Colonos
Del amor a Dios y a la tierra
Menahem Froman es un tipo peculiar. Su padre, su abuelo, y as¨ª hasta 17 generaciones, fueron en Polonia rabinos, como ¨¦l. Vive en la colonia de Tekoa, cerca de Bel¨¦n. Y dar¨ªa lo que fuera por continuar sus d¨ªas, ¨¦l y sus hijos, en este lugar ¨¢rido, casi des¨¦rtico, donde vivi¨® su venerado profeta Am¨®s. "Soy un colono de sangre azul, de los pioneros del movimiento", dice con perenne sonrisa sobre su barba blanca. A Froman, traje negro y camisa blanca, poco le importa qui¨¦n le gobierne. "Yo era el israel¨ª m¨¢s cercano al presidente Yasir Arafat. Me propuso como ministro en su Gobierno. ?l era consciente del problema de la minor¨ªa jud¨ªa en un Estado palestino y de la protecci¨®n que habr¨ªa que otorgar a nuestra comunidad". El sesent¨®n admite que se re¨²ne con frecuencia con dirigentes de Ham¨¢s y que invita a las bodas de su prole a los ss de su prole a los sheijs ¨¢rabes de la regi¨®n. "Tienes que querer a tu vecino como a ti mismo. Es la esencia del juda¨ªsmo. Por cierto, el ministro de Exteriores israel¨ª, Avigdor Lieberman, vive aqu¨ª al lado, en Nokdim. Sus actitudes pol¨ªticas revelan que no ama mucho a los ¨¢rabes. Claro, que Lieberman no es religioso", suelta ir¨®nico. "Hoy, el ambiente es de revancha, pero espero que Obama sea el mensajero de la paz, sin que sea necesaria la evacuaci¨®n de jud¨ªos ni de palestinos". Para casi todos sus antiguos compa?eros en la empresa colonizadora, Froman es un lun¨¢tico.
Colonos ideol¨®gicos no son m¨¢s de 50.000, y muchos, no dispuestos al uso de la violencia
Armados y protegidos, viven en 120 colonias y otro centenar de asentamientos ilegales
Los colonos viven en atalayas. En peque?as y pulcras comunidades en las colinas, en casas de teja roja bien alineadas y mejor fortificadas en la pedregosa Cisjordania, ocupada desde hace 42 a?os. O en aut¨¦nticas ciudades, como Ariel o Maale Adumim. O en barrios populosos de la ocupada Jerusal¨¦n Oriental. O en grupos de chozas de madera o lat¨®n, aislados en la ladera de una monta?a. Armados, vigilados y protegidos por guardias privados y por soldados israel¨ªes en 120 colonias y otro centenar de asentamientos que son ioridades israel¨ªes, aunque hayan permitido su expansi¨®n durante una d¨¦cada, en muchos casos sobre tierras robadas a campesinos palestinos. Forman una variopinta amalgama de medio mill¨®n de personas -procedentes de cualquier rinc¨®n del mundo-, de los 7,3 millones que habitan Israel. Muchos dif¨ªcilmente podr¨ªan relacionarse entre s¨ª. Su visi¨®n del mundo, su actitud ante el vecino palestino, su apego a la tierra, distan un abismo. Aut¨¦nticos iluminados unos, pragm¨¢ticos otros, constituyen un impedimento fundamental a la fundaci¨®n del Estado palestino que promete Obama.
Todo comenz¨® en septiembre de 1967. Cuando los primeros colonos -tres meses despu¨¦s de la conquista de Cisjordania, Gaza, el Gol¨¢n sirio y el Sina¨ª egipcio- se plantaron en Kfar Etzi¨®n, al sur de Bel¨¦n. Hasta 1973, los Gobiernos hebreos dejaron hacer. 1975 fue el parteaguas. Nace Gush Emunim, un movimiento formado por jud¨ªos europeos, con preparaci¨®n acad¨¦mica y profundamente religiosos. "Hubo una gran crisis nacional tras la guerra de Yom Kipur, y Gush Emunim, tribu mesi¨¢nica que huele los vac¨ªos, trat¨® de sacar ventaja. Ocupaban el asiento trasero del coche y a partir de ah¨ª se sentaron en el del conductor. Ten¨ªan argumentos hist¨®ricos, religiosos y militares. Y les ayud¨® que los ¨¢rabes entonces no estaban dispuestos a nes no estaban dispuestos a negociar", explica el periodista experto Akiva Eldar.
