El mundo en que vivimos
El fil¨®sofo franc¨¦s Michel Foucault lleg¨® a la deprimente conclusi¨®n de que "el hombre no existe", que cada ser humano no es sino una larga secuencia de simulacros variopintos hechos, deshechos y rehechos por las circunstancias variables de la realidad en la que transcurre su existencia. Todav¨ªa m¨¢s audaz, y acaso m¨¢s fr¨ªvolo, Jean Baudrillard fue m¨¢s lejos y concluy¨® que aquello que creemos la realidad cuando abrazamos al ser amado o sopamos la pluma en un tintero, tampoco existe, porque la verdadera realidad en la que vive el b¨ªpedo contempor¨¢neo no es el mundo que cree pisar sino las im¨¢genes que fingen reflejarlo y que no son sino las interesadas y manipuladas versiones que dan de ¨¦l los medios audiovisuales al servicio de los poderosos de este mundo.
Mont¨® una infraestructura de colaboradores, diestros en la pistola y el cuchillo, y polic¨ªas. Hay 15 en prisi¨®n
Entretener ha pasado a ser el valor supremo, aunque, para conseguirlo haya que matar
Estas divertidas, brillantes y falaces fabricaciones intelectuales -as¨ª las cre¨ªa yo al menos- acaban de recibir un sorprendente respaldo, una indicaci¨®n concreta de que si las cosas no son as¨ª todav¨ªa, podr¨ªan llegar a serlo pronto, dadas las inquietantes caracter¨ªsticas que va adoptando, aqu¨ª y all¨¢, la civilizaci¨®n que nos rodea.
Voy a referirlo a mi manera, que no es la del fil¨®sofo, claro est¨¢, sino la, m¨¢s modesta, de un contador de historias. Traslad¨¦monos, allende el Atl¨¢ntico, al centro de la Amazon¨ªa, hasta Manaos, capital del Estado brasile?o de Amazonas, famosa porque, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue uno de los centros principales del boom del caucho, del que queda como recuerdo una ¨®pera barroca donde cant¨® -o se dice que cant¨®- Carusso. Hasta hace relativamente poco tiempo el rey de la peque?a pantalla, en Manaos y toda la vasta regi¨®n amaz¨®nica, era un periodista y productor llamado Wallace Souza, que, fiel a su nombre detectivesco, dirig¨ªa en la televisi¨®n local un programa polic¨ªaco llamado Canal Livre. En ¨¦l se ventilaban, con descarnado realismo, los cr¨ªmenes, asaltos, violaciones y dem¨¢s ferocidades cotidianas, con que, tanto en Brasil como en el resto del mundo, los canales de televisi¨®n suelen asegurar su codiciado rating halagando el morbo y los peores instintos del gran p¨²blico televidente.
El ¨¦xito del programa era tal que Wallace Souza se hizo c¨¦lebre y decidi¨®, aprovechando la popularidad de que gozaba, saltar del periodismo audiovisual sensacionalista y truculento a la pol¨ªtica (ambos no est¨¢n tan lejos, despu¨¦s de todo). Lo consigui¨® con rapidez vertiginosa: en las ¨²ltimas elecciones sali¨® elegido diputado con la m¨¢s alta votaci¨®n en todo el Estado de Amazonas. Este es el momento de m¨¢ximo apogeo en la carrera p¨²blica de Wallace Souza, personaje fortach¨®n, mostachudo y barbado, de ternos entallados y, seg¨²n la prensa, gesticulador y carism¨¢tico.
Cambio de escenario, dentro de la misma ex¨®tica y asfixiante ciudad amaz¨®nica. La polic¨ªa local detiene a un rufiancillo del lugar, ex polic¨ªa y asesino a sueldo, de apelativo pomposo: Moacir Moa Jorge da Costa, sospechoso de un rosario de fechor¨ªas y hechos de sangre, entre ellos asesinatos. Interrogado y ablandado con los m¨¦todos que no es imposible imaginar, confiesa. S¨ª, ha matado, pero no por maldad ni por codicia, sino profesionalmente, por encargo del flamante diputado y estrella medi¨¢tica de la Amazon¨ªa: ?Wallace Souza! Despu¨¦s de sacudirse el trauma que semejante revelaci¨®n les produce, los investigadores comienzan a atar cabos y las piezas encajan, como en un rompecabezas. Todos los cr¨ªmenes que ha cometido o en los que ha participado Moacir Moa Jorge da Costa figuraron de manera estelar en los programas de Canal Livre y, en todos ellos, las c¨¢maras ubicuas y omniscientes del diputado llegaron al lugar del crimen al mismo tiempo que los asesinos.
La investigaci¨®n produce este pasmoso resultado: Wallace Souza llevaba a cabo espeluznantes cr¨ªmenes con el ¨²nico designio de poder filmarlos antes de que lo hiciera alguno de sus competidores, para obtener las primicias que ten¨ªan enganchada a la vasta teleaudiencia a la que alimentaba en cada programa con sangre, verismo y pestilencia a raudales. Para ello, hab¨ªa montado toda una infraestructura de colaboradores, diestros en la pistola y el cuchillo, seleccionados entre las propias fuerzas de la polic¨ªa a la que -otra revelaci¨®n- hab¨ªa estado asimilado. Quince de ellos est¨¢n ya en los inc¨®modos calabozos de Manaos, pero no el h¨¦roe del macabro aquelarre, pues, siendo legislador y gozando de impunidad, la Asamblea Legislativa tiene antes que despojarlo de aquella para que pueda ser encarcelado y juzgado. ?Lo ser¨¢? Paciencia: lo dir¨¢ el futuro, y con abundancia de derivaciones y detalles, porque mi instinto me asegura que esta historia tiene para mucho rato.
