Marta Dom¨ªnguez marca un nuevo hito
Al ministro Rubalcaba, sudoroso, af¨®nico, le daba verg¨¹enza quedarse all¨ª. Hab¨ªa bajado a la zona mixta a felicitar a Marta Dom¨ªnguez y estuvo esperando un buen rato a la palentina, pero, cuando ya se iba a acercar, recul¨®. No le dio tiempo a huir. Efusiva como nunca, la reci¨¦n coronada campeona del mundo de los 3.000 metros obst¨¢culos le abraz¨® desde el otro lado de la valla, le habl¨® al o¨ªdo, le golpe¨® con fuerza en la espalda. A ¨¦l y a todos los presentes; al secretario de Estado, Lissavetzky; a todos los periodistas, que la victoria no hace distinciones. Ya ten¨ªa pr¨¢ctica, pues nada m¨¢s terminar, antes incluso de agarrar la bandera de Espa?a, salt¨® ¨¢gil a las gradas para abrazarse y llorar con su marido, su hermana, su gente... "Con todo el grupo que ha estado detr¨¢s de m¨ª. Este triunfo es para ellos", dijo.
"Tengo una ciencia innata de la carrera. A la primera me anticipo a lo que va a pasar"
"Soy la mujer m¨¢s feliz del mundo", a?adi¨®. No hac¨ªa falta que lo jurara. Un a?o despu¨¦s de cruzar desolada, sin cinta rosa en la cabeza siquiera, mareada y llorosa, el c¨¦sped del Nido del P¨¢jaro tras chocar contra una valla, hela ah¨ª, coronada campeona, llorando de alegr¨ªa. Cruzando la l¨ªnea de meta en el mismo instante en que el ¨²ltimo mito del atletismo femenino, la rusa Elena Isinbayeva, derribaba con estr¨¦pito el list¨®n en su ¨²ltimo intento sobre 4,80 metros y lloraba desconsolada en la colchoneta. Cruzando la l¨ªnea feliz, ondeando su s¨ªmbolo, la cinta rosa que ¨²ltimamente no puede con su melena amarilla, rebelde. Cu¨¢nta l¨¢grima. Cu¨¢nto car¨¢cter el de la segunda espa?ola que se proclama campeona del mundo de atletismo, tras el oro de Niurka Montalvo, cubana de nacimiento, en salto de longitud en Sevilla 1999. Fue el suyo, el conseguido de manera casi cient¨ªfica, eficaz y sencilla, el s¨¦ptimo oro del atletismo espa?ol en unos Mundiales. El primero en 10 a?os. El triunfo que le faltaba a Marta en m¨¢s de diez a?os de carrera ¨²nica.
La carrera, su carrera, s¨ª, y tambi¨¦n la de la temible Galkina, la rusa acostumbrada a demoler a sus rivales con una marcha de locomotora de vapor imparable, se desarroll¨® como sab¨ªa que se iba a desarrollar. "Tengo una ciencia innata de la carrera", confes¨® la palentina, de 33 a?os; "a la primera intuyo lo que va a pasar, c¨®mo se van a desarrollar todos los movimientos. Y s¨¦ anticiparme". Como si en vez de so?ar, sudorosa, liada entre las s¨¢banas, con una situaci¨®n de pesadilla en la pista azul de Berl¨ªn, como dicen que pasan la noche, insomnes, los campeones antes de la batalla, como si el recuerdo de Pek¨ªn ya no la atormentara, hubiera dormido a pierna suelta, repitiendo en las nubes una y otra vez todos los pasos, los 28 saltos de valla, las siete r¨ªas, y se hubiese despertado fresca y preparada. Como si desayunando pudiera haberse dicho me r¨ªo de la r¨ªa. As¨ª de tranquila corri¨®. "Pero no... Cuando la tunecina Ghribi cambi¨® a falta de 700 metros, me puse algo nerviosa", reconoci¨® Marta, la primera medalla mundial de oro en su cuello tras dos de plata en los 5.000 metros, "pero apret¨¦ los dientes para estar con ella y con Galkina".
Sin embargo, con ninguna de las dos se tuvo que jugar las medallas. Llegado el momento clave, a falta de 300 metros, fue la segunda rusa, Zarudneva, la que dio el tir¨®n m¨¢s fuerte. La que form¨® el grupo definitivo, en el que no estaban ya Galkina ni Ghibri. Estaba ella y la keniana Cheywa. Faltaban s¨®lo dos obst¨¢culos. La valla de Pek¨ªn. La r¨ªa. "Ya sab¨ªa entonces que era medalla", dijo Marta; "la medalla ya la tengo', pens¨¦. El resto...".
El resto fue su verdadera obra maestra, un trabajo de artista inexplicable en una atleta reci¨¦n llegada al complicado mundo de los obst¨¢culos, pero no tan extra?o si la que decide hacerlo se llama Marta, es de Palencia y se ha pasado la infancia saltando con una pandilla de chicos entre ¨¢rboles y r¨ªos por los parques. "En realidad, he nacido para los obst¨¢culos", proclam¨® despu¨¦s de una demostraci¨®n pr¨¢ctica que emocion¨® al estadio.
Como hab¨ªan previsto Marta y su t¨¦cnico, C¨¦sar P¨¦rez, Galkina, la habitual locomotora, dirigir¨ªa la carrera y, tambi¨¦n como sab¨ªan, aunque se lo hab¨ªan callado, no correr¨ªa con su habitual soltura, con el tremendo ritmo que agota a todas las que lo quieren aguantar. "Ya dije que no significaba nada que yo llegara a Berl¨ªn con la mejor marca de la temporada [un registro que fulmin¨® por dos segundos con los 9m 7,32s con los que se impuso en la final], pero s¨ª significaba algo que Galkina, una que siempre va a tope, llegara s¨®lo con 9m 13s", dijo; "eso indicaba que no era la Galkina de Pek¨ªn, donde se convirti¨® en la primera mujer que bajaba de los nueve minutos".
Viendo c¨®mo se desarrollaba la carrera, Marta, la sabia, la astuta, seguro que sonreir¨ªa para sus adentros en los tramos en los que no deb¨ªa concentrarse en los obst¨¢culos: la rusa hab¨ªa picado, pensaba que su imagen en la semifinal, no la mejor, aunque ella confes¨® que se hab¨ªa escondido adrede, era la verdadera. Craso error. La que s¨ª dio su verdadera imagen fue Galkina, empe?ada en diezmar al grupo, aunque incapaz, a falta de dos vueltas. "Me puse a su altura y vi que boqueaba, que resoplaba, que le costaba, que estaba cocida", explic¨® Marta. Entonces, le puso mentalmente una cruz y se dedic¨® a marcar a Zarudneva. "En la valla de Pek¨ªn, al pasarla, con los ojos abiertos, no pens¨¦ en nada, pero s¨ª al pasar la ¨²ltima r¨ªa. All¨ª ya me vi campeona", declar¨® Marta. La pas¨® detr¨¢s de Zarudneva. Mir¨® para atr¨¢s y vio quedarse a la keniana Cheywa. S¨®lo le restaba con su frialdad, con su eficiencia habitual, con su instinto asesino, superar a Zarudneva. Para eso dej¨® la ¨²ltima recta.
"El saber que Espa?a llevaba diez a?os sin un oro fue una motivaci¨®n extra", dijo finalmente Marta; "me motiva marcar hitos hist¨®ricos. Me estoy haciendo mayor y no s¨¦ c¨®mo llegar¨¦ a Londres 2012. Me habr¨ªa gustado que los Juegos Ol¨ªmpicos hubieran sido este a?o...".
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