El modesto caso de la cig¨¹e?a cad¨¢ver
Desde el mirador del piso que tengo alquilado en Soria se ven dos nidos de cig¨¹e?as durante las ¨¦pocas que pasan en la ciudad estas aves: uno en el campanario de la Iglesia de San Francisco, el otro en el mucho m¨¢s bajo de la Ermita de la Soledad, dentro del bonito parque llamado la Dehesa. A veces hay un tercero visible, construido en la copa de un ¨¢rbol alto del mismo parque y por lo tanto m¨¢s inestable que los dos primeros. Quien me mantiene informado de todo esto, y de las andanzas de las respectivas familias, es Carme, que tiene pavor a cualquier animal con plumas si se le acerca -y en particular detesta a las palomas, esas ratas da?inas y aladas con absurda buena prensa-, pero a la que gusta y divierte observarlos a distancia, con un telescopio que se trajo al efecto, sobre todo a las curiosas cig¨¹e?as de estos nidos cercanos, que ya son parte del paisaje, por no decir la ridiculez de que son como de la familia. Su inter¨¦s la ha llevado a comprarse y leer, incluso, algunos libros sobre estas aves, y cada vez que hace una pausa en su trabajo aprovecha para echarles un vistazo y comprobar c¨®mo les van las cosas y en qu¨¦ momento est¨¢n de su ciclo: si a¨²n aguardan a su pareja, si est¨¢n edificando, si est¨¢n incubando, si les han nacido ya las cr¨ªas, si las est¨¢n alimentando o ense?ando sus primeros aleteos.
"Si estuviera herida, s¨ª, tratar¨ªamos de rescatarla. Pero muerta, eso ya no nos toca"
Cuando entr¨¦ en ese piso el pasado 2 de agosto, tras mes y medio de ausencia, ella ya hab¨ªa llegado de Barcelona unas horas antes. En la escalera hab¨ªa notado un olor raro, malo, y se lo coment¨¦ nada m¨¢s saludarla. "No te lo vas a creer cuando veas de lo que es", me dijo, y me condujo hasta una ventana que da a un patiecito interior, de un metro por dos o menos, en el que guardamos bidones de gas¨®leo. Hab¨ªa all¨ª una cig¨¹e?a muerta, desde hac¨ªa qui¨¦n sab¨ªa cu¨¢ntos d¨ªas o semanas. Aunque seguramente era una cr¨ªa, ¨¦stas adquieren en seguida un tama?o parecido al de las adultas, de gran envergadura. En fin, no era un gorri¨®n ni una asquerosa paloma ni una simp¨¢tica urraca ni un ruidoso mirlo, que podr¨ªamos haber recogido sin problemas -bueno, yo; desde luego no ella-. Supusimos que el animal habr¨ªa tenido la mala suerte de caer en sus vuelos de tanteo, y la p¨¦sima de haberlo hecho justo en nuestro diminuto patio, del que no habr¨ªa podido salir, cuando en la casa no hab¨ªa nadie para echarle una mano. Las defecaciones blanquecinas a su alrededor indicaban que el pobre bicho no habr¨ªa muerto en el acto. ?Qu¨¦ hacer? ?C¨®mo sacarlo? ?D¨®nde depositar el cad¨¢ver?
Como en general inspiran confianza, se me ocurri¨® llamar a los bomberos locales. Expliqu¨¦ el caso al que me cogi¨® el tel¨¦fono, que me pregunt¨® acto seguido: "Pero, ?la cig¨¹e?a est¨¢ viva?" "No", le contest¨¦ sorprendido, "acabo de decirle que debe de llevar tiempo muerta". Entonces comprend¨ª que su absurda pregunta ten¨ªa tal vez como fin desentenderse. "Ah, es que entonces no es cosa nuestra. Si estuviera herida, s¨ª, tratar¨ªamos de rescatarla. Pero muerta, eso ya no nos toca". "?Y a qui¨¦n podr¨ªa recurrir?", le pregunt¨¦. "Ah, no tengo ni idea". La siguiente tentativa fue con la polic¨ªa municipal, algunos de cuyos miembros sorianos son amables y otros de una llamativa antipat¨ªa, seg¨²n mi experiencia. Expuse el caso al que me respondi¨®, que era m¨¢s bien de estos ¨²ltimos. "Pero, ?la cig¨¹e?a est¨¢ en la v¨ªa p¨²blica?", fue la sorprendente pregunta de turno. "No, le acabo de decir que est¨¢ en un patiecito interior de la casa". "Ah, pues si est¨¢ en un inmueble ya no es cosa nuestra. Si estuviera en la calle, s¨ª, la recoger¨ªamos". Y al consultarle asimismo a qui¨¦n podr¨ªa dirigirme, su respuesta fue a¨²n m¨¢s chocante que la del bombero: "Ah, no tengo ni idea. Lo mejor es que la cojan ustedes, la metan en una bolsa y la tiren a un contenedor de basura".
Menos mal que no le hicimos caso. Probamos con Protecci¨®n Civil, que nos pas¨® con la Guardia Civil y ¨¦sta, a su vez, con Seprona, el Servicio de Protecci¨®n de la Naturaleza de este cuerpo. Creo que empec¨¦ as¨ª: "No le voy a hablar de una cig¨¹e?a viva ni de una muerta en la calle, que al parecer tienen quienes se encarguen de ellas, sino de una que est¨¢ cad¨¢ver en mi casa ..." Los de Seprona se portaron como caballeros competentes y a la ma?ana siguiente se person¨® un agente a retirar al infortunado bicho (necesit¨® dos enormes bolsas, que quedaron respectivamente atravesadas por el pico y las patas) y a interrogarnos minuciosamente, al ser la cig¨¹e?a una especie protegida: "Pero, ?seguro que estaba ya muerta? Etc". Cuando esa tarde el h¨²ngaro Zoltan nos hizo el favor de venir a desinfectar el patio lleno de moscas y le comentamos el asunto, nos dijo con raz¨®n: "Hicieron bien en no seguir el consejo de la polic¨ªa. Si esta misma los hubiera visto salir con unas bolsas camino de la basura, pico y patas asomando, lo mismo los habr¨ªa detenido, creyendo que se la hab¨ªan cargado". No en balde el agente de Seprona que me atendi¨® por tel¨¦fono me hab¨ªa hecho una pregunta enternecedora, pese a saber desde el principio que el animal estaba muerto: "Bien, d¨ªgame entonces, ?cu¨¢l es la direcci¨®n de esta cig¨¹e?a?" Como si fuera una persona, y adem¨¢s domiciliada.?
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