Desde aquel a?o, los primeros ministros de cualquier tinte pol¨ªtico se vuelcan en la expansi¨®n colonial. Y en Gush Emunim, que se consideran emisarios del Mes¨ªas, se lanzan a imponer su proyecto divino, empujados por sus objetivos sionistas, colonizadores, de redenci¨®n de la tierra, de seguridad y por el sacrificio. Hoy, el coste -algunos estudios calculan que los Gobiernos han invertido m¨¢s de 100.000 millones de d¨®lares- econ¨®mico, pol¨ªtico y diplom¨¢tico comienza a ser insoportable. Entre otros motivos, porque la comunidad jud¨ªa estadounidense se desentiende cada d¨ªa m¨¢s de los colonos.
David Wilder es, como Froman, un devoto jud¨ªo. Pero de otra estirpe. Nunca har¨¢ migas con un palestino. "Lo dijo el primer ministro Isaac Shamir: 'Los ¨¢rabes son los mismos ¨¢rabes, como el mar es el mismo mar". Piensa que no pueden cambiar, que todos son iguales. Nacido en Nueva Jersey hace 55 a?os, es padre de "familia peque?a: siete hijos y 10 nietos". Pistola al cinto, recibe en su despacho junto a la sinagoga de Abraham Avinu, en el coraz¨®n de Hebr¨®n, entre calles desiertas, vaciadas de palestinos desde inicios de este siglo. En los comercios ¨¢rabes, las estrellas de David se mezclan con pintadas: "Muerte a los ¨¢rabes".
A pocos metros, unza de 67 jud¨ªos en 1929 a manos de palestinos. Eso sucedi¨® anteayer, porque en esta tierra se habla con facilidad pasmosa de sucesos -o leyendas- de hace tres mil a?os. Se menciona el apellido Obama, y Wilder salta: "?De qui¨¦n hablas?, ?del rey Husein?". No. Wilder no alude al monarca jordano fallecido. Prefiere emplear el segundo nombre, el ¨¢rabe, del mandatario estadounidense. "El discurso de Obama es un beso en el culo a los ¨¢rabes, que observan su pol¨ªtica como se?al de debilidad", sentencia. "No veo modo de alcanzar la paz. No hay m¨¢s que ver la incitaci¨®n contra nosotros que promueve la Autoridad Palestina", a?ade, antes de proponer su estrafalaria v¨ªa de escape. "Si todo el mundo desea la paz, ?por qu¨¦ Egipto no les cede el Sina¨ª para crear el Estado palestino? La soluci¨®n es f¨¢cil. Cuando los jud¨ªos del mundo emigren en masa a Israel, los ¨¢rabes se marchar¨¢n. Ser¨¢ entonces cuando aprender¨¢n que no nos iremos". En la despedida, Wilder pregunta ad¨®nde van los periodistas. "A Maale Adumim, a charlar con otrosdumim, a charlar con otros colonos", se le contesta. "?Ah, ¨¦sos son colonos?", sonr¨ªe. Cierto es que no faltan israel¨ªes que viven en territorio ocupado y lo han ignorado mucho tiempo. Todos llaman barrios a esas colonias que bordean la Ciudad Santa.
