Retratos para la eternidad
El pariente llegar¨ªa cansado. Habr¨ªa cabalgado durante horas hasta la casa del fot¨®grafo. "Traigo malas noticias". Pactar¨ªan un precio, casi el doble del de un retrato normal, y viajar¨ªan de vuelta a casa del muerto. El fot¨®grafo planificar¨ªa la escena. "Me colocan al difunto m¨¢s cerca de la ventana que aqu¨ª no hay luz". La familia ya lo habr¨ªa vestido con sus mejores galas. El artista pondr¨ªa a los parientes alrededor del f¨¦retro o les har¨ªa sacar el cad¨¢ver de la caja. "?Cu¨¢l era su sill¨®n favorito?".
Muchos nos enteramos de la existencia de la fotograf¨ªa mortuoria por la pel¨ªcula Los otros. Cuando Nicole Kidman descubre un ¨¢lbum de difuntos grita: "?Qu¨¦ macabro, lo quiero fuera de mi casa!". En aquel ¨¢lbum aparec¨ªan im¨¢genes del descatalogado Sleeping Beauties. "Un libro inquietante y repulsivo", seg¨²n John Updike, "que abrimos con dificultad aunque dentro s¨®lo hay quietud y ternura". "Lo han robado de la mayor¨ªa de las bibliotecas", se jacta su autor, Stanley B. Burns, oftalm¨®logo de Nueva York que ha escrito 34 libros sobre fotograf¨ªa hist¨®rica. Es el gran conservador de un arte que ha estado a punto de desaparecer: "Si encuentras en el desv¨¢n la foto de tu tatarabuela muerta, lo m¨¢s probable es que la tires; sin embargo, hace tres generaciones estas im¨¢genes se encargaron con todo el cari?o".
El doctor Burns conserva un mill¨®n de im¨¢genes de m¨¢s de 100 a?os, casi todas sobre muerte y enfermedades
"Que lo que antes era un consuelo ahora nos espante, dice mucho de una sociedad que no quiere ver la muerte"
Sarah Bernhardt muri¨® octogenaria, pero se retrat¨® en un ata¨²d a los treinta para que sus 'fans' tuviesen un recuerdo bonito
La casa de Burns en Manhattan es una caries victoriana en la jungla de rascacielos. El doctor abre con perilla de chivo y unas incre¨ªbles gafas de los a?os veinte. Conserva un mill¨®n de daguerrotipos, ambrotipos y fotograf¨ªas de m¨¢s de cien a?os, casi todas en torno a la muerte, la violencia o la enfermedad. "Tenemos cinco chimeneas, pero no me atrevo a encenderlas", dice se?alando las miles de cajas en las que se apila su extraordinario archivo. Un hurac¨¢n de im¨¢genes impactantes: trincheras nazis, manicomios decimon¨®nicos, linchamientos, Al Capone, Bonnie y Clyde? "Cuentan la otra historia", dice Burns, "la mayor¨ªa de los libros muestran una y otra vez las mismas viejas fotos?, ?cu¨¢ntos Walker Evans necesitas ver? Yo quiero mostrar lo que no se ense?a". Cuatro mil de sus fotograf¨ªas son retratos de difuntos, una pr¨¢ctica com¨²n desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados del XX, entre la burgues¨ªa neoyorquina y en la selva mexicana, en las casas victorianas de Londres y en las aldeas de Pontevedra.
Burns encontr¨® su primera pieza por casualidad a principios de los setenta, cuando coleccionaba antiguas fotos m¨¦dicas: una madre sosten¨ªa un beb¨¦ muerto por sarampi¨®n. "Ten¨ªa un aura, una po¨¦tica?, se notaba que era un recuerdo; nunca hab¨ªa visto nada parecido", admite. "Ahora el coleccionismo est¨¢ muy extendido, en gran parte por mi culpa".
La familia colocar¨ªa sus objetos favoritos alrededor del muerto; los juguetes del ni?o, el misal de la abuela. Si quer¨ªan que pareciese vivo, le abrir¨ªan los ojos con una cucharilla, le sujetar¨ªan la cabeza colocando un tenedor entre la barbilla y el estern¨®n o le atar¨ªan las manos para que pareciese que rezaba. El marido pasar¨ªa un brazo sobre los hombros de su difunta, la madre acunar¨ªa al hijo sin vida. Vivos y muertos posar¨ªan juntos hasta que la imagen quedase grabada en la placa.
