Sanya reina a toda pastilla

Sanya Richards era una reina sin corona. La mejor especialista de los 400 metros del planeta desde hace un lustro, la que nunca hab¨ªa ganado un oro en una gran competici¨®n, la que siempre se hund¨ªa ante la nube de micr¨®fonos que le esperaban tras cada serie y cada carrera, arremolinados, esperando sus explicaciones para lo inexplicable. Hasta ayer. Ayer, Richards, jamaicana nacionalizada estadounidense, un reloj de precisi¨®n en una carrera que mezcla la velocidad con la ag¨®nica resistencia, se coron¨® campeona del mundo (49s).

"?Por fin!" , dijo, rodeada, como siempre, por los micr¨®fonos; como siempre con las u?as extralargas; sonriente como siempre; por una vez triunfal. "No me importaba lo que dijera la gente", sigui¨® la velocista de las el¨¦ctricas zapatillas rojas. "Sab¨ªa que este era mi campeonato...esto es mejor que bueno. Estoy sobrepasada por ser la que est¨¢ en lo m¨¢s alto del podio al fin".

Richards, que dedic¨® los ¨²ltimos pasos de su carrera a celebrar el triunfo, hubiera ganado sobradamente el oro ol¨ªmpico en Pek¨ªn de haber corrido en esos 49s pelados: desde 1996, cuando ya el atletismo luchaba con todo contra el dopaje, s¨®lo cuatro mujeres han corrido m¨¢s r¨¢pido la vuelta a la pista, y ella es una de ellas. La mayor¨ªa de sus rivales apreciaron inmediatamente el significado de su triunfo, que devuelve a la velocidad estadounidense el dominio de los 400 metros femeninos tras 16 a?os de espera. Su reacci¨®n fue un homenaje.

La jamaicana Shericka Williams (49,32s) y la rusa Krivoshapka (49,71s) celebraron que sub¨ªan al podio abraz¨¢ndola. Christine Ohuruogu, hasta ayer campeona mundial y ol¨ªmpica, no. La brit¨¢nica, una mujer perseguida por la sombra de la sospecha, lleg¨® quinta (50,21s), le dio una mano blandengue, simplemente cumpliendo con el protocolo, y desapareci¨®. Luego s¨ª tuvo palabras de elogio para la nueva campeona del mundo: "Su carrera ha sido espl¨¦ndida y su tiempo ha sido brillante".

Mientras Ohuruogu hablaba, su compatriota Phillips Idowu saltaba, y mucho. Por el tart¨¢n atronaban los pasos de rodilla alta de un hombre con el pelo fuxia, los ojos desorbitados y el cuerpo lleno de piercings y tatuajes. Era Idowu, un tipo que fabrica su imagen para desmentir a su DNI: a los 30 a?os, el subcampe¨®n ol¨ªmpico nunca hab¨ªa ganado un oro al aire libre. Ayer era un hombre con una misi¨®n: destronar al portugu¨¦s Evora, el campe¨®n ol¨ªmpico, quiz¨¢s el atleta al que le deba el mayor disgusto de su vida.

A la tercera, Idowu salt¨® 17,73m. Para Evora eso fue un mundo: se qued¨® a 18 cent¨ªmetros, acerc¨¢ndose compulsivamente hacia la grada, donde su entrenador se desga?itaba en ¨®rdenes. Sus esfuerzos fueron in¨²tiles. Era el d¨ªa de los campeones sin corona.