C¨®mo acallar a la mente
El verano suele ser algarab¨ªa, barah¨²nda y griter¨ªo. En el lugar de vacaciones nos acechan los chiringuitos y los motores y los aparatejos bulliciosos, y en nuestras ciudades siguen vivos los coches, y las m¨¢quinas se ensa?an con las obras y nos aturden. Durante el resto del a?o estamos tan inmiscuidos en nuestros propios asuntos que a veces pasamos por alto este ruido, lo tomamos como parte de nuestro paisaje habitual, como ese edificio modernista que tenemos enfrente y que solemos ignorar. Pero ante el abismo del dolce far niente vacacional, los sonidos se acent¨²an hasta doler. Si bien es cierto que no podemos controlar la m¨²sica alta ni los cl¨¢xon de los coches y que, por tanto, debemos aceptarlo -actuar de otra manera ser¨ªa, sin duda, estresante adem¨¢s de est¨¦ril-, hay otro ruido que s¨ª podemos silenciar: el llamado ruido interior. No podemos dejar de pensar, s¨®lo faltar¨ªa (aunque algunos protagonistas de la actualidad parecen hacerlo), pero podemos gestionar mejor nuestros pensamientos gracias a la meditaci¨®n. Se trata de usar la mente; no de ser usados por ella.
Corremos el riesgo de pasar las vacaciones esclavizados por nuestra mente, 'un mono loco' seg¨²n la teor¨ªa budista
Entre 40.000 y 60.000 pensamientos diarios
Nuestra mente se comporta de?manera ca¨®tica y caprichosa
La primera distinci¨®n es b¨¢sica: el silencio no es ausencia de ruido exterior. De nada sirve pasar las vacaciones en un paraje solitario en la monta?a, si no logramos acallar algunos sonidos -algunos- que tienen lugar en nuestra mente. Aunque parezca mentira, tenemos cada d¨ªa entre cuarenta mil y sesenta mil pensamientos. Se comportan de manera an¨¢rquica y caprichosa, sin que nosostros los controlemos. Si no hacemos un esfuerzo, la inercia nos lleva a pasarnos las vacaciones, y no digamos ya los periodos de duro trabajo, esclavizados por el libre discurrir de nuestra mente: "un mono loco", seg¨²n el budismo. Si eso nos ocurre en vacaciones, es decir, si no somos capaces de desconectar de esa ch¨¢chara incesante, lamentablemente nuestro cuerpo regresar¨¢ a casa relajado, pero no as¨ª nuestra mente. Porque la mente, ya se sabe, suele ser obsesiva. Habremos pasado las vacaciones dando vueltas a las cosas, anticipando el futuro, recordando el pasado, y nos habremos perdido lo ¨²nico que de verdad existe: el momento presente, el aqu¨ª y el ahora.
Hagamos una prueba. Si nos quedamos unos minutos en silencio, cerramos los ojos e intentamos ser conscientes de los pensamientos que nos asaltan —o sea, si meditamos—, nos daremos cuenta de lo que pasa en nuestra cabeza durante todo el d¨ªa: es como tener dentro una radio permanentemente enchufada, que practicamente emite el mismo programa un d¨ªa tras otro, porque tenemos casi el mismo patr¨®n de pensamientos un d¨ªa tras otro. Los meditadores expertos, cuando observan su mente como si fuese una pel¨ªcula, llegan a la conclusi¨®n, seg¨²n afirma Juan Manzanera, monje budista y profesor de meditaci¨®n, que no somos nuestros pensamientos, "al igual que las olas del mar no son el mar".
La meditaci¨®n
Observar nuestros pensamientos como si fueran una pel¨ªcula
Si nos fijamos m¨¢s a¨²n, nos daremos cuenta de que hay un instante muy breve entre pensamiento y pensamiento en que no sucede nada, en que no pensamos nada, en que no o¨ªmos nada. Ese es el silencio interior, y los que se han dedicado a ello con ah¨ªnco son capaces de rescatar este silencio y prolongarlo casi a su antojo. Eso se consigue a trav¨¦s de la meditaci¨®n, que es una pr¨¢ctica estrechamente vinculada a la actividad espiritual, pero que no se adscribe a una religi¨®n en concreto. De hecho, una de las grandezas de la meditaci¨®n es, precisamente, que forma parte del lecho com¨²n de la mayor¨ªa de religiones. Para todas ellas, la meditaci¨®n es una manera no solo de concentrar la mente en una sola cosa, sino de conectar con algo m¨¢s all¨¢ de la realidad sensible, con eso que cada ser humano tiene de divino. El budismo, por ejemplo, que no podemos definirlo como una religi¨®n, sino m¨¢s bien como una filosof¨ªa, dice que a trav¨¦s de la meditaci¨®n descubrimos no s¨®lo que formamos parte de un universo interconectado, sino que, adem¨¢s, ese universo interconectado est¨¢, en su totalidad, dentro de cada uno de nosotros.
El silencio
No dejarse apabullar por el continuo parloteo de la mente
Pido disculpas al lector, porque no he venido a esta secci¨®n a hablar mi novela El silencio (El Aleph), pero puede leerse, seg¨²n dicen algunos lectores, como una introducci¨®n a la meditaci¨®n. La protagonista, Umiko, es una joven japonesa que intenta ense?ar a meditar al narrador.
"En todos y cada uno de nosotros", le dice, "est¨¢ toda la felicidad; lo ¨²nico que nos impide disfrutarla es la propia mente: las creencias limitantes, los miedos, los deseos, la expectativas". En sus torpes inicios, al intentar fijar la atenci¨®n en una sola cosa -por ejemplo, la entrada y la salida del aire- el narrador se da cuenta de lo dif¨ªcil que resulta: perdemos la atenci¨®n entre seis y doce veces por minuto. Umiko le recomienda que no se deje apabullar por los pensamientos que le asaltan. "Ahora desfilan muchas cosas por tu mente", le dice, "pero si no les das importancia ir¨¢n decreciendo hasta que conseguir¨¢s una mente clara que ser¨¢ como un espejo de lo que te rodea".
As¨ª, Juan Manzanera, cuya sabidur¨ªa es fruto de a?os viviendo en Nepal y en India como disc¨ªpulo de un lama, asevera que "el silencio interior no es una consecuencia de haber reprimido los pensamientos, sino de ir m¨¢s all¨¢ de ellos". Como Umiko, Manzanera asegura que cuando dejamos de nutrir a los pensamientos, ellos mismos se van. Igual que las nubes que cruzan el cielo: sin recrearse en ellas, el azul las deja pasar.?
Obras que dan quietud
-'El silencio', de Gaspar Hern¨¢ndez. Editorial El Aleph.
-'El placer de meditar', de Juan Manzanera. Ediciones Dharma.
-'En defensa de la felicidad', de Matthieu Ricard. Urano.
El yo profundo
El que est¨¢ considerado -seg¨²n los cient¨ªficos- "el hombre m¨¢s feliz del mundo", el monje budista Matthieu Ricard, dice que el silencio interior es parte del camino a la felicidad, pero que para conseguirlo hay que vencer el s¨ªndrome del p¨¢jaro enjaulado, al que cuando se le abren las puertas de su jaula no puede hacer nada m¨¢s que acabar regresando. El silencio interior es una conquista. Si lo conseguimos, seg¨²n Dar¨ªo Lostado, reputado fil¨®sofo, te¨®logo y psic¨®logo, llegaremos a lo que ¨¦l llama "sentir el yo profundo", es decir, lo que queda cuando trascendemos nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestras emociones.
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