Amigos del psicoan¨¢lisis
Entre el delirio y la realidad, una exposici¨®n en Coney Island imagina la historia de una asociaci¨®n 'freudiana'
Fue un amor no correspondido. Pero estos idilios a veces son dif¨ªciles de olvidar. Las teor¨ªas del padre del psicoan¨¢lisis han fascinado a sucesivas generaciones de neoyorquinos y probablemente Nueva York es el lugar con mayor n¨²mero de divanes del mundo. Sin embargo, Sigmund Freud no qued¨® en absoluto impresionado cuando visit¨® la ciudad. El doctor desembarc¨® all¨ª en el verano de 1909, en su primera y ¨²nica visita a Estados Unidos. Ten¨ªa 53 a?os y hab¨ªa publicado un par de libros. Sus teor¨ªas sobre el subconsciente y los sue?os a¨²n no eran muy conocidas, pero despertaban un creciente inter¨¦s entre la comunidad cient¨ªfica. La Universidad de Clarke le invit¨® para que pronunciara unas conferencias. Fue la oportunidad para escuchar de primera mano los descubrimientos del austriaco.
La artista Zoe Beloff usa pel¨ªculas caseras compradas en mercadillos
El padre del psicoan¨¢lisis viaj¨® acompa?ado por Carl Jung y Sandor Feranzi a bordo del transatl¨¢ntico George Washington. Al d¨ªa siguiente de su llegada se acerc¨® a Coney Island, el gran centro recreativo de Brooklyn que atra¨ªa a cientos de visitantes con su oferta de diversi¨®n, sorpresa y maravilla. A medio camino entre el circo y el parque de atracciones, all¨ª se gestaba la versi¨®n moderna del entretenimiento de masas. Al doctor el parque no le gust¨®. Ni los millones de bombillas, ni la delirante arquitectura del recinto le impresionaron. Tampoco las atracciones. Adem¨¢s, la comida estadounidense le amarg¨® gran parte del viaje.
Un siglo despu¨¦s de aquella visita, el Museo de Coney Island rinde homenaje a Freud con una exposici¨®n creada por la artista multimedia escocesa Zoe Beloff. La muestra gira en torno a La Sociedad Amateur de Psicoan¨¢lisis de Coney Island. Esta misteriosa asociaci¨®n supuestamente agrup¨® durante d¨¦cadas a seguidores de las teor¨ªas de Freud, que rodaron una serie de cortos con los que trataban de interpretar sus sue?os.
En l¨ªnea con la mejor tradici¨®n de Coney Island, entre la realidad y la ficci¨®n, la exposici¨®n de Beloff traza los perfiles imaginarios de los miembros de este c¨ªrculo de amigos del psicoan¨¢lisis. Albert Grassman, seg¨²n la muestra, fue el fundador del peculiar c¨ªrculo de autodidactas y Charmion de Forde la millonaria heredera que ejerc¨ªa, a lo Peggy Guggenheim como mecenas de la asociaci¨®n. Los filmes muestran desde las frustraciones de un ama de casa en los sesenta hasta el extra?o sue?o en blanco y negro de un hombre que muta en oso. Un breve texto al final de cada corto ofrece la interpretaci¨®n freudiana. "He creado esta sociedad como un medio para expresar los sue?os y deseos de varias generaciones de neoyorquinos que vivieron, trabajaron o disfrutaron de Coney Island", explica la artista.
Beloff encontr¨® un gran n¨²mero de pel¨ªculas caseras en mercadillos dispersos por Nueva York. A partir de ah¨ª empez¨® a fabular. "Creo que estas cintas son una ruta al subconsciente, ofrecen una serie de claves similares a las que Freud descubri¨® en sue?os, bromas y lapsus. Las pel¨ªculas amateur a menudo cuentan mucho m¨¢s de lo que sus creadores en un principio se propusieron".
La exposici¨®n recoge tambi¨¦n un delirante proyecto supuestamente inventado por Albert Grassman, un dise?ador de atracciones que se acerc¨® a las teor¨ªas de Freud cuando prestaba servicio en el frente durante la I Guerra Mundial. A su vuelta dise?¨® un parque con pabellones que representaban las teor¨ªas freudianas. Una serie de edificios interconectados por el "tren del pensamiento" daban forma a la l¨ªbido, al censor y al inconsciente. Beloff ha construido la maqueta de este proyecto y muestra los dibujos cuya autor¨ªa adjudica al misterioso Grassman.
Gran meca de la diversi¨®n popular, donde espabilados comerciantes supieron hacer negocio y arte de lo grotesco, la decadente Coney Island mantiene hoy en d¨ªa un extra?o sabor a libertad. Poco queda de los espectaculares parques que Freud visit¨®, apenas una decena de calles. Pero la diversi¨®n aqu¨ª todav¨ªa escapa los l¨ªmites de lo pol¨ªticamente correcto. Subido a un peque?o escenario el maestro de ceremonias Scott Baker, acompa?ado de una mujer con una cobra al cuello y un hombre con el rostro tatuado, animaba al p¨²blico a entrar en la ¨²ltima atracci¨®n de feria que queda en el parque. "Pasen y vean las maravillas aterradoras de la mujer cobra", gritaba un s¨¢bado de agosto. "Todos seguimos siendo ni?os". Freud estar¨ªa de acuerdo.
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