Efectivamente, en las colinas de Maale Adumim, al este de Jerusal¨¦n, camino del mar Muerto, viven 50.000 personas. La gran mayor¨ªa poco tiene que ver con Wilder. Javier Markovas, jefe de inspectores del IVA en el Ministerio de Hacienda, tiene 54 a?os y reside desde 1990 en esta ciudad, una mole de edificios con centros culturales, comerciales, parques... Casado con Silvia, de 53 a?os, directora de jard¨ªn de infancia, tienen dos hijos. "Llegamos a Israel porque buscaban m¨¦dicos y contadores. Argentina estaba mal entonces, pero no fue el factor determinante". Silvia, cuyo hermano vive en Israel desde hace 40 a?os, asiente. Es incapaz de asimilar algunas circunstancias. "Nunca me acostumbrar¨¦ a que no haya autobuses en sabath". Ariel, uno de sus hijos, de 27 a?os, lo lleva peor. "Ni hay autobuses, ni vida nocturna en Maale Adumim", apunta el licenciado en Comunicaci¨®n. Ellos difieren de cabo a rabo de Wilder. "El nacido en Israel es diferente al emigrante. Yo no guardo rencor a los ¨¢rabes, pero muchos de mis colegas caen r¨¢pido en el insulto", explica Javier. Su v¨¢stago es contundente: "Hay palestinos a los que les despojan de todo, los golpean... No me extra?a que se vayan a Ham¨¢s. El odio crece y crece todo el tiempo. Tambi¨¦n cuando se explotaban ellos en autobuses aumentaba el odio entre los israel¨ªes. No ha nacido el genio que solucione esto". Todo ha empeorado en los ¨²ltimos a?os. Antes, los Markovas iban a Azzar¨ªa, el vecino pueblo palestino, a tomar pizzas. Ya no.
La separaci¨®n psicol¨®gica entre palestinos e israel¨ªes es mucho m¨¢s grande que el muro de hormig¨®n y alambradas que f¨ªsicamente los separa y que, junto a las carreteras segregadas, propias de un r¨¦gimen que muchos acad¨¦micos israel¨ªes tildan de apartheid, convierten la vida de los ¨¢rabes en un tormento. "?Pero si mis vecinos se asombran si les digo que voy a la ciudad vieja de Jerusal¨¦n!", sonr¨ªe la madre. Ni Silvia ni su marido creen que Obama pueda deshacer el embrollo. No ser¨¢ por ellos. "Si me ofrecen un apartamento en Tel Aviv, me marcho tranquilamente", dice el padre.
Esta familia porte?a responde al perfil de la mayor¨ªa de los colonos. Maale Adumim, su municipio, es un escollo a la viabilidad de un Estado palestino porque casi secciona Cisjordania en dos mitades. Pero no se sienten utilizados por sus Gobiernos.
El periodista Akiva Eldar conoce al dedillo a los colonos. No es tan pesimista como los Markovas, aunque advierte que ser¨¢ muy complicado gestionar el conflicto. "En Maale Adumim y otras colonias cercanas a Jerusal¨¦n no son religiosos. Muchos se han instalado all¨ª por la escasez de vivienda, como los ultraortodoxos de otras colonias. A la de Ariel (otra ciudad de 40.000 almas) llevaron a emigrantes rusos directamente desde el aeropuerto sin que supieran que iban a territorio ocupado. En otros asentamientos, como en el valle del Jord¨¢n, hay gente de izquierdas. Colonos ideol¨®gicos no son m¨¢s de 50.000, y muchos no est¨¢n dispuestos a usar la violencia", sostiene Eldar.
Los hay que s¨ª, y que juran que nadie ser¨¢ capaz de arrancarlos de Judea y Samaria, nombre b¨ªblico de Cisjordania. Los irreductibles. Los veteranos Daniela Weiss y Elyakim Haetzni -una suerte de ide¨®logos de los llamados J¨®venes de las Colinas- prometen batalla. Aunque tambi¨¦n juraban luchar hasta la ¨²ltima gota cuando Ariel Sharon orden¨® la evacuaci¨®n de los 8.000 colonos de Gaza, en agosto de 2005. Patalearon y gritaron. Poco m¨¢s. Lo lamenta Weiss, una mujer afable de 64 a?os. En su espaciosa casa de Kedumim, en las colinas del norte de Cisjordania -ella usa Samaria, como todo el establishment israel¨ª-, ofrece zumos al mediod¨ªa. El paraje en el que se asienta Kedumim, uno de los primeros asentamientos en la regi¨®n, es id¨ªlico: vi?as, 4.000 olivos, frondosa vegetaci¨®n. Tambi¨¦n hay f¨¢bricas de medicamentos y cosm¨¦ticos, el entramado econ¨®mico de esta colonia que acoge a 5.000 jud¨ªos. Weiss y su esposo son pudientes empresarios vin¨ªcolas, tambi¨¦n due?os de locales en Tel Aviv. Pa?uelo en la cabeza y falda hasta los tobillos -como mandan los c¨¢nones del sionismo religioso, Weiss reconoce su filiaci¨®n: "Est¨¢is sentados con alguien que est¨¢ a la derecha, derecha, derecha, del mapa ideol¨®gico". Ha fundado un movimiento: Juventud por el Gran Israel (J¨®venes de las Colinas). "Eretz Israel", contin¨²a, "se extiende hoy entre el Jord¨¢n y el Mediterr¨¢neo. Pero las dos bandas azules de la bandera representan el ?ufrates y el Nilo. A eso aspiramos". Que resulte inviable, poco importa a esta mujer, idealista hasta los tu¨¦tanos.
