EL PERRO
Viste c¨®mo mor¨ªa el perro envenenado. Eras s¨®lo un ni?o y viste c¨®mo mor¨ªa el perro envenenado. Lo encontraron tumbado entre las tomateras transpirando cansad¨ªsimo. La vecina pinch¨® al animal con una varita para ver si se mov¨ªa ("Hay gente que no tiene conciencia", dijo). Era tan f¨¢cil envenenar a un perro. La cola dio dos golpes en los rodrigones de las alubias, la piel transpiraba, esa piel casi humana, blanquecina tras el pelo, como la de un anciano, las moscas. Era tan f¨¢cil envenenar a un perro; se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz. El perro marr¨®n con una mancha gris en el lomo, ya no est¨¢, se acab¨®. Se ve¨ªan las naranjas, la sombra de las naranjas, t¨² no estabas enfadado, ni triste, pensabas qu¨¦ f¨¢cil es envenenar a un perro. Eras s¨®lo un ni?o. Y sin embargo hab¨ªa algo que hab¨ªa sucedido mucho antes; en el dibujo tenue de las costillas subiendo y bajando, en la angustia de la cola golpeando el canal¨®n. Lo llevaron como a una novia hasta la puerta, y en el grupo de curiosos tambi¨¦n t¨² cogiste un palo y le diste con ¨¦l en el hocico para ver si se mov¨ªa. No se mov¨ªa. "Qu¨¦ f¨¢cil es envenenar a un perro -repetiste- se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz". Dentro del perro un personaje m¨¢gico cumpl¨ªa un rito tan audaz como el de las brujas. Dentro del perro un perro antiguo reconoc¨ªa caras, voces, recordaba escenas, te ve¨ªa a ti, comprimido, y dentro de ti otra escena de ti, otro t¨², m¨¢s peque?o, porque fue ayer por la noche cuando fuiste solo. Te gustaba el perro, no era que no te gustara el perro. El perro marr¨®n con una mancha gris en el lomo. Y le hab¨ªas acariciado varias veces, y ¨¦l hab¨ªa sido d¨®cil, y t¨² curioso, porque la curiosidad era una de las formas del miedo, y ¨¦l te hab¨ªa ense?ado los dientes, unos colmillos amarillentos y brillantes, nicot¨ªnicos, casi humanos y entonces lo decidiste. ?Fue entonces cuando lo decidiste o fue luego? No, fue entonces. Luego, por la noche, cuando te acercaste, los ojos le brillaban como dos alfileres y no ladr¨®, no hizo nada, fue tan amable, como si ya lo sospechara todo. "Qu¨¦ f¨¢cil es envenenar a un perro -escuchaste que repet¨ªa la vecina a la due?a de la pescader¨ªa- se envenena una bola de carne, una galleta, un cuenco de arroz". "Un pescado" dijo la pescadera. La tumba se la hicieron junto a los rodrigones de las alubias, antes incluso de que muriera porque uno de los curiosos era veterinario y dijo que ni modo. Y t¨² cavaste con todas tus fuerzas, y el due?o te dio dos golpecitos en la cabeza, dos golpecitos desolados y tenues. Y te dijo: "c¨®gelo de ah¨ª, anda, vamos a echarlo, chaval". T¨² no estabas enfadado, ni triste, pensabas qu¨¦ f¨¢cil es envenenar a un perro. Eras s¨®lo un ni?o y no te atrev¨ªas a tocarlo.
Andr¨¦s Barba es autor de Las manos peque?as (Anagrama), 2008.
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