EL TESORO DEL NORTE
El para¨ªso siempre estuvo lejos de Edimburgo. La ciudad del norte brot¨® entre tierras volc¨¢nicas y glaciares, y su altura privilegiada siempre se vio castigada por el viento, la lluvia y el fr¨ªo. En sus Notas pintorescas de Edimburgo, Robert Louis Stevenson escribi¨®: "El clima es crudo y furioso en invierno; cambiante y poco amable en verano, y un purgatorio meteorol¨®gico puro y duro en primavera".
El escritor escoc¨¦s, enfermo desde ni?o, padeci¨® en su propio cuerpo el castigo de su ciudad natal, aquel lugar del que huy¨® hasta morir en los Mares del Sur. Pese a todo, en las ¨²ltimas horas de su vida recuper¨® el recuerdo de aquella "notable ciudad de los muertos" en cuyas calles aliment¨® sus primeras fantas¨ªas: "?Felices los pasajeros que se sacuden el polvo de Edimburgo y que escuchan, por ¨²ltima vez el grito del viento del Este en sus chimeneas! Sin embargo, el lugar suscita inter¨¦s en el coraz¨®n de las personas; vayan donde vayan, no encuentran una ciudad con un car¨¢cter tan definido; vayan donde vayan, se sienten orgullosos de su vieja casa".
Pronto se aburri¨® de las calles limpias y empez¨® a vagar por la vieja ciudad
La casa familiar de Stevenson, donde se mudaron cuando ¨¦l ten¨ªa siete a?os, est¨¢ en el n¨²mero 17 de Heriot Row. Una construcci¨®n noble al estilo de las de la Nueva Ciudad. La casa sigue hoy habitada y sus due?os la alquilan para fiestas o para cenas. Basta estirar la cabeza para contemplar una enorme l¨¢mpara de ara?a de cristales dorados y una biblioteca con alguna porcelana entre los libros. La madera oscura, la luz tenue y las enormes ventanas. En su puerta, una min¨²scula placa nos recuerda que all¨ª vivi¨® el autor de La isla del tesoro. Stevenson le dedic¨® al farolero del barrio, Leerie, los versos que all¨ª descansan. Era, sin duda, un ni?o delicado, que adoraba a su padre -la ¨²nica persona que apaciguaba sus terribles pesadillas era aquel ingeniero que viaj¨® con su hijo por todos los faros de las tierras altas- y que sufr¨ªa largos periodos de reclusi¨®n por su delicada salud. La leyenda urbana cuenta que fue all¨ª, desde una de esas ventanas, donde cada d¨ªa el peque?o Stevenson divisaba una min¨²scula isla que estaba en un min¨²sculo lago que todav¨ªa adorna el parque de Queen Street, en la calle de enfrente. Uno de esos parques con llave que siempre esconden un tesoro.
Stevenson so?aba con otros mundos y por eso se aburri¨® pronto de las calles limpias y ordenadas de la zona rica de su ciudad y empez¨® a vagar por las de la vieja ciudad, oscuras y tortuosas. Nada representa mejor la dualidad de Edimburgo que el New Town y el Old Town. Es f¨¢cil entender que entre una y otra, Stevenson inventara El extra?o caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Si los pubs dedicados a La isla del tesoro son incontables y previsibles, los dedicados a Henry Jekyll y Edward Hyde se resumen en dos. En la esquina de Mound y la Royal Mile, en la Ciudad Vieja, est¨¢ Deacon Brodie's, que dedica su fachada y sus mesas al respetable ciudadano que acab¨® en la misma horca que ¨¦l mismo mand¨® construir por su doble vida de funcionario y ladr¨®n de guante blanco. Deacon Brodie inspir¨® el personaje que, en la otra punta de la ciudad, lleva su nombre. En el pub Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en la Nueva Ciudad, la cosa se vuelve grotesca y la ambigua lucha entre el bien y el mal se convierte en un t¨²nel de terror de feria donde la ni?a de El exorcista convive con Dr¨¢cula. M¨¢s cerca de Halloween que de Stevenson, el bar es de los m¨¢s populares de la ciudad.
El mejor lugar para descubrir al escritor es el Museo de los Escritores. Dedicado a Robert Burns, sir Walter Scott y al propio Stevenson. El museo exhibe numerosos objetos que les pertenecieron. La ca?a de pescar, la pipa, las botas de montar y un sombrero que el escritor us¨® en Samoa. En las paredes, una larga colecci¨®n de fotograf¨ªas. Primero en Escocia y luego en los Mares del Sur. Desde una cama de s¨¢banas blancas y bajo una mosquitera, o comiendo en el suelo con unos abor¨ªgenes y su familia, Stevenson sonr¨ªe. Desde su belleza fr¨¢gil y enfermiza nos mira para descubrirnos que Edimburgo, como todo, tambi¨¦n tiene un para¨ªso.
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