El invisible cerco del miedo
Hay cobardes muy obvios y otros cuya cobard¨ªa es m¨¢s sutil. Pero los que huyen en el momento cr¨ªtico ante los primeros disparos, los que abandonan, los que saltan a los botes no son m¨¢s cobardes que los que se amilanan ante la responsabilidad, eluden su deber y dejan en la estacada, por no tomar las decisiones adecuadas, a los que dependen de ellos. La cobard¨ªa moral del mariscal alem¨¢n Friedrich Paulus, menos evidente que las muy f¨ªsicas cobard¨ªas de los otros personajes de esta serie enfrentados individual y directamente ante los lanceros mexicanos, los sioux, los zul¨²es o el mar, no es menos deplorable. No le vamos a juzgar aqu¨ª, a Paulus, en este peque?o tribunal de papel que no quiere emitir veredictos sino simplemente poner un espejo ante la propia pusilanimidad, por lo mismo que lo conden¨® su jefe, Adolf Hitler. Faltar¨ªa m¨¢s. Hitler, al que era tan peligroso decepcionar como llamarle Eleazar, reproch¨® a Paulus no tanto perder un ej¨¦rcito (el Sexto, en Stalingrado) como no haber muerto valientemente a su frente, regal¨¢ndole a su F¨¹hrer, para presumir, un digno Gotterdamerung de llamas fr¨ªas a orillas del Volga. "No logro comprender que alguien como ¨¦l no prefiera la muerte", se explay¨® Hitler al enterarse de que Paulus se hab¨ªa entregado a los rusos en lugar de suicidarse. "Esa clase de gente diluye el hero¨ªsmo de muchos miles de hombres. Una mujer puede pegarse un tiro ?y un soldado es incapaz! Lo que m¨¢s me duele es que acabo de nombrarlo mariscal de campo. Me parec¨ªa bien concederle esa ¨²ltima alegr¨ªa. Es el ¨²ltimo que nombro. ?De veras que no lo comprendo! Que tantos hombres tengan que morir, y luego sale un tipo as¨ª, sin agallas, y en el ¨²ltimo minuto ensucia la heroica reputaci¨®n de todos los otros". Que Hitler haya tachado de cobarde a alguien hace un poco embarazoso ser de la misma opini¨®n. Pero no nos confundamos, la aut¨¦ntica cobard¨ªa de Paulus no consisti¨® en rendirse y sobrevivir (aunque es feo que lo hiciera en muchas mejores condiciones que sus soldados y jugando al bridge) sino en no haber hecho todo lo que estaba en sus manos para salvar a sus hombres cuando a¨²n era posible.
Permaneci¨® quieto, incapaz de tomar una decisi¨®n, achantado, temeroso de contradecir a su F¨¹hrer
La verdadera tragedia de Paulus, m¨¢s feliz con un mapa que sobre un panzer, es que no estaba a la altura. Paulus (v¨¦anse Paulus and Stalingrad, de Walter Goerlitz, Citadel Press, 1963, y el can¨®nico Stalingrado, de Antony Beevor, Cr¨ªtica, 2004) era un buen oficial de Estado Mayor pero sus mismas virtudes en ese cometido -meticulosidad, detallismo, l¨®gica, orden, modestia, respeto absoluto a las ¨®rdenes- lo hicieron catastr¨®fico al frente de un ej¨¦rcito sobre el terreno, en batalla: su falta de decisi¨®n, de audacia, de carisma, de coraje, de car¨¢cter en suma, result¨® letal para el Sexto Ej¨¦rcito. Es verdad que no era mal tipo para ser un general alem¨¢n (incluso Von Stauffenberg parece haber abrigado alguna esperanza con ¨¦l), que le molestaba la brutalidad y que, hipersensible, se refugiaba en Beethoven. En Stalingrado pas¨® tanto estr¨¦s, el pobre, que le sali¨® un tic en la cara. Claro que un tic en Stalingrado parece un mal menor. Peor lo pasaron sus 150.000 soldados muertos, que eso s¨ª es estr¨¦s. En total, de su cuarto de mill¨®n de efectivos, s¨®lo volvieron a casa 5.000 y tras mucho tiempo.
