo de algod¨®n en presencia del funerario Zamora. Mientras esperan, los reunidos comentan a EL PA?S que este viaje que hicieron sus hijos nunca deber¨ªan haber existido. Que el d¨¦cimo cuerpo, el de Aicha, fue encontrado por unos pescadores a cuatro millas de Los Ca?os de Meca, en un avanzado estado de descomposici¨®n. Que qu¨¦ demonios hac¨ªa su hijo en una patera, se pregunta una madre, cuando era propietario de una tienda de alimentos en el centro de Khemisset y, adem¨¢s, ten¨ªa una vida digna. "Ahora no queda ni siquiera la vida". Que tres de los que iban les obligaron a tirarse, a nadar contra la mar brava, terrible. Que al menos han sido detenidos y est¨¢n en prisi¨®n preventiva.
A las tres acaban todos los tr¨¢mites y, uno a uno los familiares van subiendo al furg¨®n de la funeraria. La blanca, la de sirena en el techo y a la que nadie quiere nunca subirse ni que se aparque frente a su casa. Van de vuelta a casa.
Aicha y Mohamed ser¨¢n repatriados dentro de una semana, cuando se cotejen sus identidades con las muestras de ADN. Llegar¨¢n al puerto de T¨¢nger, donde les recibir¨¢ un gran cartel que les da la bienvenida a su pa¨ªs. Lo har¨¢n cerca, muy cerca, donde se embarcaron con la idea de volver y no tener que ver c¨®mo los suyos viv¨ªan en un garaje. Vive libre o muere, pensaron, quiz¨¢, antes de partir.
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