La en¨¦rgica ex alcaldesa de Kedumim abandera la desobediencia a las instituciones de esos adolescentes, hombres y mujeres j¨®venes. "Para m¨ª, un soldado que viene a las colinas es como el aire. No lo veo. S¨®lo trabajo, 365 d¨ªas al a?o, por reforzar el movimiento. Son unos 10.000 j¨®venes para los que ser detenidos es un orgullo. Quieren ser encarcelados. Esto es lo que no entienden otros l¨ªderes pol¨ªticos de los colonos", afirma en alusi¨®n al Consejo Yesha, que negocia con el Gobierno el desmantelamiento de algunos asentamientos. "No hay que ceder ni un mil¨ªmetro. La tierra es s¨®lo nuestra. Si los ¨¢rabes aceptan vivir bajo la soberan¨ªa de Israel, pueden permanecer". Es lo que diferencia a Weiss de individuos como Baruch Marzel, seguidor del rabino asesinado Meir Kahane, que aboga por la expulsi¨®n de los palestinos. "Tienen 22 pa¨ªses ¨¢rabes en los que vivir", es la coletilla. Convencida de que Obama se equivoca en su pol¨ªtica "de apaciguar" a los ¨¢rabes y a Ir¨¢n, la abuela Weiss concluye: "En estas monta?as estuvo Abraham. De ah¨ª surgen nuestros derechos. Israel es el rayo de luz para el mundo. Obama no quiere que la luz de nuestra naci¨®n difumine su mirada. Ser¨ªa mejor que retirara a Israel los 3.000 millones de d¨®lares anuales de ayuda. Caer¨ªa nuestro nivel de vida, pero ser¨ªamos m¨¢s libres". Elyakim Haetzni fue diputado de Tehiya -Renacimiento, en hebreo-, partido de ef¨ªmera existencia. Radical entre los radicales, este abogado est¨¢ implicado en la organizaci¨®n de los colonos extremistas. Naci¨® en Alemania, y en 1938, con 13 a?os, emigr¨® a Israel. "Fui a un colegio nazi", recuerda en su vivienda de Kiryat Arba, colonia de 7.000 almas cerca de Hebr¨®n a la que se mud¨® el 5 de septiembre de 1972. "El mismo d¨ªa de la matanza de los atletas israel¨ªes en M¨²nich", precisa. Su atuendo es occidental, y su discurso, p¨¦treo.
La primera diana es, c¨®mo no, Obama. "Act¨²a como si fuera el jefe de un Gobierno colonial. Es un insulto", afirma. La segunda, naturalmente, ¨¢rabes y musulmanes: "Occidente no entiende que el mundo ¨¢rabe quiere volver a su pasado glorioso". Siente el abogado que Israel est¨¢ acorralado. "Uno de los atractivos de los ¨¢rabes para los occidentales", explica, "es su aroma antisemita. Los islamistas trabajan con el modelo de los nazis. Las manifestaciones en Europa no son contra las decisiones de los Gobiernos israel¨ªes, son contra los jud¨ªos. Pero tras Auschwitz no es pol¨ªticamente correcto decirlo. Los jud¨ªos estamos en el frente del combate contra el islam. No debemos hacernos ilusiones con Obama, ni con los europeos, ni con los ¨¢rabes, ni con los jud¨ªos del resto del mundo. Tendremos que luchar. Si entregamos tierras, los jud¨ªos seremos las v¨ªctimas".
