Andy Kessler, el chico del monopat¨ªn
Fue protagonista de la cultura urbana estadounidense de los setenta
Las piruetas del maestro del monopat¨ªn Andy Kessler terminaron el 10 de agosto, mientras hac¨ªa surf en su playa favorita, en Montauk (Nueva York). Una picadura de avispa le provoc¨® una fuerte reacci¨®n al¨¦rgica y se le par¨® el coraz¨®n. Ten¨ªa 48 a?os.
Desaparece as¨ª uno de los protagonistas de la cultura suburbana estadounidense de los a?os setenta. Nacido en Atenas (Grecia) en 1961, fue adoptado junto a su hermana por una pareja de Nueva York. A los 10 a?os le regalaron su primer patinete, y ya no par¨® de rodar por las calles de Manhattan.
Mor¨ªan los sesenta y los hippies se desperdigaban, pero el cambio de ¨¦poca no afectaba a los surfistas californianos, que ten¨ªan su pasatiempo para los d¨ªas de mar en calma: tablas con ruedas que se deslizaban sobre el asfalto. El fen¨®meno se extendi¨® de costa a costa, llegando a Nueva York, donde desde el principio avanz¨® de la mano de otras disciplinas. Fiestas en la calle, grupos que pintan vagones del metro con aerosoles, que se contorsionan sobre el suelo (breakdance), que pinchan la m¨²sica de viejos vinilos e improvisan rimas. Tambi¨¦n estaban los del monopat¨ªn, The Soul Artists of Zoo York, liderados por Kessler, que pasaban las tardes ensayando nuevos saltos, usando bidones y maderas para construir rampas que la polic¨ªa desmantelaba a la ma?ana siguiente. Nadie les hab¨ªa ense?ado nada. Imitaban las posturas que ve¨ªan en las revistas especializadas y las convert¨ªan en equilibrios al borde del abismo.
En 1980, los chicos se hacen grandes. Los que destacan firman contratos, fundan empresas, se van a la universidad. Kessler se queda en el barrio y se engancha a la hero¨ªna. Durante seis a?os salta de un trabajo a otro y se convierte en un tipo peligroso. Sus padres consiguieron una orden judicial para alejarle del hogar familiar.
Superada su adicci¨®n, construye un parque de rampas de patinaje para el Ayuntamiento de Nueva York. Fue su primer proyecto. Vendr¨¢n otros en Brooklyn, en Montauk, en California. Se convierte en un activista social que combate la violencia de los barrios marginales con pura cultura urbana: el que quiera pintar que pinte, el que quiera cantar que cante, el que quiera patinar que patine. En una entrevista dec¨ªa que su olor favorito era el de la goma quemada, la fragancia del derrape.
Los surfistas de Montauk, donde pasaba el verano para ayudar a un amigo a desengancharse de las drogas, le rindieron homenaje el 14 de agosto, en la playa, bajo la luz de la luna. En Brooklyn, los chicos del monopat¨ªn hicieron lo mismo bajo las farolas del extrarradio.
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