Los talibanes extienden la ofensiva m¨¢s all¨¢ de sus feudos en Afganist¨¢n
Las milicias integristas multiplican los ataques a nueve d¨ªas de las elecciones
En Afganist¨¢n se libra una guerra dura, dif¨ªcil y constante cuyos cortos periodos de quietud provocados por la nieve y el fr¨ªo extremo se confunden con una esperanza de paz. No existe un enemigo visible con quien pelear, sino una especie de sombra que golpea y se desvanece mezcl¨¢ndose entre la poblaci¨®n. A nueve d¨ªas de unas elecciones presidenciales que los m¨¢s optimistas consideran trascendentales para modificar el curso de una guerra que Occidente no est¨¢ ganando, los talibanes son cada vez m¨¢s audaces y atacan en el norte y el oeste, lejos de las provincias lim¨ªtrofes con Pakist¨¢n, y en las sure?as de Helmand y Kandahar, donde se sienten fuertes, y donde se libran desde hace dos meses los enfrentamientos m¨¢s sangrientos con tropas de EE UU y Reino Unido, sobre todo.
Un 'comando' tom¨® edificios oficiales en una ciudad y mat¨® a cinco polic¨ªas
La guerra verdadera, la de las trincheras, se concentra en la frontera paquistan¨ª
Los talibanes golpearon ayer en Logar, provincia situada a una hora de coche al sur de Kabul. El ataque fue sangriento -perdieron la vida cinco polic¨ªas y 26 personas resultaron heridas-, y muy ambicioso: los insurgentes ocuparon algunos edificios gubernamentales en Pul-i-Alam, la capital provincial. Varios de ellos (tres, seg¨²n testigos citados por Reuters) lograron acercarse al palacio del gobernador y disparar desde cerca porque iban tocados por el burka, prenda tradicional afgana que oculta por completo a la mujer y que muchos consideran ofensiva.
Aunque las informaciones son a¨²n confusas, la televisi¨®n afgana privada Tolo inform¨® de que los combates "duraron varias horas" y que en ellos participaron "numerosos insurgentes". Debe de ser cierto, porque fue necesaria la participaci¨®n de helic¨®pteros Apache para restablecer el control. Hubo otros similares en julio en Khost y Gardez (al sureste de Kabul).
Lo importante de esta acci¨®n es el mensaje. Se trata de la advertencia m¨¢s clara, desde que los jefes talibanes llamaron la semana pasada al boicoteo de las urnas, de que est¨¢n dispuestos a hacer descarrilar un proceso electoral que ya est¨¢ resquebrajado por la guerra: 10 de los 364 distritos del pa¨ªs se hallan bajo control talib¨¢n y 156 est¨¢n amenazados por la guerrilla insurgente. Son datos del Gobierno de Hamid Karzai.
El desarrollo a medio plazo de la guerra en Afganist¨¢n depende de la credibilidad de las elecciones, y m¨¢s de la econom¨ªa que de la potencia de fuego de las armas.
La nueva estrategia anunciada en marzo por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se mueve en esta l¨ªnea: un Gobierno capaz de liderar la reconstrucci¨®n y no acumular denuncias de corrupci¨®n e ineficacia. En la lista de 2008 de la ONG Transparencia Internacional, el Afganist¨¢n de Karzai ocup¨® el puesto 176 de 180. Hay margen para mejorar.
La verdadera guerra, la de las trincheras y emboscadas y no la de los coches bomba, se concentra en la frontera con Pakist¨¢n, y a menudo salta esa l¨ªnea imaginaria para golpear en el otro lado, como sucedi¨® la semana pasada con el bombardeo sobre una casa en el sur de Wazirist¨¢n en la que se cree estaba el jefe talib¨¢n paquistan¨ª, Baitul¨¢ Mehsud, al que los estadounidenses dan por muerto pese a los desmentidos de sus lugartenientes. Su desaparici¨®n beneficiar¨ªa a Afganist¨¢n.
El general estadounidense Stanley McChystal, comandante de las fuerzas internacionales en Afganist¨¢n, dijo ayer que los talibanes mantienen una estrategia muy agresiva que obliga a las tropas de la Alianza Atl¨¢ntica y de Estados Unidos (101.000 soldados; EE UU enviar¨¢ 8.000 m¨¢s antes de final de a?o) a adaptar sus t¨¢cticas de forma constante en la b¨²squeda de la victoria. Tambi¨¦n dijo que la lucha ser¨¢ dura en los pr¨®ximos meses y que el n¨²mero de bajas se mantendr¨¢ alto (en julio murieron 75 soldados extranjeros; de ellos 41 eran norteamericanos y 22, brit¨¢nicos).
McChystal cree que el ¨¦xito militar depender¨¢ de la capacidad del Ej¨¦rcito afgano. Los m¨¢s optimistas creen que se deber¨ªan duplicar los 76.000 soldados previstos para esta fuerza por la comunidad internacional, que es la que paga el esfuerzo. Los pesimistas elevan la cifra a 300.000.
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