El calvario de los esp¨ªas
Veinte a?os no son nada pero el oficio no levanta cabeza. Cuando se cay¨® el Muro de Berl¨ªn tambi¨¦n se cay¨® el negocio, y hasta hoy no ha conseguido recuperarse. Basta con repasar la historia de la CIA desde que los archivos de la guerra fr¨ªa pasaron del Pent¨¢gono a las universidades y, sobre todo, con observar el ¨²ltimo berenjenal en el que se halla metida la mayor y m¨¢s poderosa organizaci¨®n de espionaje del mundo. Es evidente que ser esp¨ªa en Estados Unidos ya no es lo que era. Ahora mismo un fiscal especial ha recibido instrucciones para investigar los m¨¦todos de interrogatorio usados por la CIA a las ¨®rdenes de Bush, cuando sus agentes recibieron permiso para infligir un amplio y repugnante repertorio de tormentos a los detenidos por terrorismo para extraer informaci¨®n.
Una causa general contra las torturas de Bush destruir¨ªa toda capacidad transversal de Obama
La cuesti¨®n de las torturas se est¨¢ convirtiendo en un feo juego en busca de culpables en el que cada uno se?ala al vecino para sacarse las pulgas de encima. Los agentes de la CIA que las perpetraron se?alan a los consejeros legales de Bush que las autorizaron. El departamento de Justicia, donde trabajaban estos juristas, se?ala a la CIA, porque se extralimit¨® en el cumplimiento de las instrucciones. Los congresistas dem¨®cratas, que tambi¨¦n las avalaron en una comisi¨®n reservada, se?alan a Bush. Y los colaboradores de Bush se se?alan unos a otros, incluido el propio ex presidente, que tambi¨¦n se desentiende; con la sola excepci¨®n de su vicepresidente Dick Cheney, que es el ¨²nico que mantiene el tipo defendiendo lo indefendible y asumiendo todas las responsabilidades.
El acarreo de materiales sobre el que se ha construido la infame historia de las torturas ha gozado de muchas aportaciones. Intelectuales de renombre de todos los pa¨ªses han sostenido seriamente la teor¨ªa del mal menor, y polemistas pol¨ªticos acreditados han aguantado el argumento de la bomba de relojer¨ªa cuyo efecto se podr¨ªa evitar si se daba barra libre a los interrogadores para sacar informaci¨®n a los terroristas. Y luego est¨¢n los juristas de Bush, los r¨¢bulas capaces de legalizar cualquier cosa siempre que sea el presidente quien la ordene; o con suficientes dotes circenses como para encontrar la sutil y obscena l¨ªnea roja que separa el concepto de tortura del de un interrogatorio reforzado.
Como se est¨¢ viendo ahora, el trabajo de estos juristas, que tambi¨¦n proporcionaron argumentos para la guerra preventiva o para la creaci¨®n de limbos jur¨ªdicos como Guant¨¢namo, no ha sido en balde. El fiscal especial, John Durnham, con fama de incorruptible y apartidista, tiene instrucciones precisas de investigar s¨®lo los interrogatorios en los que se sobrepasaron estas l¨ªneas rojas, algo que puede alcanzar a una docena de agentes como m¨¢ximo. Aunque Obama prohibi¨® la tortura a las 48 horas de llegar a la Casa Blanca, la decisi¨®n de su fiscal general de no perseguir a los picapleitos que pretendieron legalizarla, y s¨ª en cambio a los polizontes que aplicaron con manga ancha e incluso regodeo las infames instrucciones, significa una legitimaci¨®n impl¨ªcita del debate sobre los l¨ªmites de la tortura. Esto no significa que vaya a ce?irse estrictamente a la partitura: no es as¨ª como suelen comportarse los fiscales especiales.
Es muy dif¨ªcil que el presidente extraiga alguna ventaja de la investigaci¨®n del fiscal especial y muy f¨¢cil en cambio que salga con alg¨²n rasgu?o. Convertir a la CIA en el payaso de las bofetadas no es precisamente una causa que entusiasme a los norteamericanos. Cuanto m¨¢s avance esta investigaci¨®n, y sobre todo si se desborda y se convierte en una causa general contra la pol¨ªtica antiterrorista de Bush, m¨¢s dif¨ªcil ser¨¢ que el presidente mantenga s¨®lidamente su posici¨®n central y su capacidad para arrancar acuerdos transversales con los republicanos. Los necesita de forma perentoria para la reforma del sistema de salud, sus nuevas pol¨ªticas medioambientales y sus reformas educativas, pero tambi¨¦n para encarar la cita electoral de noviembre de 2010, donde puede perder muy f¨¢cilmente su doble mayor¨ªa en el Congreso y el Senado. De ah¨ª que Obama se haya decidido por una pol¨ªtica de contenci¨®n del ajuste de cuentas con el pasado, soltando lastre cuando no tiene otro remedio, pero evitando a toda costa aparecer como un presidente partidista, obsesionado con su antecesor y dispuesto a cobrar vengativamente las facturas de las fechor¨ªas republicanas. En eso, Obama va contra Obama, el pragm¨¢tico contra el moralista.
Hay un poderoso argumento que pende sobre su cabeza y que Cheney se cuida muy bien de agitar t¨¢citamente con su media sonrisa maquiav¨¦lica: gracias a aquella pol¨ªtica antiterrorista brutal, desde el 11-S no ha habido m¨¢s atentados; si regresan las bombas, todos sabr¨¢n de qui¨¦n es la culpa, y nadie querr¨¢ seguir hurgando en las responsabilidades judiciales y pol¨ªticas por las torturas. Por eso el calvario de los esp¨ªas lleva camino de convertirse tambi¨¦n en un calvario para el joven presidente.
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