El sobre llega a Madrid desde Los ?ngeles marcado Do not bend (no doblar) y con la foto de una ni?a victoriana en un sof¨¢. Las pesta?as excesivamente rizadas y las manos crispadas delatan que no est¨¢ dormida. El remitente es un vendedor de eBay (donde cada d¨ªa se cuelgan entre 60 y 80 de estas fotos). El destinatario, Carlos Areces, dibujante y miembro de Muchachada Nui: "No soy un coleccionista al uso, no busco la antig¨¹edad ni lo raro, me importa m¨¢s la luz, el contraste?".
Areces atesora unas cien fotos, la mayor¨ªa extranjeras, aunque en los reversos tambi¨¦n hay sellos de estudios espa?oles (Busquest en Barcelona, M¨ªnguez en Madrid). Las suele comprar en Internet por unos 50 d¨®lares. Entre sus ¨²ltimas adquisiciones, la m¨¢s cara, 200 d¨®lares: unos demacrados trillizos con faldones de bautismo. "He notado que los precios suben cu¨¢nto mayor es la decrepitud del finado", explica el actor.
Llevaba a?os coleccionando fotos pero Areces tambi¨¦n vio su primer post mortem en Los otros: "Son dif¨ªciles de encontrar si no las vas buscando y a veces resulta violento". En una tienda de viejo de Bilbao encontr¨® una foto de una anciana de los a?os cincuenta. Al preguntar por el precio, el tendero le espet¨®: "?Hay que ser hijo de puta para sacarle una foto a una muerta!". Resulta ir¨®nico, la foto fue tomada por el hijo de la retratada para mand¨¢rsela a un hermano. En el reverso escribi¨®: "?sta es la cama donde ha muerto madre, como ves hemos cambiado los muebles". Areces sonr¨ªe: "?sa es la ausencia de morbo que me fascina".
En ocasiones, la distancia o el clima har¨ªan que el fot¨®grafo tardase d¨ªas en llegar al velatorio. El cuerpo permanecer¨ªa rodeado de hielo. Aunque se maquillaba al cad¨¢ver, a veces no era suficiente y la familia pedir¨ªa unos retoques tras el revelado. El fot¨®grafo, su esposa o los miniaturistas, pintores a los que el nuevo invento hab¨ªa dejado sin trabajo, se encargar¨ªan de iluminar la imagen. Dibujar¨ªan los ojos abiertos sobre los p¨¢rpados, sonrosar¨ªan las mejillas, incluso inventar¨ªan un fondo; quiz¨¢s unas nubes celestiales rodeando al angelito.
"La fotograf¨ªa de difuntos se convert¨ªa as¨ª no s¨®lo en un registro del luctuoso ritual de la muerte, sino en un elemento m¨¢s del propio ritual", explica Publio L¨®pez Mond¨¦jar en La huella de la mirada, una de las escas¨ªsimas referencias sobre el tema en Espa?a. En su casa, lanzando sobre el sof¨¢ fotos desva¨ªdas de muertos antiguos, el acad¨¦mico de Bellas Artes explica que la prensa del XIX estaba llena de anuncios de "se retratan difuntos a domicilio". "Es incre¨ªble que se conozcan tan poco, las hac¨ªa todo el mundo, pero las autoridades ignorantes han dejado que desaparezcan". "Una pena, estas fotos dicen tanto de una cultura como cualquier tratado: que lo que antes era un consuelo ahora nos espante dice mucho de una sociedad que no quiere ver la muerte".
Los memento mori se remontan a la antig¨¹edad. La tradici¨®n no naci¨® con la fotograf¨ªa, pero s¨ª muri¨® con ella. ?Por qu¨¦ dejaron de hacerse estas fotos? Primero, descendi¨® la mortalidad, sobre todo la infantil. "En el XIX en Estados Unidos oscilaba entre el 30% y el 50%", explica Burns, "al propio Abraham Lincoln se le murieron dos hijos". Segundo, la fotograf¨ªa se abarat¨® y la gente dej¨® de esperar al funeral para pagarla. "Estas fotos fueron m¨¢s comunes que las de boda o vacaciones", dice Burns, "hasta que las familias empezaron a tener recuerdos de sus momentos felices".