Incluso el primer ministro, Benjam¨ªn Netanyahu, ha pronunciado las palabras tab¨²: Estado palestino. A Haetzni no le preocupa. "Hay un chiste jud¨ªo que dice: 'Gracias a Dios, se ha impedido la violaci¨®n de una mujer. ?Y c¨®mo? Porque la mujer ha accedido'. Eso es lo que ha hecho Netanyahu. Ha accedido, aunque ha puesto unas condiciones que nunca se cumplir¨¢n. Porque los ¨¢rabes no tienen l¨ªmite. Cuando consiguen algo, piden m¨¢s. Si nos retiramos a las fronteras de 1967, exigir¨¢n el resto. No reconoceremos ninguna ley que proh¨ªba construir en Judea y Samaria. Aunque alguno de nuestros dirigentes sea violado masivamente por EE UU, Europa, Rusia y Naciones Unidas. Pobre Netanyahu". El abogado est¨¢ persuadido de que el Ej¨¦rcito y la polic¨ªa ser¨ªan incapaces de evacuar a los colonos si el Gobierno diera la orden. "Obama, no puedes", se lee en pancartas al borde de las carreteras de Cisjordania. Haetzni est¨¢ convencido de que el Ej¨¦rcito y el israel¨ª medio se alinean con su bando. Weiss y sus huestes son demostraci¨®n palpable de la deriva radical de este grupo de colonos que se proclaman herederos ¨²nicos del sionismo. Muchos expertos rebaten sus opiniones: la colonizaci¨®n est¨¢ en retirada, en consonancia con la pretensi¨®n de una gran parte de la sociedad israel¨ª. En varios asentamientos proliferan casas vac¨ªas. Muchos colonos desean vender o alquilar para asentarse en Israel. Pero no hay apenas compradores. Est¨¢n atrapados y soportan, adem¨¢s, la presi¨®n y el desprecio de los m¨¢s recalcitrantes: los consideran apestados.
"En 1988, la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina (OLP) reconoce a Israel. Luego se celebra la Conferencia de Madrid (1991), se firman los Acuerdos de Oslo (1993), y comienzan los problemas para los colonos. Mientras no interfer¨ªan en el proceso de paz, porque no lo hab¨ªa, no eran preocupantes. Cuando la sociedad israel¨ª se da cuenta de que entorpecen las relaciones con EE UU y otros, deja de apoyarlos", explica Eldar. Los m¨¢s radicales abominan de las negociaciones de paz. En 1994, un m¨¦dico ultra de Hebr¨®n asesin¨® a 29 musulmanes en la mezquita del patriarca; en noviembre 1995, otro asesin¨® al ex primer ministro Isaac Rabin. Hoy, radicalizados como nunca, gozan de menor respaldo en la sociedad israel¨ª.
Haetzni, Weiss, Baruch Marzel y un nutrido grupo de rabinos sionistas encabezan la movilizaci¨®n de miles de chavales, muchos menores de edad, que estudian en los cientos de yeshivas (escuelas talm¨²dicas) del movimiento nacional-religioso. Una tropa en pie de guerra. En los ¨²ltimos meses, los m¨¢s fan¨¢ticos se han entregado al vandalismo impune. Emplean una t¨¢ctica que hace recaer su carga sobre el tercero de siempre. Si el Ej¨¦rcito desmantela un outpost -las colonias que son ilegales incluso para el propio Tribunal Supremo israel¨ª-, se dedican a quemar olivos de los pueblos ¨¢rabes colindantes. En la regi¨®n de Nablus han sido calcinados centenares de hect¨¢reas. En ocasiones han asaltado pueblos, han disparado a los pies de lugare?os palestinos, han destrozado casas y dep¨®sitos de agua... Los soldados, a veces, los han acompa?ado. Sin mover un dedo. Decenas de esos asaltantes, siempre con su kip¨¢ de ganchillo, s¨ªmbolo de los religiosos sionistas, y sus atuendos desali?ados, estilo hippy, parten de Yizhar.