Hasta aqu¨ª los hechos objetivos. Ahora, las conjeturas, ac¨¢pites y especulaciones. Desde el punto de vista ¨¦tico ?c¨®mo juzgar a Wallace Souza? Es imposible negar que ten¨ªa una conciencia profesional desmesurada. Delinqui¨®, s¨ª, pero con la noble intenci¨®n de servir a su p¨²blico, de no defraudarlo, de seguir suministr¨¢ndole aquel horror sanguinario que era su alimento preferido, lo que llevaba a todo Manaos a prender el televisor y buscar Canal Livre con la ansiedad con que escarba su cajetilla el fumador o se lleva el trago a la boca el alcoh¨®lico. ?Tiene Wallace Souza la entera responsabilidad de haber llegado a esos excesos punibles o la comparte con la mir¨ªada de morbosos, subnormales, pervertidos e imb¨¦ciles a los que ver mujeres desventradas, chiquillos decapitados, ancianos degollados, arreglos de cuentas de pandillas que se tasajean y entrematan hace pasar una noche divertida?
No es dif¨ªcil, para cualquier aficionado a la esgrima intelectual, demostrar que Wallace Souza es un producto del siglo XXI, en el que la cultura predominante, en gran parte por la miseria que ha generado la televisi¨®n en su fren¨¦tica carrera por conquistar audiencia escarbando en las sentinas de la vida, destruyendo la privacidad, explotando sin el menor escr¨²pulo las experiencias m¨¢s indignas y degradantes, ha pulverizado todos los valores, trastoc¨¢ndolos, de manera que "divertir", "entretener", ha pasado a ser el valor supremo, la prioridad de prioridades, aunque, para conseguirlo, como hizo Wallace Souza, haya que disparar y hundir pu?ales en el pr¨®jimo. Desde este punto de vista, asesino y todo, el director y productor de "Canal Libre" es un h¨¦roe, o un m¨¢rtir, de la cultura que, con ayuda de la prodigiosa revoluci¨®n audiovisual, hemos fabricado para nuestra ¨¦poca.
Desde otro punto de vista, el del "principio de realidad" pascaliano, hago mi autocr¨ªtica y reconozco que lo ocurrido en Manaos convierte las teor¨ªas (que antes me parecieron delirantes y sofistas) de un Foucault y un Baudrillard en algo que empieza a tener confirmaci¨®n objetiva en este extraordinario mundo que nos ha tocado. Si Wallace Souza cometi¨® esos cr¨ªmenes s¨®lo para convertirlos en im¨¢genes, es evidente que, para ¨¦l y para sus espectadores -aunque ¨¦stos fueran menos conscientes de ello que ¨¦l- la realidad real era menos importante, meramente subsidiaria o pretexto, de la realidad reflejada por las c¨¢maras, las que, con su perfecta adecuaci¨®n a los gustos del p¨²blico, la recompon¨ªa, purgaba y recreaba de tal modo que fuera algo que la realidad real lo es s¨®lo muy de cuando en cuando: excitante, terrible, divertida. Wallace Souza es la primera demostraci¨®n palpable de que el hombre no es una totalidad definida sino una materia modelable y cambiante, una melcocha o greda al que la dimensi¨®n imaginaria de la vida propulsada por el sistema educativo m¨¢s universal y todopoderoso de la historia -las pantallas- va dando forma, realidad y cambiando al capricho de las modas.
Una ¨²ltima reflexi¨®n sobre las infortunadas v¨ªctimas inmoladas en el ara televisiva por los pistoleros a sueldo de Wallace Souza. ?C¨®mo las eleg¨ªa? ?Con qu¨¦ criterio? No se puede descartar que, si quedaba en ¨¦l un residuo de escr¨²pulos morales de la ¨¦poca en que todav¨ªa era un ser humano, no uno de celuloide o plasma, las escogiera entre la ralea prostibularia, la fauna del erg¨¢stulo, para darse as¨ª una cierta coartada de justiciero. Pero lo m¨¢s probable es que no, que, para alguien tan teratol¨®gicamente identificado con su profesi¨®n, el ¨²nico criterio consistiera en se?alar a las v¨ªctimas privilegiando a las que ten¨ªan mayor poder de atracci¨®n televisiva. Y no hay duda que el asesinato de un truh¨¢n conmueve menos que el de una ni?a inocente, un ciudadano intachable o una se?ora embarazada.
?No les gusta el mundo en que vivimos? Peor para ustedes, porque todo indica que ya no nos queda el antiguo recurso de apagar el aparato de televisi¨®n. Ahora, la televisi¨®n comienza a ser la vida misma y, nosotros, sus inexistentes comparsas.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2009. ? Mario Vargas Llosa, 2009.
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