LA PATRIA DE AB?N HUMEYA
As¨ª que ¨¦sta fue su casa, la casa de Ab¨¦n Humeya, rey de los moriscos de La Alpujarra, ¨²ltimo rey de Al-Andalus. Buena casa, s¨ª se?or. De tres alturas, puerta de madera con aldaba y herrajes, fachada encalada y sin ning¨²n estorbo enfrente: abierta al Sur, a un oc¨¦ano de redondeadas monta?as. Un escal¨®n abajo, un huertecillo de tomates y pimientos; a la izquierda, el casco antiguo animado por unas cuantas palmeras; viniendo de todas partes, surgido de invisibles fuentes y acequias, el rumor del agua fresca, el rumor del para¨ªso.
Estamos en V¨¢lor, all¨ª donde La Alpujarra va limando sus aristas alpinas y desembocando en el Mediterr¨¢neo cl¨¢sico, donde los barrancos van convirti¨¦ndose en valles, donde nogales, ¨¢lamos y casta?os van dando paso a olivos, naranjos y almendros. Es ¨¦sta "la patria de Ab¨¦n Humeya", como proclama el mural que da la bienvenida al pueblo. Mural en el que, sobre fondo azul, se cruzan dos cimitarras doradas que sirven de cuenco a una corona y una media luna. Aqu¨ª, en 1568, don Fernando de C¨®rdoba y V¨¢lor se puso al frente de la rebeli¨®n de los suyos, los moriscos granadinos, abandon¨® su forzado nombre cristiano y recuper¨® el musulm¨¢n: Ab¨¦n Humeya, orgulloso descendiente de los Omeyas de C¨®rdoba y, a trav¨¦s de ellos, del profeta Mahoma.
Quer¨ªan que los granadinos se olvidaran de sus fiestas o zambras
Los moriscos no pod¨ªan m¨¢s. En 1492 Boabdil hab¨ªa rendido Granada con la condici¨®n de que los habitantes del reino nazar¨ª pudieran seguir conservando su lengua, religi¨®n y costumbres. Papel mojado: pronto se les oblig¨® a convertirse al cristianismo, pasando a ser llamados moriscos. Pero ni aun as¨ª los conquistadores saciaron su sed de uniformidad. Quer¨ªan que los granadinos hablaran castellano, renunciaran a sus ba?os, comieran cerdo, se vistieran como en ?vila y se olvidaran de sus fiestas o zambras. Cuando en 1568 Felipe II promulg¨® un nuevo edicto en esta direcci¨®n, los de la Alpujarra, su ¨²ltimo refugio, se alzaron en armas. Ab¨¦n Humeya, del que se cuenta que era muy lujurioso, se convirti¨® en su rey.
Ganaron los cristianos, claro. "Los nuestros", dice Ab¨¦n Humeya en la biograf¨ªa novelada que escribiera Carlos Asenjo Sedano, "s¨®lo ten¨ªan dos caminos: o entregarse para la horca, o morir degollados a manos de soldados. En cualquier caso, nada de perd¨®n y libertad". Ab¨¦n Humeya fue asesinado, don Juan de Austria conquist¨® La Alpujarra a sangre y fuego, los moriscos fueron masacrados, las moriscas vendidas como esclavas, llegaron repobladores del Norte, se perdi¨® la industria de la seda... Y en 1609, hace ahora 400 a?os, se consum¨® el drama con la pragm¨¢tica de Felipe III que ordenaba la completa expulsi¨®n de los moriscos de todos sus reinos; lo espa?ol, una vez m¨¢s, quedaba identificado por decreto con lo cat¨®lico, lo conservador y lo castellano. Entre 300.000 y 500.000 personas tuvieron que abandonar su patria. Dada la poblaci¨®n de la ¨¦poca, fue, se?ala el escritor Jos¨¦ Manuel Fajardo, "el mayor exilio de una historia, la nuestra, repleta de ellos".
Aunque ninguna placa indica que ¨¦sta fuera la casa de Ab¨¦n Humeya, los vecinos de V¨¢lor lo dan por hecho. No es la original, pero aqu¨ª estuvo su solar y su estructura era b¨¢sicamente la de hoy. La casa ha estado habitada tradicionalmente por los m¨¦dicos del pueblo, pero lleva unos a?os desocupada y podr¨ªa amenazar ruina. En cuanto al balc¨®n y la escayola con un Cristo son evidentemente postizos.
A pocos metros, doblando la esquina, hay un Centro Municipal de la Tercera Edad y all¨ª un azulejo reza literalmente: "Ab¨¦n Humeya y los moriscos. Cumbre de libertad para Al-Andalus". Lo firma, tambi¨¦n literalmente, "Yama'a Isl¨¢mica". Curioso este pueblo de V¨¢lor que ahora sestea pero que pronto, a mediados de septiembre, despertar¨¢ para celebrar sus fiestas de Moros y Cristianos, las m¨¢s vistosas de Andaluc¨ªa oriental. Entonces, vecinos enturbantados har¨¢n correr la p¨®lvora en homenaje al desdichado Ab¨¦n Humeya, pero la victoria de tales monf¨ªes ser¨¢ breve: el bando cristiano, con la providencial ayuda del Santo Cristo de la Yedra, terminar¨¢ haci¨¦ndose con el castillo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.