En el outpost de Salhevet Ya, a 200 metros de Yizhar, vive Ayal¨¢, de 24 a?os, con cuatro hijos que juegan descalzos entre las tuber¨ªas, maderas y metal que emplean para construir sus rudimentarias viviendas. Su esposo, un neoyorquino, se dedica a labores agr¨ªcolas. Una vida sencilla. "El outpost tiene cinco a?os. Tenemos pollos, cabras y un peque?o huerto. No tenemos televisi¨®n ni Internet". Su candor e ingenuidad conmueven. Cientos de metros ladera abajo se extienden los pueblos palestinos, a los que siempre miran desde arriba. "Nosotros no quemamos sus olivos. Los queman ellos para cobrar indemnizaciones", dice contra toda evidencia. "Bajo el huerto", relata Ayal¨¢, "encontramos un mosaico. Mi padre dice que lo hicieron los samaritanos. Estoy contenta, demuestra que esta tierra es de los jud¨ªos". Poco m¨¢s se puede profundizar en la conversaci¨®n.
La Tor¨¢ es un t¨ªtulo de propiedad. Lo es para Susan Levin, estadounidense de 49 a?os llegada en 2006, y para Lisa Lawrence, nacida hace 33 a?os en Jerusal¨¦n. Ambas vecinas de Neve Daniel, colonia de 380 familias en Gush Etzi¨®n. Las casas son espaciosas, casi lujosas. "La Tor¨¢ dice que esta tierra nos fue otorgada, que somos un pueblo especial, que hay un lugar especial para nosotros. Vine aqu¨ª para aceptar ese regalo", comenta Levin. "?ste es el ¨²nico lugar", a?ade acarici¨¢ndose un brazo, "donde mi piel jud¨ªa se adapta a la tierra. No es un regalo de la ONU". Habla de los palestinos con paternalismo, afirma que la Autoridad Palestina y Ham¨¢s no dejan a la gente tomar sus propias decisiones. Y no ve que los ciudadanos se quejen contra sus autoridades: "Como dijo Golda Meir, tienen m¨¢s deseo de matarnos que de vivir".
Id¨¦ntica opini¨®n que la del abogado Yossi Dermer y su esposa, Aviva, que rozan los 40. Viven en Talm¨®n-Nerya en una casa con piscina en el tejado. Los alquileres son baratos, el Estado presta los servicios. Un lugar ideal para los cr¨ªos. Yossi termin¨® el servicio militar -"podr¨ªa librarme de la reserva por tener siete hijos, pero sigo yendo", asegura- y estudi¨® dos a?os en Mercaz Harav, la yeshiva por antonomasia del movimiento colono, en Jerusal¨¦n. Adornan su espacioso y desordenado sal¨®n las fotos del rabino Nerya y del monte del Templo (explanada de las mezquitas). Dos palestinos trabajan en su casa. "Sin problema. Los vigilo, y adem¨¢s...". Se toca la cartuchera. "Si no estuvi¨¦ramos en Talm¨®n, los ¨¢rabes llegar¨ªan hasta Tel Aviv. Nosotros los paramos". Todos los vecinos se conocen. "Creemos en lo mismo. Para que alguien viva aqu¨ª debe pasar el examen de la comunidad. Somos muy religiosos, no ultraortodoxos". ?l est¨¢ convencido de su misi¨®n. Miles de adolescentes la comienzan ahora. En la ventosa loma del outpost de Migron, con vistas de Jerusal¨¦n, viven en casetas una decena de ellos. Reciben cada tres o cuatro d¨ªas a su rabino. Uno de los menores, Shai, procede de un asentamiento del Gol¨¢n. Otro, Yaakov, es jerosolimitano. El tercero, Moshe, de otra colonia cercana a Bel¨¦n. Son la punta de lanza del sionismo. Apenas se puede conversar. Su ingl¨¦s es deficiente. "It's our land, it's our land" (es nuestra tierra), repiten. ?Y esos olivos? "Ya estaban aqu¨ª cuando llegamos", comenta una chica.?
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