Nacido en Breitenau en 1890, hijo de un funcionario, quiso ingresar en la marina imperial, pero su solicitud fue denegada por falta de pedigr¨ª aristocr¨¢tico (lo de "Von Paulus" es una falacia), as¨ª que tuvo que contentarse con el ej¨¦rcito de tierra. Paulus siempre trat¨® de compensar su extracci¨®n social (algo que en cambio le fue bien para progresar con Hitler) con un aspecto impecable y un atildamiento obsesivo hasta el rid¨ªculo -eran famosos sus cuellos de uniforme- que llev¨® a que le apodaran El Lord. En 1912 se cas¨® con una arist¨®crata rumana, Elena Constance Rosetti-Solescu, Coca. Una mujer con todo el car¨¢cter y el abolengo que le faltaban a ¨¦l. Cuando tras Stalingrado los nazis le prometieron que no le tocar¨ªan un pelo si renunciaba al "infame" nombre de su marido, Coca los envi¨® a paseo.
Paulus particip¨® como oficial en la I Guerra Mundial, aunque su biograf¨ªa carece de hechos de guerra destacados, a diferencia de un camarada y posterior tambi¨¦n mariscal "del pueblo" cuya biograf¨ªa guarda tantos puntos de contacto pero cuyo temperamento era la ant¨ªtesis: Erwin Rommel. Por cierto, Paulus sopes¨® proponerse como jefe del Afrika Korps en vez del Zorro del desierto. Es curioso pensar que pod¨ªa haber perdido la otra batalla m¨¢s famosa de la II Guerra Mundial: El Alamein. Fue una sorpresa que, en enero de 1942, catapultaran a Paulus, que no hab¨ªa estado nunca ni al frente de un regimiento, al mando del Sexto Ej¨¦rcito, el contingente m¨¢s numeroso de la Wehrmacht. Su gran momento fue la segunda batalla de Jarkov, pero en seguida se produjo la crisis de Stalingrado, ese Verd¨²n del C¨¢ucaso en el que Hitler y Stalin metieron toda la carne en el asador. A Paulus la responsabilidad le provoc¨® ataques de disenter¨ªa. En noviembre-diciembre de 1942 cuando las cosas se pusieron feas y los rusos cercaron al Sexto Ej¨¦rcito lleg¨® el momento de la verdad para nuestro hombre. Parece que si Paulus se hubiera atrevido a desobedecer a Hitler y tratar de romper el cerco, retir¨¢ndose al encuentro del contingente de socorro bajo el mando de Von Manstein, al menos una parte de sus hambrientas y heladas tropas se habr¨ªan salvado. Permaneci¨® quieto, pasivo, incapaz de tomar una decisi¨®n, achantado, temeroso de contradecir a su F¨¹hrer, que, es sabido, ten¨ªa un temperamento m¨¢s bien ¨¢spero si le llevabas la contraria. Evadir el peligro y haci¨¦ndolo poner en peligro la vida de los camaradas de armas es obviamente un acto de cobard¨ªa. No lo digo yo, lo dijo Napole¨®n, al que Paulus tanto le gustaba estudiar. El resultado fue que el Sexto Ej¨¦rcito fue desangrado hasta la muerte y el 31 de enero de 1943, el d¨ªa despu¨¦s de que lo nombraran mariscal record¨¢ndole que, mira t¨² que casualidad, ning¨²n mariscal alem¨¢n hab¨ªa sido nunca capturado vivo, el propio Paulus se rindi¨®. En cautividad, se dej¨® convencer para, desde la radio sovi¨¦tica, hacer llamadas a la rebeli¨®n contra Hitler, lo cual no aument¨® precisamente su popularidad en el III Reich... No lo soltaron los rusos hasta 1953. Muri¨® en Dresde, en 1957, de una esclerosis que le hab¨ªa dejado paralizados los m¨²sculos pero activo el intelecto, en terrible met¨¢fora de sus d¨ªas de Stalingrado.
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