Disparar contra el cr¨ªtico
Entrevistando a artistas espa?oles, te habit¨²as a o¨ªr sus lamentos respecto a la cr¨ªtica. Los cr¨ªticos somos crueles y, se supone, no tomamos en cuenta las dificultades ambientales para crear m¨²sica en Espa?a. Siempre me asombra esa cantinela: si algo caracteriza a la cr¨ªtica espa?ola, ser¨ªa precisamente su blandura, su mansedumbre, su complicidad con el artista. En realidad, suelen ser cr¨ªticos m¨¢s salvajes los propios m¨²sicos, sobre todo cuando se refieren a sus colegas cercanos, aunque finalmente no salga publicado: siempre recurren a la prerrogativa del off the record.
El artista espa?ol, superviviente nato, tiene mirada de larga distancia: puede carcajearse de los aspectos m¨¢s grotescos de Raphael pero, oye, estas maldades son para consumo interno, que igual un d¨ªa termino haciendo un dueto con el monstruo de Linares.
La cr¨ªtica musical, nunca muy valorada, se ve ahora asediada por la nueva democracia cibern¨¦tica
El asunto es que ahora probamos el sabor acibarado de nuestra propia medicina. En la era Internet, el periodista est¨¢ sujeto a las cr¨ªticas de la audiencia: cualquier art¨ªculo puede provocar un goteo de comentarios. El anonimato permite adem¨¢s que no haya l¨ªmites en la intensidad de los ataques. Ocurre en todos los campos, pero algo tan subjetivo como el gusto musical facilita que proliferen los insultos. Que provocan distorsiones: esas misivas, sean escritas en caliente o letalmente meditadas, no representan necesariamente al lector, al oyente medio. Pero duelen.
Poco acostumbrado al papel de punching ball, el cr¨ªtico criticado se siente confuso. El periodista no deber¨ªa entrar en esta profesi¨®n para ser querido pero, piensa, tampoco para acumular odios. La primera reacci¨®n es intentar explicarse, puntualizar sus palabras y desmontar argumentos contrarios. A veces, esas aclaraciones funcionan y se establece cierta tregua entre el plumilla y sus impugnadores. El proceso resulta enriquecedor: sumando matices, la cr¨ªtica se hace m¨¢s "constructiva". Idealmente, tus siguientes textos ser¨¢n m¨¢s n¨ªtidos, m¨¢s ponderados.
Sin embargo, hay un tipo de recriminador que no se conforma con esas acotaciones, que no quiere llegar a un punto medio. Es el Vengador Implacable, que simplemente busca causar da?o: puede desarrollar alguna vendetta particular o formar parte de esos escuadrones de protectores de artistas supuestamente maltratados, pistoleros cabreados que vagan por la Red buscando vaciar su cargador. Un ejemplo: tienen peligro algunos extremistas seguidores de Bunbury, enemigos de la profesi¨®n period¨ªstica desde que alguien detect¨® que el wunderkind zaragozano era muy liberal a la hora de reciclar versos ajenos.
Con los furiosos, no cabe argumentar. Al contrario, las respuestas parecen excitar su agresividad: intuyen que han tocado un punto sensible y meten m¨¢s dedos en la herida. As¨ª que se impone ignorarlos... con delicadeza. De alguna manera, su inquina es un cumplido. En un mundo donde se acumula la informaci¨®n hasta el hast¨ªo, ese comentario lleg¨® al centro de la diana. El hecho mismo de que sigan leyendo o escuch¨¢ndote, supone un parad¨®jico triunfo. Hasta cumples una funci¨®n social: permites que se desahogue gente airada.
En serio: debes aceptarlos como parte del paisaje, el equivalente a un fen¨®meno meteorol¨®gico m¨¢s o menos incordiante. Incluso, con mucha buena voluntad, uno puede reconocer en ellos un a?ejo prototipo de cr¨ªtico: el apasionado, el irrazonable, el ciegamente militante. Tienen opiniones fuertes, algo poco com¨²n en estos tiempos donde el asalto al canon ha desembocado en la banalidad del "todo vale". Pero razonar con ellos es peor que in¨²til: aparte de una p¨¦rdida de energ¨ªa, un ejercicio enervante. Mal karma, como dec¨ªamos en tiempos hippies.
Babelia
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