Con el cambio de siglo hubo adem¨¢s un cambio m¨¢s profundo. "En la Primera Guerra Mundial la muerte cambi¨® de significado", dice Burns, "tanta gente de luto no era buena propaganda, en Inglaterra se prohibi¨® el duelo". La muerte pas¨® de la esfera p¨²blica a la privada y se dej¨® de superar en comunidad. "Ahora se lo cuentas a tu jefe y te quedas en casa un par de d¨ªas, es algo que se comenta en voz baja", dice Burns, "el sexo fue el tab¨² del XIX, la muerte es el nuestro". "Adem¨¢s, entonces la gente mor¨ªa de un d¨ªa para otro", a?ade, "ahora la medicina extiende las enfermedades y morimos demacrados, una sombra de lo fuimos, un rostro que nadie quiere recordar".
El fot¨®grafo har¨ªa varias copias para que la familia las repartiese como recordatorios con leyendas como: "Hasta que la muerte nos separe" o "Duerme, querida ni?a". Los m¨¢s pudientes encargar¨ªa marcos con flores secas que decorar¨ªan el sal¨®n principal, donde se celebraba el velatorio. En las casas victorianas, esta sala, parlour, pasar¨ªa despu¨¦s a llamarse living room, la habitaci¨®n de los vivos, para evitar toda asociaci¨®n con la muerte. En los ¨¢lbumes de difuntos habr¨ªa parientes, mascotas y tambi¨¦n alg¨²n famoso cuyo retrato post mortem se vend¨ªa en los quioscos. Valentino fue uno de los m¨¢s demandados, tambi¨¦n Sarah Bernhardt, que muri¨® casi octogenaria, pero se retrat¨® en un ata¨²d a los treinta para que sus fans tuviesen un recuerdo bonito.
"Yo soy un producto de mi tiempo", explica Virginia de la Cruz Lichet, autora de la tesis Fotograf¨ªa post mortem en Galicia siglos XIX y XX , para explicar que, como gran parte de su generaci¨®n (tiene 30 a?os), nunca ha visto un muerto en vivo. "En Espa?a estas fotos se tomaron hasta finales del XX sobre todo en regiones de emigrantes, como Galicia", explica, "donde serv¨ªan para compartir el duelo al otro lado del oc¨¦ano y como documento a la hora de repartir herencias". Virxilio Vieitez, fot¨®grafo rural en Pontevedra sobre el que centra su tesis, trabaj¨® de 1955 hasta los ochenta. "No cobraba m¨¢s por estos encargos, y s¨®lo eleg¨ªa el encuadre, de lo dem¨¢s se ocupaba la familia o la funeraria", cuenta su hija Queta por tel¨¦fono desde Soutelo de Montes. "Le parec¨ªan choumer¨ªas, cosas de brujas y mojigatas, pero era un profesional y consegu¨ªa buenas fotos". Cuando la propia Queta tuvo que hacerse cargo de un llamado a finales de los ochenta, para ella, hija de otro tiempo, no fue tan f¨¢cil: "Me desbord¨® la situaci¨®n; mand¨¦ salir a todo el mundo, dispar¨¦ y me fui. Me temblaba el pulso, no quedaron muy bien".
En el siglo XXI estos retratos se est¨¢n volviendo a tomar en la m¨¢s improbable de las localizaciones: las salas de maternidad. Seg¨²n los psic¨®logos ayudan a superar la muerte perinatal, la m¨¢s tab¨², la de los no natos y reci¨¦n nacidos. La ONG estadounidense Now I lay me down to sleep (ahora me echo a dormir) trabaja con 7.000 fot¨®grafos voluntarios en 25 pa¨ªses. Desde 2005 realizan sesiones gratuitas en las que los padres posan con sus beb¨¦s muertos. Es la puesta al d¨ªa de la tradici¨®n victoriana: encuadres po¨¦ticos, filtros suaves y la magia del Photoshop consiguen que los ni?os parezcan dormidos. "Estos retratos pueden parecer morbosos", explica Sandy Puck, fundadora de la ONG, "pero es que la gente no puede imaginar lo que significa olvidar el rostro de alguien de quien no guardas una sola imagen".
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